Pegados al televisor, con la boca abierta y comentando la jugada en vivo, por WhatsApp (aprovechando que ya funcionaba) o por Twitter. Así nos tuvo este domingo Jordi Évole en su particular 'guerra de los mundos'. Fue como lo de los americanos en la Luna, sólo que nosotros no teníamos a Kubrick… teníamos a Garci.
El documental sobre el golpe de Estado del 23-F fue como el gato de Schrödinger: a la vez era verdad y era mentira, hasta que nadie dijera lo contrario. Por un lado, la historia se iba volviendo inverosímil por momentos. Por otro, cómo señores tan serios como Fernando Ónega o Luis María Anson nos iban a estar vacilando de semejante manera. Para quien (todavía) no sepa de qué va la vaina, un resumen rápido: el 23-F fue planeado y estaba dirigido por José Luis Garci, que, como recompensa, se llevó el Oscar dos años después. Y así fue como Atresmedia, La Sexta, Salvados y Jordi Évole pusieron a prueba la credulidad de España.
La historia de Évole sobre la asonada tiene seis tanques dando vueltas por Valencia para parecer que son más, una caja misteriosa, la CIA avisada, etc...
Por si la imagen del guardia civil con bigotazo y tricornio gritando "¡Se sienten, coño!" no fuera suficiente, la historia de Évole tiene (además de la inestimable presencia de Garci) seis tanques dando vueltas por las calles de Valencia para parecer más, una caja misteriosa en el escritorio del Rey (ay, esa caja viajera), a los americanos de la CIA avisados para que no se asustaran y no liarla demasiado, un ensayo general con parlamentarios discutiendo porque no querían tirarse al suelo, gente saliendo por ventanas porque queda mejor en cámara que salir por la puerta… sólo faltó alguna cabra, que dan mucho juego.
Luego lo piensas y no sabes qué es peor: de ser cierto, Garci había dirigido el 23-F y le habían dado el Oscar por ello (aunque es imposible montar una película mejor que un falso golpe de Estado; eso hay que premiarlo de alguna manera). De ser falso, Anson te ha vacilado durante todo el rato que has estado pegado a la tele, y eso no se supera fácilmente...
Marcó la agenda
La cuestión es: ¿fue una broma de mal gusto o un ejemplo de televisión de calidad? Jordi Évole logró lo que pretendía: marcar la agenda. Este domingo por la noche, media España hablaba de su falso documental. Las reacciones, a favor o en contra, eran virulentas. Y este lunes la batalla continúa. Para algunos, el periodista de La Sexta ha errado al bromear con una cuestión demasiado seria en la Historia de España. Para otros, su idea es brillante por original y por salir de la mera efeméride.
Muchos televidentes se enfadaron porque consideran infame jugar así con el espectador, sobre todo por la relevancia del asunto tratado
Los enfadados consideran que es infame jugar así con el espectador, por la relevancia del asunto, porque muchos se habrán ido a la cama engañados y porque en la pieza no se respeta ni un solo principio ético del periodismo. Y los encantados creen que Évole sólo pretendía reírse y, de paso, denunciar el oscurantismo que aún queda sobre este asunto. Los unos ponen a parir a los participantes en el documental. Y los otros les aplauden. Por múltiples motivos. Un debate apasionante. Eso sí, la audiencia respondió: 5,2 millones de personas y un 23,9% de cuota de pantalla. Cifras de récord de la que ya es la emisión no deportiva más vista en la historia de La Sexta.
¿Funcionó el experimento? Si sólo nos fijamos en los datos de audiencia, sí. La Sexta se comió el estreno de Viajando con Chester (2,07 millones de espectadores) y logró poner frente al televisor a televidentes que no son seguidores habituales de Salvados. Por el contrario, si escuchamos las reacciones, no tuvo tanto éxito: no se entendió la intención y muchos lo interpretaron como una entrega más del formato Salvados, cuando realmente lo que vimos fue una ficción. También habría que cuestionar si 33 años son suficiente tiempo como para ver el 23-F con la distancia necesaria que requiere Operación Palace.
Cambio de papeles
Curiosamente, este domingo Évole, que siempre apuesta por la denuncia social, se intercambió los papeles con Iker Jiménez, de Cuarto Milenio, dedicado habitualmente a asuntos fantasmagóricos. El presentador de Cuatro planteó un programa serio, nada fantasioso, sobre los agujeros negros de la asonada. Con periodistas y expertos reputados que hablaron de conspiraciones reales. Al contrario que los Gabilondo, Anson, Leguina y cía de la pieza falsa de La Sexta.