Al filo de las 13.15 del pasado viernes 23 de abril quien esto escribe opinaba en la tertulia Al Rojo Vivo de La Sexta que, tanto judicial como políticamente, sería “un error” mayúsculo ilegalizar la tercera fuerza política de España, Vox, por más que nos repugnen sus recetas para menores inmigrantes y abuelas; de repente, empiezan a lloverme en Twitter descalificaciones de simpatizantes de Podemos a los que no tengo el disgusto de conocer: “Eres un miserable”, “sinvergüenza”; incluso caricias de este jaez: “fascista, con tu sonrisa amarilla les blanqueas”. Nunca contesto, ganas no faltan.
Cinco días antes, domingo, paseando por una calle cualquiera en el municipio de Tres Cantos. Hablaba distendidamente por teléfono con mi compañera Ana Núñez-Millara -puede dar fé de lo que oyó a continuación-, cuando un transeúnte me reconoce y se para a dos metros con ademán de decirme algo. Me quito solícito uno de los dos cascos y espeta a bocajarro esta ráfaga de balas verbales con una mirada mezcla de irá y odio: “los periodistas sois lo peor, miserables”. No me quedó claro a cuál de las dos Españas pertenece. Tras el “gracias” de rigor entre gente educada, me alejé a paso ligero... que no era cuestión de liarme con el brazo en cabestrillo a cuestas.
¡Ah! También tengo un fan antifascista en Facebook que, cuelgue que cuelgue, responde obsesiva y puntualmente con comentarios tipo “Vozpópuli no se merece ningún tipo de respeto, fascistas corruptos”... así que convendrán conmigo que estamos (el plural mayestático es mío) a cinco minutos del “ratas” con que el otro extremo obsequia a Pablo Iglesias. Ganas no les faltan.
A periodistas y cargos públicos nos va en el sueldo aguantar pitos y aplausos, excesos de una parte de la ciudadanía cabreada, sin horizonte, que, solo si se convierten en amenaza explícita y continua, hay que derivar a la Policía
No me gusta tener que contarles esto. Nada. Va en contra de la deontología periodística, que abomina de la primera persona si no es plural; de hecho, mi familia y mis amigos tampoco lo saben, se está enterando ahora con usted, estimado lector... Si lo hago es por dos razones: primera, argumentar por qué creo que al periodismo y a la política, actividades expuestas a la crítica, se viene llorado de casa. Y, segunda, porque creo, honestamente, que Vox no es el causante único de la polarización que vive una España; ya estaba polarizada mucho antes de que Santiago Abascal se subiese al caballo.
A periodistas y cargos públicos nos va en el sueldo aguantar con estoicismo pitos y aplausos, excesos de una parte de la ciudadanía cabreada, sin horizonte, que, solo si se convierten en amenaza explícita y continua, resulta obligado derivar a las Fuerzas y Cuerpos de seguridad del Estado; de la manera más discreta posible, también, para no favorecer el “efecto llamada” en la cada vez más amplia capa de perturbados amparados en la impunidad de unas redes sociales convertidas en estercolero.
Así lo aconsejan desde la Policía y la Guardia Civil hasta la Ertzaintza o los Mossos de Esquadra, y, por encima de todo, así lo aconseja el sentido común: dar tres cuartos al pregonero sobre algo que, hasta que se esclarece, nunca se sabe si es amenaza real o ansia de protagonismo -ese cuarto de hora de gloria-, lo único que proporciona es un efecto propagandístico al agresor y dificulta las pesquisas policiales.
La sobreactuación “antifascista” de la izquierda por las balas enviadas a los hiperprotegidos Iglesias, Marlaska, y Maroto, y ahora también a Ayuso, concluida de momento con el ridículo balance de un esquizofrénico detenido, deteriora la convivencia
La sobreactuación “antifascista” de la izquierda a propósito de las balas enviadas en sobres a los hiperprotegidos Iglesias, al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, a la directora de la Guardia Civil, y, según parece, ahora también a Isabel Díaz Ayuso, ha concluido de momento con un balance ridículo pero esperable a poco que se tenga experiencia en información sobre seguridad: la detención de un esquizofrénico como supuesto autor del envío de una navaja a la ministra de Industria, Reyes Maroto... lección que ningún Gobierno debería olvidar antes de lanzarse a conjeturas extravagantes para salir del atolladero electoral el martes 4 de mayo.
