Los expertos y las encuestas volvieron a fallar una vez más. El inclasificable Donald Trump da la vuelta a los pronósticos y su populismo antiestablishment aguanta hasta la recta final. Los americanos votan con el bolsillo y los Estados Unidos no son solo California o Nueva York ni la sociedad que nos presentan los grandes medios que odian a Trump, salvo algunas excepciones. La sociedad americana vuelve a mostrarse muy dividida entre las bases de Trump: blancos de zonas rurales, evangélicos conservadores, trabajadores de los suburbios y casi un tercio de los latinos; y los votantes de Joe Biden: afroamericanos, universitarios, mujeres y parte del electorado hispano.
Biden ya ha declarado ante los suyos que no dará su brazo a torcer hasta que no se cuenten todas las papeletas pues quien decide es el pueblo americano; y Trump ha tuiteado que le están intentando robar las elecciones. La declaración del presidente coloca al país en un momento delicado a nivel institucional que podría derivar en conflictos en la calle entre facciones partidarias de uno u otro candidato. Si no hay un claro ganador es probable que haya que esperar días o semanas hasta que acabe el escrutinio pues cerca de 100 millones de americanos ha ejercido el voto adelantado o lo han enviado por correo. Si hay disputas legales, serán los tribunales de los estados los que las diriman como ya ocurrió en 2000 con Bush hijo y Gore. El próximo 14 de diciembre tendrán que votar los compromisarios en el Colegio Electoral y el elegido tomaría posesión el próximo 20 de enero en el Capitolio.
Trump centró su discurso en la economía en lugar de en el coronavirus. Hasta que llegó la pandemia, el desempleo era residual, había crecimiento económico y los salarios de los trabajadores más humildes iban en aumento. Pese al fracaso de la gestión de la covid-19, la promesa del candidato republicano de recuperar la economía con menos impuestos salariales, la carrera por la vacuna y ser el candidato de la ley y el orden que va a mantener la seguridad en las calles y que va a controlar la inmigración ilegal; ha funcionado.
Coser las costuras de una nación
La división social, el racismo y la violencia, la crisis económica y de salud pública surgidas con la pandemia, la disminución de la confianza en las instituciones de la República y en la democracia o un mundo inestable y cada vez más unilateral, son parte de la herencia del primer mandato de Trump. ¿Si gana el republicano, será capaz de coser las costuras de una nación que ha desgarrado hasta extremos insospechados con su narcisismo patológico? No parece fácil, dada la situación de polarización en la que vive la sociedad norteamericana, que hay que reconocer que es anterior a Trump y él no es más que su consecuencia. La imposibilidad de llegar a consensos entre republicanos y demócratas proviene ya de la época Obama. El candidato republicano no ha hecho más que intensificar esa tendencia con sus declaraciones extremistas y su incapacidad de gobernar para todos los norteamericanos. Una derrota de Biden no permitirá restaurar la cultura democrática norteamericana, ese sistema de pesos y contrapesos, que ha debilitado Trump con su desprecio por la verdad y el menosprecio a las instituciones que le controlaban, y que era admirada en el exterior como ejemplo en defensa de la democracia y de los derechos humanos.
La imposibilidad de llegar a consensos entre republicanos y demócratas proviene ya de la época Obama
EEUU es uno de los países más azotados por la covid-19. La gestión de Trump frente a la pandemia ha sido errática y nefasta con su oposición a los confinamientos. El coronavirus ya ha causado más de 200.000 muertes y las críticas del presidente a los científicos han sido constantes. Si gana Biden tendrá que volver a incluir a su país en la Organización Mundial de la Salud y crear un programa nacional de rastreos.
Fuera de los Estados Unidos, la presidencia de Trump ha hecho un gran daño al orden internacional liberal que surgió tras la II Guerra Mundial liderado por los Estados Unidos. Instituciones como la ONU, la OTAN, la OMS o la OMC se han visto golpeadas por un presidente aislacionista que no parece creer en el multilateralismo. Tras la salida de EEUU del acuerdo por el clima de París o del tratado nuclear con Irán, la fiabilidad y credibilidad de la potencia americana están bajo mínimos al igual que su liderazgo internacional que cada día es menor. La retirada norteamericana de las instituciones multilaterales, rebajando su financiación como en la OMS o impidiendo su funcionamiento correcto como en la OMC, crea huecos que China no duda en ocupar para legitimar su sistema de capitalismo tecnológico autoritario.
En un mundo en el que el ascenso del populismo autoritario ha dado lugar al regreso de la geopolítica de la mano de China, Rusia o de Turquía; Washington en lugar de mantener o crear nuevas alianzas ha optado por el unilateralismo marginando a aliados como la UE o Canadá. La falta de compromiso con el artículo 5 de la Alianza también ha obligado a que Europa invierta más en defensa y comience a ser menos dependiente de Washington. La guerra comercial y tecnológica de Trump con China, ha dado lugar a un proteccionismo que también ha afectado a una UE que busca su autonomía estratégica a nivel económico, industrial y tecnológico. Si Biden es el presidente, deberá reconstruir el lazo transatlántico, si quiere que Occidente fortalezca la democracia frente a la dictadura china. El senador demócrata apostará por la vuelta al acuerdo de París para luchar frente al cambio climático, pero no parece probable que reviva el acuerdo comercial USA-UE para el que no parece haber apetito a ambos lados de atlántico. En cuanto al Brexit, Biden, por sus orígenes irlandeses, es partidario de mantener los acuerdos de Viernes Santo lo que implicaría que no haya fronteras entre las dos Irlandas y un varapalo para Boris Johnson. Una nueva presidencia de Trump fortalecería al primer ministro británico que espera firmar un acuerdo comercial con su aliado del otro lado del Atlántico.
Si Biden gana, tiene complicado enderezar el rumbo interno y externo de su país. Pero sería injusto achacar solo a Trump la dirección que ha tomado la gran potencia norteamericana. La Gran Recesión y la presidencia de Obama ya operaron un cambio que dirigía la mirada hacia los problemas internos; con fuerte cansancio por las guerras de Irak y Afganistán y el giro hacia Asia en política exterior. Trump intensificó el ombliguismo de los EE.UU.; el resultado, salvo a nivel económico y antes de la pandemia, no ha hecho más que confirmar el declive de la potencia americana. La pregunta es si Biden o Trump podrán evitar esa pérdida de hegemonía y lograrán restaurar el sueño americano el liderazgo mundial del país.