Todo esto viene a cuento de lo que acabo de contemplar en la pantalla grande de un cine. Se trata del largometraje Guadalquivir, dirigido por Joaquín Gutierrez Acha y producido por José María Morales, de Wanda Vision. Las aguas de este río de inmejorables imágenes, buenas palabras, mejor pronunciadas -Estrella Morente resulta todo un acierto- y músicas conmovedoras llevan mucho más lejos de lo que seguramente aceptan los límites de todo empeño comunicativo. En primer lugar porque rompen la tendencia a que la Natura quede excluida tan a menudo de las salas. Con este film nuestro país recupera la tendencia fundacional, es decir el hacer películas documentales para compartir ámbitos con el cine argumental.
Recuerdo que las primeras obras cinematográficas que se hicieron en España en los 60 del pasado siglo no fueron concebidas para la televisión sino para los cines de barrio. En segundo lugar se suman a los enormes aciertos de trabajos como Nómadas del Viento, Tierra, Deep Blue, Una amistad prodigiosa o Génesis, todas ellas distribuidas por Wanda, que por eso mismo viene a ser como un programa de recuperación de especies amenazadas, que no otra cosa es el cine documental de la Natura.
Lo -a mi entender y sentir- más importante es que Guadalquivir aviva el descubrimiento, cada día más imprescindible, de pertenencia. Pertenencia a un fluido vital cuajado de sorprendente belleza. Esta magnífica película descubre el valor de lo inmediato, de lo por desgracia desconocido aunque esté ahí mismo, en la vieja Andalucía. El que la vivacidad sea tan espléndido como no disfrutado espectáculo para abastecer sensibilidades. Que, en suma, permita fluir con lo que fluye, es decir, por el gran río andaluz y por, lo que aunque se nos quiera olvidar, nuestras venas.
Todavía me alcanza la memoria para recordar -con Platón, Pessoa y alguno más- que "vemos lo que somos". Veamos, pues, lo mejor de nosotros mismos confluyendo con esta magnífica película.