Todavía resuenan en mis oídos aquel relato en privado de las amenazas e insultos por la calle que el desaparecido exministro del Interior y exvicepresidente socialista tan odiado por la derecha Alfredo Pérez Rubalcaba, siguió sufriendo muchos años después de dejar la política; impasible, él respondía con un “jamás” cuando su interlocutor le preguntaba si no habría que hacerlo público.
Es más, todavía recuerdo su gesto resignado en plan “esto es lo que hay” al ver mi cara de estupefacción porque me estaba costando encontrarle en el salón de un conocido restaurante de la madrileña calle Velázquez en el que habíamos quedado. El entonces profesor de Química de la Complutense se había situado en una mesa esquinada y apartada de miradas indiscretas y quien sabe si algo más. Dos meses después murió y con él murió una forma de entender el servicio público y la política, reñida con el relato y el humo tan en boga en estos momentos.
Soy plenamente consciente de que, para cualquier político en apuros, y los de la izquierda madrileña lo están de ser cierto lo que dicen los últimos sondeos, es muy fuerte la tentación de usar las balas y la navaja para convertir las elecciones madrileñas del 4 de mayo en una disyuntiva entre “fascismo o democracia” que tape la disyuntiva “comunismo o libertad”, planteada por Díaz Ayuso; pero, precisamente por eso, porque el guerracivilismo instalado entre nosotros no se va a borrar tan fácilmente cuando caiga el telón de la campaña electoral, es por lo que creo que hay que parar esta espiral suicida.
... Que se lo digan al candidato socialista, a quien todos dábamos por seguro próximo Defensor del Pueblo, fruto de la negociación de vacantes institucionales entre Pedro Sánchez y Pablo Casado, y ahora ya no está tan claro tras este enfrentamiento suyo tan personal y descarnado contra quien tendrá en última instancia que dar el visto bueno al nombramiento.
Preocupa ver al “soso, serio y formal” Ángel Gabilondo convertido en una suerte de versión La Pasionaria 2021 con su postizo No pasarán antifascista, tal que estuviéramos en el Madrid de 1936; cuando, en realidad, ya han pasao -Ayuso gobierna con apoyo de Vox desde hace dos años-, que cantaba Celia Gámez a los republicanos para desmoralizarles en aquella España bombardeada y muerta de hambre y piojos.
¿Qué quieren decir el candidato, su Jeje de filas o la mismísima Adriana Lastra? ¿Si el día 5 gobierna Ayuso con Vox, no la va a recibir Sánchez en La Moncloa? ¿No irán a los plenos de la Asamblea de Vallecas los autoproclamados diputados antfascistas de PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos? No me lo creo... y porque no me lo creo, porque es todo una tramoya que acabará con la campaña electoral en la medianoche de este domingo 2 de mayo, 213 aniversario del levantamiento contra los franceses, por cierto, es por lo que creo que debemos gritar un “¡Basta ya!”.
Ni bandos ni miedo
¡Basta ya! a quien llama “miserable” a otro por la calle a quien solo ha visto en tertulias y no conoce de nada; ¡Basta ya! a un Vox incapaz de admitir que su propaganda sobre menores extranjeros no acompañados (MENAs) y abuelas españolas de tez blanca y pelo canoso es una burda mentira; ¡Basta ya! a quien como Iglesias hizo carrera política a base de lemas disruptivos -“el miedo está cambiando de bando”- contra un régimen del 78 que acabó con los bandos y con el miedo entre españoles a la muerte de Franco.
Y ¡Basta ya! de sobreactuaciones “antifascistas”, de momento, a costa solo de un pobre hombre esquizofrénico; sobre todo, cuando el mismo Pedro Sánchez que ahora exige al PP un cordón sanitario contra Vox como supuesto inspirador de esta espiral de amenazas, en 2019 exigía la presencia de Abascal en los debates electorales -para dividir el voto de la derecha- y hace tan solo tres meses elogiaba su “sentido de Estado” (sic) en la votación de los fondos europeos. Vale.