Pedro Sánchez es un político recompuesto a partir de sus propios añicos. Desde que perdió las elecciones de diciembre de 2015 ha sido el underdog del PSOE, el rival endeble que buscaba Don King para que sus púgiles de cabecera aumentaran su récord de victorias sin sudar en exceso. Perdió en sus duelos con Rajoy, gastó demasiado para ganar a los puntos -y por la mínima- a Pablo Iglesias; y fue noqueado por Susana Díaz, a quien respaldaban las vacas sagradas socialistas y el 'aparato' mediático. El 2 de octubre de 2016, salió de Ferraz con sus pertenencias apiladas en cajas y su carrera política reducida a un mero carné de partido. Poco después, se lanzó a la carretera y, quien sabe si por su perseverancia -innegable- o por una extraña alineación de los astros, menos de dos años después es presidente del Gobierno. Contra todo pronóstico y sin haber contado con aliados claros en la prensa. Muchos apostaron contra sus rivales, pero casi nadie a su favor.
Ciertamente, la política se ha vuelto una disciplina farragosa para quienes tratan de ganarse la vida con el análisis predictivo. Especialmente, en esta larga primavera dublinesa que vive Madrid, en la que todo el mundo mira al cielo y a la televisión antes de salir de casa, por si en la calle o en el Parlamento amenaza con descargar una tormenta de granizo. La ascensión de Sánchez fue prácticamente impredecible porque el propio personaje lo es. La oposición le acusó de querer conformar un Gobierno Frankenstein, pero, en realidad, el monstruo de las cicatrices es él, pues su propia figura política se ha erigido, reciclado y parcheado con pedazos de ideología y propuestas que, según el caso, son incompatibles las unas con las otras, lo que siempre complica la tarea de hacer amigos en los medios.
Sánchez, como Donald Trump, ha llegado al poder con muy pocos amigos en los medios, lo que invita a reflexionar sobre la pérdida de influencia de estas empresas, que aún están plagadas de directivos que las sitúan como los grandes focos de influencia de la sociedad. Conviene remontarse al 29 de octubre de 2016, cuando fue entrevistado por Jordi Évole en un momento en el que se encontraba con una mano delante y otra detrás, fuera del Parlamento, de Ferraz y de los principales círculos de poder. En la conversación, denunció las presiones que había sufrido por parte de “los responsables de El País” para que no sellara un pacto de Gobierno con Podemos. Pocos días antes, el diario exigía su dimisión como secretario general del PSOE en un editorial en el que le definía como un “insensato sin escrúpulos”. El Grupo Prisa estaba entonces presidido por Juan Luis Cebrián, que había forjado una alianza con Soraya Sáenz de Santamaría que, como tantas otras, se sustentaba en el “yo te cuido si tú me cuidas”.
Sánchez, como Donald Trump, ha llegado al poder con muy pocos amigos en los medios, lo que invita a reflexionar sobre la pérdida de influencia de estas empresas
Al frente del rotativo generalista se encontraba Antonio Caño, quien tuvo que pedir perdón a los suscriptores del diario después de publicar el citado texto, en el que ponía en duda la honorabilidad de Sánchez. El pasado viernes 1 de junio, a medianoche, cuando Mariano Rajoy apuraba sus últimas horas como presidente, El País publicó un artículo en el que aseguraba: “Desalojar a Rajoy, insistimos, es un imperativo. Intentar gobernar sin apoyos o, peor, con unos apoyos contraproducentes, una imprudencia”. Dos días después, el propio Caño firmaba un artículo de opinión -lo situaba por delante del de Mario Vargas-Llosa- en que volvía a pedir la convocatoria de comicios.
Este viernes, día sexto del nuevo régimen, Soledad Gallego-Díaz era presentada como nueva directora de El País. Prisa quiere volver a posicionar al periódico en la centro-izquierda y ha situado en el puesto a una mujer de una marcada ideología progresista. Caño estaba sentenciado desde hace varias semanas y sólo hacía falta buscar el momento oportuno para consumar su destitución. El cambio de presidente fue la ocasión perfecta. Desde luego, el 'sacrificio' beneficiará a 'la nueva Prisa' y al propio a Sánchez.
Chaqueta nueva
No hay duda de que al nuevo presidente del Ejecutivo le harán falta algunos cambios de chaqueta en los medios para tener un buen grupo de aliados. A tenor de lo visto esta semana, especialmente tras la presentación premeditadamente escalonada del 'Gobierno social media' -inocentes quienes piensen que un país lo gobiernan nombres-, parece claro que una parte de sus críticos le compondrán cantares de gesta a partir de ahora, sin dejarse influir en exceso por inoportunos dilemas éticos que generan malestares, amargan el carácter y no contribuyen a tener el plato lleno a la hora de comer.
