Hacer periodismo en España requiere hoy mucha más fe que antes de que arreciara la crisis económica. Por las redacciones siempre han circulado historias de coacciones, ajusticiamientos al atardecer y noticias envenenadas que dieron muerte a su autor. Son hechos que, aunque vergonzantes, forman parte de la esencia de la profesión y ni han desaparecido ni lo harán.
Especialmente recordado en el sector audiovisual es el viaje que, en 2005, realizó a Milán una comitiva de fontaneros de Moncloa -encabezada por Miguel Barroso- para pedir la cabeza de Paolo Vasile. El consejero delegado de Mediaset había declarado la guerra al Gobierno por permitir la entrada de Cuatro y La Sexta en la televisión en abierto, algo que el italiano había definido como un "golpe de Estado audiovisual". A alguien del Ejecutivo o del PSOE debieron sentarle especialmente mal esas palabras, puesto que Barroso y los suyos exigieron a Fedele Confalonieri -mano derecha de Silvio Berlusconi, que fulminara a su primer ejecutivo en España.
La capacidad de los medios de comunicación para resistir a estas presiones y rechazar las lisonjas de quienes mueven los hilos del país es actualmente mucho menor que hace unos años. Principalmente en el caso de la prensa escrita, cuya influencia ha mermado considerablemente, casi al mismo ritmo que lo ha hecho su cifra de negocio. Eso ha provocado que las páginas de algunos periódicos sean actualmente más dóciles con el Gobierno y con las empresas. Y eso ha dejado en la cuneta algunos ilustres cadáveres.
La destitución de Pedro G. Cuartango como director de El Mundo, acaecida el pasado martes, ha vuelto a despertar suspicacias entre los periodistas del diario, dado que se produjo pese a que el arandino había logrado durante los últimos meses aminorar el ritmo de caída de la difusión y pese a que contaba con el favor de una gran parte de la plantilla, que estaba satisfecha con el rotativo.
La capacidad de la prensa escrita para resistir a estas presiones y rechazar las lisonjas de quienes mueven los hilos del país es actualmente mucho menor que hace unos años, cuando podían mirar su cuenta de resultados sin tener que llevarse una mano a la cara.
Algunos de los profesionales que trabajaron en el rotativo en anteriores etapas atribuyeron la decisión de Unidad Editorial a la negativa de G. Cuartango a ceder a las presiones de sus editores. Uno de sus exdirectores, Casimiro García-Abadillo, escribía el jueves lo siguiente: "Como se ve, tampoco ha cumplido las expectativas de comodidad".
Basta echar la vista atrás para comprobar que la cabecera ha publicado durante los últimos meses algunas historias que han escocido al establishment. Una de ellas, es el escándalo de 'Football Leaks', que implica a Cristiano Ronaldo y que, por tanto, no resulta especialmente agradable para el Real Madrid. De hecho, este periódico ya contó cómo Florentino Pérez abroncó en el Santiago Bernabéu y delante de varias personas al director de Marca, Juan Ignacio Gallardo, porque un diario de Unidad Editorial difundiera esas noticias.
También es de sobra conocido que este empresario restringió a As y a Marca la posibilidad de hacer promociones con el escudo oficial del Real Madrid en represalia por su línea editorial, que consideraba que no había sido todo lo favorable para el club durante la etapa de José Mourinho en su banquillo.
A un medio de comunicación con las cuentas saneadas este tipo de coacciones no le afectan demasiado. Pero a cualquier periódico que haya sufrido los embates de la crisis de la prensa escrita le perjudicará sobremanera. Y los editores de estos últimos tendrán, por lo general, una menor resistencia a las presiones.
A Florentino Pérez le citó David Jiménez a declarar en el juicio en le que pretendía probar que su despido como director de El Mundo fue una consecuencia de su negativa a ceder ante las presiones políticas y económicas que recibió durante el ejercicio de su cargo.
Junto al presidente del Real Madrid, estaba llamado a comparecer José Manuel Soria. Entre las pruebas que el periodista iba a mostrar en la vista, se encontraban correos electrónicos y mensajes de voz que supuestamente acreditaban estas coacciones, de las que culpaba al presidente de Unidad Editorial, Antonio Fernández Galiano. El proceso finalmente se suspendió, previo acuerdo económico que, de una u otra forma, fue satisfactorio para ambas partes.
Perro come perro
Acusaciones similares a las que vertió David Jiménez contra su empresa las esgrimió Pedro J. Ramírez cuando fue destituido, en enero de 2014. El actual director de El Español culpó a su editor de haber capitulado a las presiones del Ejecutivo y del poder económico para provocar su cese.
En un artículo publicado en The New York Times pocos días después de su salida de El Mundo, incidió en que el Gobierno había pedido su cabeza por "hablar claro" sobre asuntos espinosos como el relacionado con los 'Papeles de Bárcenas'. Realmente, nadie duda de que el Ejecutivo pasó al ataque en cuanto se sintió amenazado por el segundo diario más vendido de España. Ahora bien, cabría preguntarse si su capacidad de dañar a su presa hubiera sido la misma diez años antes, cuando la prensa era un negocio rentable. Porque 2013 no fue el único año en el que El Mundo terminó en pérdidas; ni mucho menos el primero en el que se especuló con el despido de Ramírez.
