Yo sí tengo miedo, y porque lo tengo pasé la tarde del jueves pegado al móvil hasta que logré contactar con mis hijas, vecinas de Barcelona, para asegurarme de que ellas y sus hijos, mis nietos, estaban a salvo de la barbarie terrorista que esa tarde asoló Las Ramblas. Miedo a la mentira de una información oficial que horas después de ocurrido el rally de la furgoneta asesina seguía insistiendo en la cantinela de “un muerto y decenas de heridos”, cuando los vídeos que ya circulaban por la Red daban muestra sobrada de la dimensión de la catástrofe. Miedo y estupor escuchando a los líderes políticos locales –Junqueras y Puigdemont, con el Ada madrina en medio- contando en catalán y sólo en catalán la película de lo ocurrido a los españoles en Radio Televisión Española. Ni una mención a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad de Estado, ni a España, ni al Gobierno de la nación. Sectarismo a palo seco, y caritas de miedo en Ada y sus muñecos, acojono, pánico al verse sobrepasados en su pequeñez por lo ocurrido “in Spain” desde el minuto uno para la comunidad internacional. Miedo e indignación al enterarnos de que la posibilidad de instalar bolardos en la Rambla y otros puntos emblemáticos de Barcelona para evitar un ataque terrorista como los ocurridos en Niza o Berlín fue descartada a finales de 2016 por la Generalidad, a pesar de la instrucción expresa en contrario enviada por el Ministerio del Interior en carta firmada el 20 de diciembre por el comisario general de la Policía.
La consellería de Interior consideró que lo oportuno era “incrementar la presencia policial durante toda la jornada”. Pero el terrorista no solo no encontró barrera alguna que le impidiera acceder a la Rambla desde la Plaza de Cataluña, sino que ningún Mosso estaba allí para impedirlo disparando a matar contra el conductor. ¿Dónde estaba esa “presencia policial” a las 5 de la tarde de un jueves de agosto, con la Rambla bullendo de turistas ociosos? ¿Alguien va a dar cuenta de este desafuero? ¿Alguien va a asumir su responsabilidad ante las 13 víctimas mortales? Miedo y rabia por la irresponsable, tal vez cabría decir criminal, política que en materia de inmigración ha seguido un nacionalismo catalán que, poco satisfecho en el fondo con sus “rufianes”, ha querido cerrar el paso a la llegada de inmigrantes de habla española para sustituirlos por musulmanes con la idea puesta en que estos, tierra fértil para la semilla del odio a todo lo español, terminarían mostrándose más proclives al discurso secesionista. El resultado es demoledor. Cerca del 40% de la población musulmana que vive en España está radicada en Cataluña (con especial preponderancia en Gerona), comunidad que acoge a la mitad de las mezquitas salafistas radicales existentes en el país.
Los 12 terroristas que integraban la célula de Ripoll responsable de los ataques en Barcelona y Cambrils no estaban en la lista de sospechosos, y no pocos de ellos han nacido en Cataluña. Todos gozan de las ventajas del Estado español, todos viven plácidamente, todos chupan de la teta de nuestro Estado Providencia, todos reciben seguro de paro y subvenciones, y educación y sanidad gratuita. Todos gozan de ayudas preferentes de una administración catalana que les trata con mimo, mientras las niega a catalanes que las precisan. Y todos quieren destruirnos. Miedo y monumental cabreo. Oigamos el saludo alborozado de la Ada madrina barcelonesa: “Frente a quienes construyen muros, alzan vallas e instalan concertinas, nosotros tenemos un mensaje: refugiados, refugiadas, sed bienvenidas”. O la admonición del estadista Pablo Iglesias: “Europa se ha gastado más dinero en elevar muros que en ayudar a los refugiados”. O la infantil algazara, entreverada de jolgorio, de Manuela Carmena, alcaldesa madrileña: “Yo aplaudía por aquellos que han saltado la valla desde Marruecos, porque sí, nosotros queremos que vengan con nosotros, y lo queremos de verdad, queridos amigos, porque son los mejores, los más valientes”. Welcome refugees.
