Se llama Joan Canadell y es el presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, una de las últimas organizaciones que ha conquistado el independentismo, sabedor desde aquel aciago otoño de 2017 de que el dinero es cobarde. Tanto, que puede tolerar las gamberradas de un movimiento rupturista e incluso financiarlas bajo manga, pero nunca apoyarlo de forma explícita ni asumir el coste de sus destrozos. El tal Canadell compareció hace unas horas ante los medios de comunicación y, como es habitual, un periodista le inquirió a que repitiera en español una intervención en catalán. “¿Es que los medios no tienen traductores?”, contestó, poco antes de dejar claro que contestar en un segundo idioma le parecía “una pérdida de tiempo”.
Ninguna de estas agresiones implica un enfrentamiento violento, pero, como dijo aquel, ‘suavemente me matan’. El pasado 11 de junio, la portavoz de la Generalitat, Meritxell Budó, exhibía una conducta similar en una rueda de prensa, en la que expresó su negativa a responder en español a un medio de comunicación, también por cuestiones de practicidad. Su reacción, evidentemente, no hubiera sido la misma si le hubieran pedido que interviniera en el otro idioma oficial en esta comunidad autónoma.
TV3 emitió el pasado domingo un reportaje, titulado Llenguaferits. en el que se exponían varios argumentos que defiende el independentismo para proteger el catalán, una lengua que podría desaparecer en los últimos años, según advertían sus autores. Tras observar la sucesión de barbaridades que se planteaban en la pieza, uno se llega a preguntar cómo es posible que todavía haya ciudadanos que creen las monsergas de quienes sostienen esta ideología.
Netflix, peor que Franco
En el documental –bien descrito este martes por Miquel Giménez- se analizaban con cierta manía persecutoria los peligros a los que se enfrenta el idioma catalán en el mundo global y se advertía del presunto riesgo de que quede reducido a la nada si no se toman las medidas de protección necesarias. Entre las fuentes a las que recurría el reportaje se encontraba el tal Víctor Amela, escritor y periodista que aseguraba, sin sonrojarse, que “Cataluña es como una burbuja que el resto de España no conoce no quiere conocer”. Otro, de nombre Pau Vidal, aseguraba –agárrese los machos- que “Netflix es más poderoso que el franquismo”, dado su poder para primar el español, con 500 millones de hablantes, sobre el catalán, con 10 millones.
Mientras tanto, una voz en off alarmaba sobre el hecho de que haya usuarios de YouTube e Instagram que prefieran el español al catalán por el business, dado que el idioma de Cervantes tiene una mucha mayor penetración en Latinoamérica. De paso, exponía su preocupación por el predominio del castellano en el patio de los colegios, entre los inmigrantes e incluso en las tostadoras inteligentes –han leído bien-, que no hay manera de que respondan con un ‘gracies’ cuando uno conversa con ellas. Como excepciones, mostraba a algunos músicos y a una ‘youtuber’ que se expresaban en la lengua regional. No así los electrodomésticos, que parecen pecar de ‘hispano-centristas’. Es todo delirante.
El tono del reportaje es tramposo, dado que sugiere que el catalán está en riesgo por el predominio del español y por el sinsentido de unas leyes lingüísticas que han sido como bombas de relojería para este idioma, tal y como sugiere una de las intervinientes. En realidad, este tipo de mensajes catastrofistas buscan justificar los privilegios que se conceden a los hablantes de una lengua frente a los de otra; y las decenas de prebendas anuales que se reparten entre el aparato cultural y mediático que, en catalán, respalda los intereses del independentismo, como se puede apreciar en este artículo. Visto lo visto, cuesta pensar que una lengua que recibe tantos millones de euros esté discriminada.
No hay espacio para el resto
Sobra decir que en los 30 minutos del documental no aparece ni una sola voz que ponga el contrapunto y exprese el potencial del español, la riqueza del bilingüismo o los riesgos de la discriminación positiva. Pero el asunto no sorprende, dado que esto ya ha ocurrido en anteriores ocasiones, en las que las piezas informativas de TV3 –que cuentan con una pulcra producción- han respaldado los intereses de la Generalitat sin voces críticas ni excesivo rubor.
El Consejo Audiovisual de Cataluña ha tenido que tramitar denuncias por esta falta de independencia y siempre ha respaldado el modus operandi de la televisión pública. Poco se puede esperar de un organismo comandado por un presidente, Roger Loppacher, que no acostumbra precisamente a llevar la contraria a los independentistas; y que, entre otras tropelías, llegó a amenazar a la Cadena SER, a Onda Cero y a la Cadena COPE con la apertura de un expediente sancionador por no emitir las cuñas del referéndum soberanista de noviembre de 2014, prohibidas por el constitucional.
Aquello fue un mensaje que iba en la misma línea que lo anteriormente expuesto en este artículo. Se trata de arrinconar todo lo que no comulga con los lisérgicos postulados de la Generalitat; y de marginar todo lo que no huele a catalán; y a la falsa catalanidad que han impuesto sus dirigentes y sus palmeros mediáticos, tan satisfechos con su puntual ración anual de dinero público y acríticos con las siniestras maniobras de los soberanistas.