Tan sólo un mes antes de que Pedro J. abandonara su puesto, el Conde de Godó decidió apartar a José Antich de la dirección de La Vanguardia. El periodista había situado al periódico más influyente en Cataluña del lado del proceso soberanista y eso, evidentemente, preocupaba en Moncloa. Según contó Melchor Miralles, el día de la fiesta nacional de 2013, Juan Carlos I abroncó al dueño de la cabecera -'Grande de España'- por haberla puesto al servicio de los intereses de Artur Mas.
Dos meses después, fulminó a su director y puso en su lugar a Màrius Carol, quien había ejercido durante una década de cronista de la Casa Real.
La pregunta que se plantea, a este respecto es la siguiente: ¿Por qué La Vanguardia, que siempre había defendido el encaje de Cataluña en España, se puso a favor de los independentistas? La respuesta, como casi siempre, se obtiene al seguir el rastro del dinero. En concreto, de las jugosas subvenciones que distribuyó la Generalitat durante aquellos años entre los medios de comunicación autonómicos. En 2012, por ejemplo, el Grupo Godó recibió 5,5 millones de euros para financiar la ampliación de una planta de impresión.
Guardián de la prensa, guardián del poder
El poder concede favores, pero nunca lo hace gratis. Ni hace la vista gorda cuando no obtiene los réditos que considera que merece. Hace ya casi un lustro que en el seno del Consejo Empresarial para la Competitividad (CEC) se acordó el rescate del Grupo Prisa a través de algunas grandes medidas, según contaron a 'Vozpópuli' fuentes implicadas en este lobby.
Por un lado, acreedores presentes en ese foro, como Caixabank y Santander, se comprometieron a capitalizar una parte de la deuda que tenían suscrita con la compañía de los Polanco. Por otro, Telefónica suscribió bonos convertibles en acciones por valor de 100 millones de euros. Y, por otro, se decidió abrir el grifo de la inversión publicitaria para aliviar su situación (algo que también benefició a otros grupos).
Mucho se ha hablado desde entonces de la línea editorial que han adoptado los medios de comunicación del grupo presidido por Juan Luis Cebrián. Todo está sujeto a interpretaciones, incluso este aspecto. Ahora bien, llama la atención que poco después de que se pactara el plan de salvamento del grupo -en el que siempre se ha atribuido un papel activo a Soraya Sáenz de Santamaría- Carlos E. Cué, el periodista encargado hasta entonces de las coberturas de los actos del Partido Popular y del Gobierno en El País, y que no era precisamente acomodaticio, fuera destinado a Argentina.
También choca que los periodistas Manuel Altozano y Rafael Méndez se marcharan del rotativo después de que su director, Antonio Caño, censurara una noticia relacionada con Telefónica y el marido de la vicepresidenta, Iván Rosa.
Teoría de la conspiración
El pasado 14 de mayo falleció el periodista Germán Yanke, quien en 2006 dimitió de sus puestos de director y presentador del informativo nocturno de Telemadrid por las presiones políticas -según su versión- a las que le sometía Esperanza Aguirre. Uno de sus colaboradores, Pablo Sebastián, aseguró entonces que en su salida había influido su negativa a 'comprar' la teoría de la conspiración sobre el 11-M que defendían otros medios conservadores, como COPE y El Mundo. Cuando José Antonio Zarzalejos fue cesado como director de ABC, en 2008, poco antes de las elecciones generales, denunció haber sufrido presiones similares por no haber defendido esa línea de opinión sobre los atentados de Madrid.
Más recientemente, en marzo de 2015, Jesús Cintora fue despedido como presentador de Las Mañanas de Cuatro, oficialmente, por no haber seguido las indicaciones que le transmitían sus superiores sobre el tono que debía adoptar su programa, que era especialmente crítico con el Gobierno. Casualmente -o no-, Soraya Sáenz de Santamaría anunció pocos días después la convocatoria de un concurso de licencias de TDT en el que Mediaset finalmente resultó premiada.
A Pedro G. Cuartango nadie le ha definido durante los últimos días como transigente con las peticiones de los poderes y de los responsables de su propia empresa. Es decir, no era precisamente cómodo para el establishment, como ocurre en los anteriores ejemplos citados en este artículo.
De la relación del gobierno y de las élites económicas con la prensa habla la frase que pronunció Pedro J. Ramírez en una de las intervenciones que protagonizó después de ser despedido de El Mundo, atribuida al expresidente estadounidense John Adams: "Las mandíbulas del poder están siempre abiertas para devorar, y su brazo está siempre extendido para, si es posible, destrozar la libertad de pensar, hablar y escribir"
Desde luego, sus dentelladas son más potentes y certeras desde que comenzó la crisis económica y se debilitó la salud de los medios.