¿Por qué los fanáticos del islam radical eligen España para protagonizar sus mayores salvajadas? Porque lo tienen más fácil que en ningún otro país de la UE"
La valiente muchachada de Ripoll trabajaba febrilmente en la preparación de un gran atentado con explosivos capaz de producir cientos de muertos, un nuevo 11-M con capacidad para superar ampliamente aquella carnicería. Miedo y alivio. Dentro de la tragedia, hemos tenido suerte, la suerte de que a los mal nacidos yihadistas asesinos se les cayera encima la casa de Alcanar (Tarragona) donde preparaban la matanza. Lo cual plantea algunas cuestiones elementales. ¿Por qué los fanáticos del islam radical eligen España para protagonizar sus mayores salvajadas? Porque lo tienen más fácil que en ningún otro país de la UE, más fácil incluso que en Bélgica. Es el camino abonado por el cambio de destino colectivo que expresamente buscó, y logró, la tragedia del 11-M, unido a la debilidad institucional, el efecto disolvente de la corrupción, la ausencia de liderazgos, la inanidad ideológica de una derecha perruna que se avergüenza de su condición, y la tragedia de una izquierda que desde Pablo Iglesias (PSOE) a esta parte se abraza a la bandera rojigualda unos días, mientras otros se limpia el trasero con ella.
Una sociedad infantilizada y propensa al miedo
Es el país que Javier Benegas y Juan Manuel Blanco describían en este diario hace ya un par de años (“La imparable infantilización de Occidente”). “El creciente infantilismo fomenta la difusión de miedos, esos temores inventados o exagerados que generan los reflejos distorsionados de la calle en la oscuridad de la habitación. Surge una 'sociedad del miedo', tremendamente conservadora, que en el cambio ve peligros, no oportunidades. Una colectividad asustadiza, víctima fácil del terrorismo internacional. Nunca fue el mundo tan seguro como en el presente; pero nunca el ciudadano medio vivió tan aterrado. Ni el intelectual tan temeroso de escribir lo que realmente ocurre. Una sociedad cobarde, insegura, que se asusta de su sombra, de lo que come o respira, que siente pánico ante noticias que, por definición, no son más que excepciones. Lo prueba la creciente atracción por el milenarismo: igual que en la Edad Media, los predicadores del Apocalipsis ejercen una singular fascinación, aunque sólo pretendan llenarse los bolsillos”. Una perita en dulce para el matonismo yihadista.
Basta ya de lamentos y mentiras piadosas. Basta de llantos. Hay que pasar al ataque. La sociedad europea está obligada a defenderse con la utilización de los medios legales que la democracia pone en manos del Estado (“el Estado como fuente exclusiva de legitimidad en el uso de la violencia”, según Weber), pero si Europa decidiera suicidarse a cámara lenta, los españoles de bien, que son mayoría, estarían obligados a exigir al Gobierno de la nación que declare la guerra al yihadismo con todas sus consecuencias, desde luego tomando las medidas pertinentes para expulsar del país a quienes nieguen el respeto debido a nuestra cultura y estilo de vida. No caben paños calientes. Esta es una guerra en toda regla. “El terror es el orden del día”, que dijo el jacobino Danton en el cénit de su influencia. Lo acabamos de ver en Finlandia, y también en la Rusia de Putin. No caben paños calientes. Se trata de una guerra distinta, más complicada de ganar, más llena de peligros en tanto en cuanto los bárbaros no están a las puertas, rodeando las murallas de la ciudad, que ya están dentro y tienen sus cómplices, partidos que se sientan en el Parlamento de la nación, y toda esa ideología de izquierda rancia que reclama la otra mejilla cuando ocurre un atentado y apela a la unidad, y recuerda que el islam no es violento, y apunta con el dedo e insulta a quien osa decir lo contrario, a quien sostiene que ya está bien de discursos buenistas, ya está bien de engañarnos con la corrección política, con el consenso, con la impostada unidad. Ya está bien de intentar narcotizar al pueblo llano con el valor de esa mansedumbre con vistas al mar del suicidio colectivo de quien no sabe o renuncia a defenderse. Los únicos responsables del discurso del odio son los asesinos y no las víctimas cuyos cuerpos yacían el jueves al inicio de Las Ramblas. Ya basta. Es hora de pasar a la acción.
