Sostenía Pedro Sánchez este viernes que “hay derrotas parlamentarias que son victorias sociales”. Lo hacía después de ocho meses y medio de gobierno en los que ha acumulado muchos más fracasos que triunfos. Se podría pensar que sus palabras pretenden impregnar de cierto optimismo a lo que ha acontecido en España desde el pasado junio. Pero también se puede concluir que el presidente ha tirado de vergüenza torera ante la falta de conquistas en su hoja de servicios. Es difícil aspirar a tanto con tan poco. Como también lo es llegar a un rango tan alto con tan pocos méritos en el currículum.
Sánchez, como Al Capone, ha cometido muchos pecados durante su etapa de esplendor y, al igual que el mafioso neoyorquino, ha caído por cuestiones económicas. El capo lo hizo por fraude fiscal. El presidente, por las Cuentas de 2019, que fueron rechazadas por quienes apoyaron la moción contra Mariano Rajoy, pero no podían ser considerados aliados del Gobierno, pues, precisamente, es su enemigo a batir. El pasado miércoles, mientras los abogados de los independentistas definían a sus clientes como víctimas de una cacería política en el Tribunal Supremo, los representantes de estos partidos apuntillaban al bicho, que estaba aturdido y casi desangrado.
Cuesta entender cómo en este país pueden seguir enarbolando un discurso victimista quienes tienen la capacidad de tumbar gobiernos con su voto; o de conseguir cientos de millones de euros adicionales en unos Presupuestos por su capacidad para ejercer presión sobre el Ejecutivo. Del mismo modo, chirría el hecho de que un presidente se sitúe como el adalid de las causas sociales cuando concede este tipo de privilegios.
También clama al cielo que alguien se defina como un regenerador y un transformador de lo público cuando, entre otras cosas, ha aplicado dedazos como el de Juan Manuel Serrano en Correos, el de Óscar López en Paradores; o el de José Félix Tezanos en el CIS. Y tema aparte es el de su mujer, Begoña Gómez, a quien se le abrieron las puertas del Instituto de Empresa con una sospechosa facilidad, después del triunfo de la moción de censura.
La doble moral
Cuando salió a la luz el escándalo del máster de Cristina Cifuentes, Pedro Sánchez, entonces jefe de la oposición, exigió su dimisión. Unos meses después, el mundo conoció la existencia de un tal Voir Granovetter, que aparecía referenciado en la tesis doctoral de Pedro Sánchez y cuyo nombre se parecía sospechosamente al del sociólogo estadounidense Mark Granovetter. El 'voir' era simplemente consecuencia del copia y pega de un texto en francés. Y la tesis, un compendio de recortes descarados. Pese a ello, Sánchez no presentó su renuncia. He aquí el presidente de los justos.
Para intentar impregnar de una buena capa de maquillaje toda esta realidad, Sánchez dio mando en plaza a Iván Redondo, un politólogo que, acompañado de Miguel Ángel Oliver, ha dejado algunos momentos para la historia. Como aquel vídeo del presidente jugando con su perro, en el jardín de Moncloa. O esa foto con gafas de sol, a lo Kennedy, en el avión presidencial, que, por cierto, debería pasar por el mecánico después del ajetreo de los últimos meses.
La última ocurrencia ha tenido lugar este viernes, cuando Moncloa ha difundido unas imágenes de los ministros, en posición Mad Men (aunque con las ministras con cara de funeral); y un vídeo de la reunión del Consejo en el que aparecía un plano, con cámara en travelling, que recordaba al que se grabó hace unas semanas en el Consejo Europeo, con ese estilo Scorsese. El colofón lo ha puesto la que este Gobierno podrá vender como su gran conquista social: la noticia de que, finalmente, se exhumará a Franco del Valle de los Caídos y se le enterrará en un lugar a determinar.
Hubo quienes se dejaron deslumbrar por la fuerza de los nombres de los ministros que han configurado este Gobierno, con esa ignorante actitud que considera que un buen cartel asegura una buena corrida.
Frente a la realidad, tozuda, imagen. Frente a la minoría parlamentaria, propuestas populistas. Y frente a un país que necesita de una izquierda responsable para solucionar sus problemas territoriales, de pensiones o de educación, Franco, que lleva bajo tierra desde 1975, es decir, cuatro años antes de que el PSOE renunciara al marxismo como ideología de cabecera, en favor de la socialdemocracia. Pero no se trata del interés general, sino del particular. Y, en tiempos de escasez, hay que apelar al voto de la izquierda más fácil.
Hubo quienes se dejaron deslumbrar por la fuerza de los nombres de los ministros que han configurado este Gobierno, con esa ignorante actitud que considera que un buen cartel asegura una buena corrida. En la hemeroteca quedará para siempre aquel editorial de El País, recién nombrada directora Soledad Gallego-Díaz, que tenía por título Un buen gabinete. La realidad ha sido muy distinta y, pese a que Sánchez se esforzará hasta el próximo 28 de abril por situarse como víctima de "las derechas" y de los independentistas, lo cierto es que han sido sus errores los que han propiciado su caída. El primero, el de no convocar los comicios con anterioridad. Y después han estado la tesis, el relator, los dedazos, etcétera.