Otrora fue un trozo del muro de Berlín, aquella infraestructura de "protección contra el fascismo", según la terminología de la extinta República Democrática de Alemania (RDA). Luego fue un símbolo ubicado en el distrito de Friedrichshain-Kreuzberg de la unión de la metrópolis germana, el final de la Guerra Fría además de un potente gesto artístico en favor de un “mundo unido”, según se lee todavía en uno de los murales de esta célebre galería de arte a cielo abierto.
La East Side Gallery, situada a orillas del río Spree al sureste de Berlín, lucha en la actualidad por permanecer como monumento sin perder su identidad en una ciudad que está cambiando su fisionomía a pasos agigantados. Resistir no parece del todo fácil cuando en apenas dos años ha surgido en mitad de esta galería de 1.300 metros de largo una imponente torre de apartamentos de lujo. Su construcción ya implicó la separación y reubicación de algunos segmentos del muro pintado. Esta amputación la vivieron como un auténtico “atentado” contra la memoria histórica no pocos berlineses, que en su día se manifestaron en vano, visto lo visto.
El acérrimo defensor del muro pintado
Con todo, la East Side Gallery, un conjunto de obras firmadas en 1990 por 120 artistas internacionales, ha encontrado en el creador alemán de origen iraní Kani Alavi un defensor acérrimo. Suyo es el fragmento pintado bajo el título Es geschah im November (Ocurrió en noviembre). Su vida, según dice, se resume ahora en “luchar para mantener el muro intacto”. De ahí que sea de las voces más prominentes cuando se trata de hablar de la defensa de la East Side Gallery.
La East Side Gallery constituye una de esas visitas obligadas a quienquiera que pase por la capital alemana.
La idea de Alavi y quienes le apoyan en esta tarea suya que tanto tiene que ver con la memoria histórica germana es hacer que la East Side Gallery se gane el reconocimiento en París de la UNESCO, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación y Diversificación, la Ciencia y la Cultura. No son pocos los que se simpatizan con esa misión. Abundan, de hecho, los que piensan que este mítico trozo del muro de Berlín “sería algo ideal para ocupar un lugar en el Patrimonio de la Humanidad”, según Leo Schmidt, profesor de conservación arquitectónica en la Universidad Técnica de Brandemburgo, en Cottbus.
Como atractivo turístico, la East Side Gallery constituye una de esas visitas obligadas a quienquiera que pase por la capital alemana. A pesar de estar a cinco kilómetros del Reichstag y de la Puerta de Brandemburgo, al año pasan por allí unas 800.000 personas para ver la galería. Ese número convierte al lugar en uno de los puntos más visitados de Berlín. A nivel artístico, las obras que presenta la East Side Gallery forman parte desde hace años del imaginario colectivo global.
Un imaginario colectivo
Ahí está, por ejemplo, el mural del artista ruso Dmitri Vrúbel, que lleva por nombre Mein Gott hilf mir diese tödliche Liebe zu überleben (Ayúdame Dios mío a sobrevivir este amor mortal). La obra representa besándose al que fuera presidente de la Unión Soviética Leonid Brézhnev (1906-1982) con el líder de la RDA Erich Honecker (1912-1994). Tampoco se puede olvidar el Trabant, el mítico coche de la Alemania comunista, que pintó la germana Birgit Kinder saliendo del muro tras haber impactado con él bajo las palabras Test the Best (Prueba al mejor). También destacan, entre otros, los coloridos personajes del creador francés Thierry Noir, otro artista que terminó haciendo de Berlín su hogar.
Oficialmente, la East Side Gallery ‘abrió’ al público el 28 de septiembre de 1990. En noviembre de 1991 fue reconocido como “monumento histórico protegido”. Sin embargo, esa protección no ha impedido la aparición de la lujosa torre de apartamentos que rompe el monumento. A principios de este año se presentó una película documental de los cineastas germanos Karin Kaper y Dirk Szuszies titulada Berlin East Side Gallery. En ella se cuenta la convulsa historia reciente de este espacio artístico, marcada por la rehabilitación de 2008 y por las obras inmobiliarias de hace dos años. Si triunfa el sentido común, ese largometraje nunca servirá para documentar el principio del fin de la East Side Gallery.