No hay nada que envalentone más al yihadismo radical que la debilidad de nuestras narcotizadas sociedades occidentales"
Defender con determinación y liderazgo, con coraje democrático, la vida de las personas frente a la barbarie que propone el islamismo radical. Los desafíos siguen siendo los mismos a través del tiempo. Viene a cuento el famoso discurso (“The Iron Curtain Speech”) pronunciado por Winston Churchill el 5 de marzo de 1946 en el que, apelando a la necesaria “constancy of mind, persistence of purpose, and the grand simplicity of decision shall rule and guide our conduct” apunta al corazón del desafío que la extinta URSS proponía al mundo libre: “Por lo que he visto de nuestros amigos y aliados rusos durante la guerra, estoy convencido de que no hay nada que admiren más que la fuerza, y nada que les produzca menos respeto que la debilidad, especialmente la militar”. No hay nada que envalentone más al yihadismo radical que la debilidad de nuestras narcotizadas sociedades occidentales. Se trata de proteger la vida y la libertad del hombre corriente que quiere vivir sin miedo. Protegerlas hacia afuera, pero también hacia adentro. Protegerlas de los enemigos exteriores, pero también de los interiores. Protegernos de quienes desde dentro intentan dinamitar la unidad de España y convertir este país de siglos en una serie de minúsculos reinos de Taifas para medro de las oligarquías locales.
Doble defensa: contra el yihadismo y contra el secesionismo
Es la doble vertiente de esta guerra lo que explica que el Gobierno Rajoy no va a contar con ninguna ayuda del nacionalismo catalán a la hora de plantar cara, si es que se atreve, que esa es otra, a la amenaza yihadista. ¿Cómo defender el Estado, cabría mejor decir cómo defender España, con quien pretende acabar con el Estado y con España? ¿Cómo pedir unidad con esta tropa? No habían pasado ni 48 horas de la mascare de las Ramblas cuando Puigdemont se apresuró a ratificar que lo ocurrido “no variará un ápice la hoja de ruta independentista”. No esperábamos más ni menos de su xenófoba arrogancia. La ridícula pretensión de ningunear, de silenciar el trabajo, antes y ahora, del Cuerpo Nacional de Policía y de la Guardia Civil, gente que lleva años deteniendo yihadistas en Cataluña y evitando baños de sangre similares al de este jueves, era ya todo un indicio de la miseria moral que caracteriza a quienes hoy controlan la Generalidad de Cataluña. Ayer mismo, el miserable Joaquin Forn (horno), nuevo conseller de Interior tras la reciente purga de los tibios, llegó al punto de separar a las víctimas mortales del atentado entre catalanas y españolas: “Hay 13 muertos (…) dos personas catalanas y dos personas de nacionalidad española”. Un vómito, por lo demás, esperable.
Leído ayer en Le Figaro: “Barcelona y Cataluña iban a ser la Suiza del Mediterráneo. Neutrales y amables, al abrigo de las sacudidas geopolíticas del mundo. El terrorismo yihadista ha echado por tierra esa ilusión”. Ellos, sin embargo, a lo suyo. De alguna manera los atentados de Barcelona son el entremés sangriento al desafío que para este otoño nos ha planteado el secesionismo catalán. Los muertos de la Ramblas quedarán en la sombra dentro de unos días. El recorrido vital de Alexandro Gulotta, 7 años, ya no será el mismo cuando sepa que su padre perdió la vida en la Rambla de Barcelona por salvar la suya. Los supervivientes jamás volverán a vivir la vida que vivieron hasta que la barbarie de unos asesinos y la incuria de unos servidores públicos hicieron posible la tragedia. El resto lo olvidaremos pronto. Lo sepultaremos bajo una montaña de enfermizo buenismo, de palabrería hueca, de unidad impostada, de Adas Colaus prestas al llanto para intentar demostrar que son mejores que los demás, de mierda por arrobas, de bla, bla, bla… No podremos, sin embargo, dar la espalda a nuestro particular desafío, al envite que pretende terminar con un país rico que hace apenas unas décadas se comía los mocos de su proverbial pobreza, un país que apenas ha vivido 40 años en democracia tras siglos de capricho absolutista. Paz y prosperidad están en juego. También la libertad. Miedo y valor. Coraje. Ahí te quiero ver, España.