La víspera de la visita del Papa Francisco al centro de detención de Moria, cerca de Mitilene (Lesbos), doscientos refugiados se reunieron en uno de los patios del centro para decidir qué iban a hacer durante la visita del Papa. Mientras, las autoridades griegas limpiaron y adecentaron el recinto para la visita y seleccionaron el grupo de refugiados que entraron en la carpa donde se produjo el encuentro con los huidos de la guerra.
Fuera, más de tres mil quinientos gritaban y mostraban sus carteles en los que decían: "Si quieres hacer algo por nosotros, sácanos de aquí". Algunos lograron traspasar el cordón policial y se tiraron a sus pies pidiendo salir de ahí y llegar a la tierra prometida que es para ellos es Europa. Las escenas hicieron llorar a muchos de los presentes. Pero las lágrimas son algo habitual en esta isla de vacaciones que ahora ha visto descender el número de refugiados tras las primeras expulsiones.
A los fallecidos los entierran en un cementerio a veinte kilómetros del centro, en un olivar con una placa en la que se puede leer: "Desconocido"
El campo de Moria está a unos kilómetros de la capital de Lesbos y es un producto más de la vergüenza europea. Malviven tres mil quinientos refugiados que hace unas semanas se jugaron la vida atravesando los seis kilómetros desde Turquía a Lesbos. Este sábado la comida les llegó tarde por culpa de las restricciones de tráfico, las colas se hicieron interminables y la tensión terrible. Las peleas son algo habitual pues conviven varias nacionalidades con gente con muchos días de tensión y miedo a que los devuelvan a Turquía después de haber gastado mil euros por persona para atravesar el mar hasta la Europa de la libertad.
Setencientos treinta, uno arriba uno abajo, no lograron desde el 1 de enero su objetivo de llegar a Lesbos por lancha y sus cadáveres aparecen diariamente enredados en las redes de los pescadores de la isla. Los entierran en un cementerio a veinte kilómetros del centro, en un olivar con una placa en la que se puede leer: "Desconocido".
Este sábado durante la visita del Papa en el puerto de Mitilene había hasta cinco patrulleras y lanchas, un dron y hasta dos helicópteros. Podrían haberlos utilizado para salvar a algunos de los cientos que han muerto atravesando el desierto de Lesbos, pero no lo hicieron. Nadie, salvo los gobiernos, está a gusto con el acuerdo que subcontrata con Turquía la gestión de los refugiados y mientras en Atenas y Lesbos se calienta el ambiente contra las deportaciones. Este sábado, fuera del recinto del puerto, cientos de europeos venidos de todo el continente gritaban contra la Unión Europea y pedían: Freedom (Libertad).
El Papa Francisco se unió a los líderes de la iglesia ortodoxa para pedir a Europa y al mundo que asuma la responsabilidad de esta crisis. Para demostrar que la solidaridad comienza dando ejemplo el Papa se llevó una docena de refugiados a Roma, casi los mismos que Mariano Rajoy ha acogido en España. En Lesbos muchos dudaban que las palabras y las oraciones del Papa vayan a servir para algo, pero por lo menos, una vez más, la inoperancia europea respecto a esta crisis de más de un millón de personas ha quedado al descubierto.