Gracias al auge de las redes sociales, los ciudadanos de a pie nos hemos dado cuenta de que tenemos poder. Uno relativo y condicionado a que más de un individuo se manifieste en nuestra misma opinión, pero poder al fin y al cabo. Cada tuit evidenciando los errores y las faltas de información de las cadenas de televisión ha conseguido que éstas replanteen sus programaciones, e incluso terminen cancelando sus espacios debido al clamor popular que despiertan cada vez que aparecen en antena. Y si una cadena sabe bien de qué va esta presión social, esa es Televisión Española. La cadena pública ha entrado en un bucle de críticas del que no termina de saber salir. Tanto sus presentadores, como sus programas o sus decisiones, son cuestionados por el público, que siente que sus impuestos no se están invirtiendo en la forma que deberían, pero ¿es tan grave el asunto? ¿No hay forma de salvar la situación?
La cadena pública -más La 1, que La 2- se ha quedado sin rostros visibles que consigan atrapar a la audiencia y, a la vez, ofrecer un programa de calidad. O al menos, esa es la sensación que transmiten -y no sin falta de motivos-. El objetivo de una cadena financiada por el estado no debería ser la competencia con aquellas que se alimentan de fondos privados. Televisión Española no ha venido a nuestros televisores para ofrecer un contenido capaz de igualar el interés mediático de Telecinco o Antena 3. No es ese su cometido. Cuesta mucho entender que, antes de los recortes presupuestarios, el ente público luchara por las grandes competiciones deportivas como si de una empresa privada se tratara. ¿Dónde ha quedado el sentido de Estado? ¿Creen los responsables que relegando el cine español a una franja concreta de la segunda cadena ya están cumpliendo con los objetivos que se le presuponen? No, señores, esto no debería funcionar así.
Lo que debería cambiar en TVE
Nos hemos creído, a base de tropezar constantemente con la misma piedra, que las cadenas públicas están al servicio del gobierno de turno. Vemos tan normal que la extinta Canal 9 no pronunciara la palabra Gürtel como que la actual TV3 se dedique a promocionar la independencia catalana. Y no es que haya que dar la espalda a la sociedad, es que hay que ofrecer una visión neutra, acorde con todos los bolsillos, ya que son esos los que están financiando su continuación. De la misma forma, Televisión Española debería entender que su misión no es contentar a los posibles votantes del partido que gobierna.
¿En un estado aconfesional todavía queda lugar para la misa de los domingos? ¿Y para un programa que trata de rescatar el espíritu de Un, dos, tres como si todavía nos encontrásemos en la misma época social? ¿No hay nada mejor que ofrecer? Por no hablar de los salarios astronómico que, de vez en cuando, se filtran a la prensa. ¿De verdad es necesario traer a una presentadora desde Andalucía, con sus viajes y dietas, para que conduzca un programa con un 4% de share? ¿No había ninguna más cercana?
Dicho esto y aunque parezca la contrario, no nos llevemos las manos a la cabeza como si nos fuera la vida en ello. Tan preocupante es que una presentadora desconozca unas siglas como que otra entreviste a la persona que compartía hilos de tender con un presunto violador. Tan extraño resulta que un canal dedicado a las noticias no retransmita la dimisión de un ministro como que otros hayan convertido la política en una forma de ganarse la vida como si de una exclusiva en la crónica rosa se tratase. No nos dejemos cegar por el tuit fácil y pensemos que Televisión Española también es Alaska y Coronas -o Torres y Reyes-, un programa que no hubiese tenido cabida, ni recorrido, en la competitiva programación de Mediaset.
¿Es tan difícil de entender que el dinero público no es de uso privado? ¿Qué hay vida más allá de Toñi Moreno? ¿Que los ciudadanos merecen una televisión acorde al esfuerzo que les cuesta ganarlo? ¿Creen que eso es una utopía? Lamentablemente, parece que sí.