Cuesta sonreír al llegar a Niza. El paisaje ha cambiado hasta en los gestos cotidianos. Incluso en ellos se han perdido libertad y derechos ciudadanos de una forma sorda. Casi intangible. Las papeleras han desaparecido de su estación central de tren. No es un ‘olvido’ del gobierno o de la SNCF, la Renfe gala. Es una cuestión de securité. Trece meses después, los ecos de la embestida del camión conducido por el terrorista Mohamed Lahouaiej Bouhlel sembrando terror, caos, miedo, desgracia y muerte por el imponente Paseo de los Ingleses siguen rezumando en el interior de sus habitantes. Un paseo marítimo perfecto para contemplar esta postal de la Costa Azul reconvertida en autopista hacia el horror por aquellos que no tienen corazón, ni alma ni siquiera un dios (con el nombre que queramos darle) al que rendir cuentas.
El dolor sigue vivo quemándose en combustión lenta entre sus habitantes. Todos hacen el esfuerzo por volver a la normalidad. Recuperar la sonrisa. Pero el paisaje ha cambiado. Sin duda. En todas las principales arterías de Niza. El Paseo de los Ingleses, por supuesto. La zona cero donde fallecieron 85 personas y quedaron heridas otras 303. Pero también en Jean Médecin, la gran avenida que vertebra comercialmente la ciudad hasta el mar. Y qué decir del laberinto de calles de la zona de Niza Vieja; la plaza del Palacio de Justicia; la antigua ciudad enclavada en el Parc du Château, la colina donde la vista se pierde entre la arquitectura prácticamente monotemática de los antiguos edificios de la ciudad en paralelo al cristalino azul del mar… Por allí ha desaparecido mobiliario urbano intercambiado por otro tipo de mobiliario para reforzar la securité. Bolardos, grandes jardineras, pequeños monolitos de piedra que ejercen de bancos… Todos colocados armónicamente, con una separación mínima que hacen imposible la entrada de cualquier tipo de vehículo de dos ejes. Apenas las taxi moto, a la caza del turista, tienen acceso a estas zonas.
Alicatados de armas de todo calibre y chalecos antibala (...) Invisibles ya para sus ciudadanos pero un punto de impacto visual inevitable para el forastero"
Un nuevo catálogo de medidas de seguridad forzadas por el atentado de la noche del 14 de julio de 2016. Un nuevo catálogo envuelto dentro de la nueva realidad de Niza. Una ciudad salpicada de grupos (nada aislados) de gendarmes y militares, que se entremezclan con el bullicio, al más puro estilo Rambo. Alicatados de armas de todo calibre y chalecos antibala, se entremezclan por el bullicio sin intención alguna de alterar la rutina diaria de la ciudad. Invisibles ya para sus ciudadanos pero un punto de impacto visual inevitable para el forastero. En un paseo de apenas 10 minutos, por cualquiera de las zonas más transitadas, se pueden cruzar varios bonjour con los diferentes grupos de militares y gendarmes que protegen Niza de otro momento de terror como el de aquella macabra noche de hace 13 meses.
“El ejército no molesta, nos aporta seguridad y tranquilidad. ¿Qué si hemos perdido libertad porque estén militares y gendarmes en las calles? En absoluto. Nadie en Niza quiere que se vuelva a repetir un atentado”, comenta el conductor de uno de los trenes turísticos de la ciudad. Este negocio también ha visto como la masacre del ISIS ha obligado a cambiar trayectos, para dejar al mínimo el traqueteo turístico por el Paseo de los Ingleses. El atentado de Niza alteró el nivel antiterrorista. Del 4 al 5, el máximo, sinónimo de sacar el ejército a las calles. Chavales, mujeres y hombres, con sus trajes de combate, sus armas reglamentarias, e incluso sus gafas de sol al más puro estilo Top Gun, que no están estigmatizados, como desgraciadamente sí lo están aún en esta España dolorida por la masacre de Las Ramblas de Barcelona.
Lo mismo sucede ahora a quiénes hemos paseado por esas maravillosas Ramblas sin rumbo fijo y con el único miedo a ser víctima de un carterista"
Trece meses después, a Niza le cuesta volver a sonreír. Apenas unos chavales carcajean abiertamente ante el baile absurdo de una marioneta que mueve graciosamente un viejo al final de la avenida Jean Medécin. Los mayores no pueden acompañar el festejo infantil. Siempre uno de ellos, padre, madre, abuelo, abuela, tío, padrino o amigo, siempre uno de los mayores de cualquier grupo que se reúne en una acera vigila la calzada más cercana. El atentado lo ha instalado como una especie de tic de supervivencia en cada uno de ellos. Otro golpe a nuestras libertadas individuales. Poder caminar sin tener que echar la vista atrás. “No se puede vivir con miedo, pero sí tenemos que aprender a vivir a protegernos”, asegura un camarero, como explicación de ese nuevo gesto obligado por la barbarie. Cuesta sonreír al llegar a Niza. Lo mismo sucede ahora a quiénes hemos paseado por esas maravillosas Ramblas sin rumbo fijo y con el único miedo a ser víctima de un carterista. Todos unidos debemos ayudar a Barcelona a recuperar pronto esa indolora rutina. Costará, claro que costará.