Habrá que ver también cómo evoluciona su relación con La Sexta, la cadena tutelada por Mauricio Casals desde las sombras, quien en los pinchazos telefónicos del 'caso Lezo' se vanagloriaba de que “el sandwich al PSOE” (la pinza) estaba funcionando “de cine”, como se demostró en los comicios de 2015 y 2016, en los que el partido tocó fondo. El propio Sánchez criticó en el pasado la línea editorial de la cadena, que realizó guiños a varios de sus rivales, pero no a él. Este jueves, en el informativo del mediodía de este canal, sus periodistas celebraban por todo lo alto que el Ejecutivo tuviera más mujeres que hombres. Y el nivel de crítica a Sánchez era -por así decirlo- indetectable. Desde luego, parece que una de las partes está dispuesta a olvidar las viejas rencillas.
Habrá que ver si Sánchez decide cobrarse a partir de ahora las cuentas pendientes con La Sexta y se apoya en Mediaset, su principal competidor
Resulta curioso, por cierto, que el nuevo presidente haya elegido a un periodista de Mediaset, Miguel Ángel Oliver, para encabezar la Secretaría de Estado de Comunicación. Sobre todo, si se tiene en cuenta la buena relación que une a Sánchez con Pedro Piqueras, el director de Informativos Telecinco. En el recuerdo quedan las fricciones que este grupo audiovisual mantuvo con el Ejecutivo socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, quien, en 2005, montó en un avión rumbo a Italia a unos cuantos fontaneros de Moncloa para pedir a un emisario de Silvio Berlusconi la cabeza de Paolo Vasile, su consejero delegado en España.
Habrá que ver si Sánchez decide cobrarse a partir de ahora las cuentas pendientes con La Sexta y se apoya en Mediaset, su principal competidor y la antigua casa de Máxim Huerta. Entre medias de estos grupos está situada RTVE, de la que saldrán próximamente los hombres de Génova después de que se resuelva el concurso público que pretende despolitizar sus órganos de gobierno. Permítanme que no me crea ni una palabra hasta que no vea el resultado. Como consejero áulico del nuevo presidente seguirá Iván Redondo, un 'mago de la imagen' que formó parte del Ejecutivo de José Antonio Monago (PP) en Extremadura, en un período en el que la televisión pública no voló libre, precisamente.
La rentabilidad de la agitación
Por lo que se ha visto durante la última semana, la situación no invita precisamente a ser optimista. Lamentablemente, el negocio manda, la audiencia ejerce un poder dictatorial y gran parte del 'aparato mediático' prescindirá de los matices para evaluar al nuevo Ejecutivo, como ocurría con el anterior. Los medios han querido ser esclavos de quienes pagan y de quienes los 'consumen', de ahí que muchas veces antepongan los clichés a lo razonable. La fast food propagandística al solomillo argumental. Y si hace falta radicalizarse o cambiar de chaqueta para mantener a flote el negocio, tonto el último. Muchos de los que han vivido bien contra el Gobierno de Rajoy, no dudarán en reinventarse. Y viceversa. La coherencia no suele ser un obstáculo cuando hay dinero mediante.
En un tiempo en el que los grandes popes de la política y de los medios hablan de la necesidad de combatir las fake-news, resulta desilusionante observar cómo se aparca el debate sobre el desgaste que ha sufrido la credibilidad de la prensa del establishment
En un tiempo en el que los grandes popes de la política y de los medios hablan de la necesidad de combatir las fake-news, resulta desilusionante observar cómo se aparca el debate sobre el desgaste que ha sufrido la credibilidad de la prensa del establishment como consecuencia de este tipo de prácticas, que han provocado que los ciudadanos, desencantados como consecuencia de la crisis, cada vez confíen menos en la prensa tradicional.
En este contexto, en el que, por otra parte, el periodismo ha perdido claramente el monopolio de la información por las nuevas posibilidades tecnológicas, los underdog de la política han cosechado varias victorias (upset) contra todo pronóstico, pese a tener en su contra a la práctica totalidad de los medios de comunicación. Ahí está Pedro Sánchez, en Moncloa, tras un duro camino en el que no le ha prestado apoyo ninguno de los cuatro principales periódicos; ni la televisión pública; ni los periodistas más influyentes de las cadenas privadas, que han mirado hacia la oposición o hacia sus rivales en el partido en lugar de hacia su otrora triste figura.
Quizá estos hechos deberían invitar a reflexionar sobre la merma de la influencia de los medios de comunicación tradicionales en la edad de las redes sociales, que parece proporcional al desencanto de una parte de los ciudadanos con el sistema. Es decir, enorme. Quizá esto explique a Sánchez. Al Sánchez presidente, me refiero.