Nosotros 'acatamos' el toque de queda, ellos lo 'atacan'. El juego de palabras, bromita indigna incluso para Marianico el corto, se le escuchó a un dirigente del PP, empeñado, como su partido, en subrayar las distancias que les separan de Vox. Esa estúpida obsesión. Está enfrascado el PP en consolidar la nueva era nacida tras el beligerante discurso de Pablo Casado en la moción de censura, en la que dinamitó todo los puentes y acueductos con el partido de Abascal. 'No somos Vox', es el eslogan que los populares repiten como una letanía.
Mientras las calles ardían, las dos fuerzas de la derecha se enzarzaban en un intercambio de mamporros y trompadas indigno de la gravedad del momento. Una escena de niños de guardería
Casado también aprovechó el debate del decreto de alarma para alzar un par de metros más su muro hacia la derecha. 'No somos Vox'. Y ahora el vandalismo. A dos minutos de que Sánchez nos encierre de nuevo en un confinamiento nacional, ya sin jueces ni Parlamento, el PP prosigue en su empeño de reclamarse el campeón de la moderación y el eje del centrismo. "El futuro de España pasa por el centro y allí está solo el PP", recordó este martes ante su Comité Nacional.
Los episodios de vandalismo vividos durante el puente ha sido inoportuna excusa para subrayar las diferencias. Mientras ardían las calles, las dos fuerzas de la derecha se enfrascaban en un intercambio de mamporros indignos de la gravedad del momento. Como infantes de guardería, se lanzaban improperios y se pateaban las canillas. "Vox apoya las protestas, nosotros no, no somos iguales", coreaban los dirigentes del PP con insistencia cansina. "No, no somos iguales porque sois igual que el PSOE", respondían los de Abascal. Y así sucesivamente. Coces y rebuznos. Una estrategia equina. Quizás suicida.
Pablo Iglesias, especialista en revueltas callejeras, escraches violentos y asedios al Congreso, no demoró ni un minuto saltar a la palestra de las redes para señalar a la ultraderecha como el culpable de los tumultos. El líder de Podemos, para consolidar su argumento, se remontó a los tiempos de la 'estrategia de la tensión' italiana, una añagaza de los aparatos del Estado para impedir el acceso de los comunistas al Gobierno. El problema es que aquí nadie lee a Gramsci y, además, tenemos a los comunistas instalados en La Moncloa.
Un guion a la medida de Moncloa
Iván Redondo y Pedro Sánchez ya tienen colocaditas las piezas donde querían y sonríen ante este nuevo escenario. Todo encaja, sin apenas despeinarse. La derecha sigue a palos intestinos mientras que la pobrecita izquierda está al borde de ser derrocada por los 'poderes ocultos'. Como colofón, los fascistas se adueñan del asfalto en un happening prematuro de celebración del 20-N. El Valle, ¡qué sería la izquierda sin su Valle! Un guion Redondo.
De poco vale que la Policía y hasta el ministro del Interior insistan en que estas algarabías carecen de identidad, no hay nexo común, ni manos negras, ni organizadores en la sombra. Los violentos tan sólo tienen un par de nexos en común: Jóvenes y con ganas de juerga. Hay antisistema, ultraizquierda, hooligans, fachas, desempleados, vagos, maleantes, saqueadores, menas, delincuentes... morralla confinada y variopinta que ocupa su ocio entre la bronca, la pira y el pillaje. Adrenalina de zoquetes, jolgorio de tarugos, excrecencias del toque de queda.
Esas turbas son masas enfebrecidas de ultraderechistas rabiosos, impulsados por Vox e impelidos por el PP. Es decir, la misma derechita gritona de Colón que nunca se ha ido
La máquina de las fake news del Gobierno, sus terminales mediáticas y sus incontinentes cacatúas ya se ha puesto en marcha. Han convertido a esas turbas en masas enfebrecidas de ultraderechistas rabiosos, impulsados por Vox e impelidos por el PP. Es decir, la derechita gritona de Colón que vuelve por sus fueros. Un disparate, en efecto. Impensable, por supuesto. Pero si los disturbios se repiten, o se 'cronifican' como dirían los politólogos de la 'resiliencia inclusiva', terminará colando. La factoría de La Moncloa ha logrado proezas mucho más inverosímiles.
La más actual, la de hacer del farsante Illa un ministro eficaz y honesto. O presentar a Iglesias como un apacible franciscano que se desvive en defensa de los desfavorecidos. O convertir a Irene Montero en un cruce entre la Pasionaria y Simone de Beauvoir. Marlaska es de una rectitud ejemplar; Petit Garzón, un estajanovista superlativo; Celaá, un prodigio en el manejo de la sintaxis; Carmen Calvo, una intelectual casi escolástica; Ábalos, un abanderado de la integridad y feroz combatiente del trapisondismo; Duque siempre sabe de lo que habla y Fernando Simón es un reconocido epidemiólogo que jamás ha faltado a la verdad.
Saqueadores embrutecidos
La fábrica de ficción de La Moncloa supera con creces a la de Mediaset. Ha logrado incluso hacer de Sánchez un César invictus, un Bonaparte marmóreo, un Churchill prometeico. Iván Redondo, ese Godoy de guardarropia, juguetea ahora con los dos polichenelas de la derecha a los que maneja como Sandie Shaw hacía con sus Marionetas en la cuerda (Eurovisión 1967, medio siglo antes del Brexit y ya estaba por allí Raphael, al que derrotó). Ahora os insultáis, luego os sacudís, mañana os escupís y así sucesivamente. Así, seguid haciendo el ridículo.
Y mientras tanto, apenas alguien cae en la cuenta de que el cabreo de la calle -al margen de la muchachada colérica y embrutecida que se dedica a la rapiña de bicis y Lacoste- crece y crece al mismo ritmo que el tsunami del desempleo, la angustia de las familias, el espanto de las UCI, la ruina empresarial y las colas del hambre. Casado y Abascal deberían dejar a un lado sus disputas y zafarse del papel de títeres de pacotilla que les ha endosado La Moncloa, antes de que la cuerda de la canción se convierta en su soga de cadalso.