Que nadie tenga ninguna duda: si este martes gana el demócrata, blandito y segundón Joe Biden la Presidencia de los Estados Unidos de América, Vox lo va a pasar mal, muy mal; no mañana ni pasado, sí a medio plazo porque todo el mundo sobreentiende que una derrota del macho-alfa Donald Trump sería, ante todo, una derrota de eso que un amigo llama "la internacional gamberra" contra el mundo, incluida la Organización Mundial de la Salud (OMS), su particular bestia negra en los últimos meses.
El triunfo de Biden, esa especie de Pablo Casado de 78 años -en los USA no hay izquierda al modo europeo-, buen orador, atildado, siempre contenido, supondría el regreso de "la derechita cobarde" y ahora además "traidora", y el descenso a los infiernos de Steve Bannon y sus recetas de "derecha alternativa" (Alt-Right); básicamente, ver qué dice el mainstream dominante en cada momento y gritar un “¡me opongo!”, cuanto más zafio y faltón, mejor...
Ya, ya sé que las cosas no son tan simples en la vida, pero, qué quieren que les diga, así planteó el padrino su desafío en 2015, cuando planificó desde la Torre Trump de Manhattan su particular asalto a los cielos. Aceptémosle el reto cuatro años -y una pandemia- después, aún con un candidato infinitamente peor que Hillary Clinton -no digamos Barack Obama-, y confiemos en que el electorado estadounidense haya aprendido cómo se levanta uno cuando se acuesta con niños y grite, alto y claro, al presidente naranja: "¡You’re fired" ("estas despedido"); aquello que él, siempre despreciativo y matón, gritó durante muchos años a quienes eliminaba de su programa televisivo El Aprendiz.
Trump está en apuros, pero los estadounidenses son adictos al éxito y al dólar, justo lo que representa, el sueño americano -o pesadilla-, mientras Biden arrastra ese rictus inconfundible de su tragedia personal
Confieso que tengo dudas de que esto vaya a ocurrir. Trump está en apuros, sí, eso dicen los sondeos, todos, pero los estadounidenses son adictos al éxito, al dólar, justo lo que representa este atípico millonario, y sienten devoción por el sueño americano de unos -la pesadilla de otros-. Mientras, Biden arrastra ese rictus inconfundible que acompaña una vida dramática. Primero murieron su esposa y una hija pequeña en accidente de tráfico (1972) y en 2015 otro de los hijos, Beau, que sobrevivió a la tragedia de niño y había llegado a ser fiscal general en el Estado de los Biden, Delaware, falleció de un tumor cerebral.
Aún así, soñemos; no cuesta dinero. Imaginen un viento huracanado del Caribe, húmedo y purificador, entrando por la costa de Florida, subiendo el corredor hasta Pensilvania y barriendo cualquier posibilidad de reelección de un tipo al que ni el mismo Partido Republicano quiere; solo lo teme, tras cuatro años y un día de secuestro político de la sigla y las formas.
Un tipo que ha fulminado colaboradores en La Casa Blanca y en la administración estadounidense como si continuara presentando El Aprendiz; que ha sido capaz de poner de acuerdos a todos sus antecesores en contra, y que va a dejar dos tristes legados, gane o pierda este martes: el odio y la posibilidad de que dentro de unos años otro loco se tome en serio sus bravatas de construir un muro de 3.000 kilómetros en la frontera sur para que no pasen los bad men, cuyo único delito es buscar un futuro mejor.
Un tipo, en definitiva, que mantiene desde hace años en el limbo legal a más de quinientos niños, sí, quinientos menores, a los cuales las autoridades fronterizas separaron de sus padres cuando intentaban entrar ilegalmente en familia a los USA.
Los elogios de Bannon nunca son gratis, como va a comprobar Santiago Abascal enseguida. Llevan un otoño para olvidar. Primero, el error de la moción de censura, y ahora la posible caída de su ídolo trasatlántico
¿Y que tiene esto que ver con Vox?, se preguntarán... Mucho. Los elogios de Bannon nunca son gratis, como va a comprobar Santiago Abascal enseguida. Llevan un otoño para olvidar. Primero, el error de la moción de censura, un revolcón de aúpa por creerse más de lo que son, tercera fuerza política del Congreso con 52 diputados; ni tan pocos para ser ninguneados ni tantos para chulear a la segunda, el PP, con 90 y más de quince años de experiencia de gobierno. Y ahora, una posible derrota de su ídolo trastlántico.
Si no es Trump el ganador, será el segundo traspiés en un mes. En ese caso, Abascal va a tener que mirar Frente Nacional francés de Marine le Pen y hacia la Hungría de Viktor Orban, y eso no es buen negocio. Porque Trump, a los ojos de la mayoría de españoles y por el factor lejanía, es simplemente un fantoche, pero los otros dos cargan con la mochila del pasado fascista de Europa... y eso son palabras mayores en un país que vivió hace no tanto la larga noche del franquismo.