Las elecciones primarias del pasado mes de agosto fueron un verdadero parteaguas de esta fase final y agónica del macrismo. Nadie en Argentina da un peso por el actual presidente, que a sus problemas políticos suma los de la licuefacción lenta de la economía. Todo se le ha torcido a este hombre en sólo unos meses. La crisis ya no es una hipótesis de trabajo como sucedía hace un año. Tampoco se trata de reveses puntuales en el plano macroeconómico. La crisis ya se ceba en el argentino de a pie.
El desempleo ha crecido y también el índice de pobreza, que afecta ya a un tercio de la población, unos 9 millones de personas, la inflación sigue disparada y la morosidad bancaria está al alza desde hace casi dos años. Son muchos los argentinos que viven colgados de la tarjeta de crédito. Ya porque el salario no les llega, ya porque se han quedado sin empleo y tiran de tarjeta para gastos básicos como la comida. Cuando a fin de mes no pueden hacer frente a los cargos el banco les financia el descubierto a intereses leoninos de hasta el 150% anual. La clásica espiral de deuda que asfixia a todo el que se mete en ella.
El fantasma del corralito
La situación financiera del ciudadano medio no es muy diferente a la del Estado, cuyas cuentas hacen aguas por los cuatro costados y no se atisba el modo de ponerlas en orden. La deuda pública se acerca al 100% y el peso no hace más que devaluarse, lo que ha ocasionado que todo el que puede permitírselo, compre dólares para meterlos en su propia caja fuerte, debajo de la cama o directamente en un calcetín. El corralito de 2001 está aún fresco en la memoria colectiva y nadie quiere verse como entonces, impotente ante la sucursal bancaria aporreando una cacerola para que le devuelvan sus ahorros.
De nuevo idéntico panorama vemos reflejado en el Gobierno, que no desea convertirse de nuevo en un paria internacional repudiado por sus impagos. Pero todo indica que podría volver a producirse algo quizá no igual, pero si semejante a lo de las infaustas navidades de 2001. El peso se ha desplomado. Hace un año para comprar un dólar hacían falta unos 35 pesos, hoy son necesarios entre 55 y 60 en función de la cotización del día. Todos los productos de primera necesidad se han disparado de precio en el último año: el litro de leche se ha encarecido un 100%, el de aceite un 42%, el de azúcar un 53% y la gasolina un 48%.
Todo lo que los argentinos destinan a sobrevivir no pueden destinarlo a pagar impuestos, que es lo que necesita ahora con urgencia el Estado. Tiene que devolver una gran cantidad de dinero que pidió prestado. La deuda que colocó dentro de Argentina mediante letras como las Lebac o la Leliq puede impagarla tranquilamente, no así la que tiene contraída fuera. Al FMI, por ejemplo, del que recibió 57.000 millones de dólares hace un año y que no saben muy bien cómo van a devolver. No lo han dicho así de claro pero si han pedido reestructurar el préstamo negociando los plazos de amortización.
Probablemente el FMI se avenga a esta reestructuración. A fin de cuentas presta un dinero que no es suyo. El FMI es un organismo dirigido por políticos profesionales que siempre disparan con pólvora del rey. A sus gestores nada les pasa por equivocarse, jamás pagan por sus errores. Ahí tenemos a Christine Lagarde que tras este destrozo ha sido premiada con la presidencia del Banco Central Europeo. Lagarde es como una plaga egipcia. Va dejando desastres a sus espaldas y el rescate a Argentina no es una excepción.
Ha provocado una huida masiva de los inversores y un apetito insaciable por divisa dura ya que al peso todos le dan por desahuciado
Si lo peor se termina materializando, es decir, si Macri o Alberto Fernández declaran la bancarrota habrá que ver como se pone Donald Trump. EEUU es quien más aporta al Fondo, un 17% del total. Francia sólo pone el 4%, pero los directores suelen ser franceses. En los últimos 40 años de seis directores cuatro han sido franceses. Antes disimulaban y enviaban al Fondo a banqueros con un perfil técnico como Jacques de Larosière o Michel Camdessus. Ahora son simples políticos, por lo general maestros de las relaciones públicas y bien conectados por arriba como Strauss-Kahn, Rodrigo Rato o la propia Lagarde.
Por de pronto algunos países como Suecia, Italia y Holanda se han negado a suavizar las condiciones del rescate argentino. Con bastante razón, por cierto, porque en otros casos como el préstamo a Ucrania el FMI se ha negado a mover una sola coma. Pero Ucrania a diferencia de Argentina no amenaza quiebra inminente. A día de hoy el principal acreedor del Gobierno argentino es el FMI. Aproximadamente un tercio de todo lo que debe se lo prestó el Fondo. Macri se colgó de una deuda sólo pagable a duras penas porque era incapaz de contener el gasto. Esa es la cruda realidad.
En tanto que a finales de agosto tuvo que impagar los pasivos a corto plazo, los temores de que impague también el rescate toman cuerpo conforme se acercan las elecciones. Esto ha provocado una huída masiva de los inversores y un apetito insaciable por divisa dura ya que al peso todos le dan por desahuciado. Sólo así puede entenderse la implantación de un nuevo cepo hace unos días. Los argentinos no podrán adquirir más de 10.000 dólares por persona y mes. Algo que ya existía durante el kirchnerismo y cuya eliminación fue uno de las primeras medidas del Gobierno Macri hace cuatro años. Con el panorama electoral que se presenta a menos de dos meses vista la única pregunta que muchos se hacen es si la quiebra se producirá antes o después del 10 de diciembre, fecha en la que está previsto que comience el nuevo mandato. A Mauricio Macri, el hombre providencial que iba a sacar a Argentina del marasmo, le quedan aún por delante ocho semanas de pura hiel.