Son días tristes para los atléticos. El sábado, los dioses caprichosos del Olimpo del fútbol le negaron por tercera vez la gloria a nuestro Atleti. De forma cruel, porque primero le dejaron probar el néctar y, cuando ya teníamos el sabor en la boca, nos quitaron la copa del elixir. ¡Y van tres!
Mi hijo Luis, que ayer precisamente cumplía 20 años, todavía está desconsolado y frustrado. Yo intento animarle, decirle que esto es fútbol, y que en fútbol unas veces se gana y otras se pierde. También algo importante: que el fútbol es una gran metáfora de la vida: las cosas no se merecen, se obtienen; las cosas se ganan o no se ganan.
En una memorable escena, Rocky le dice a su hijo que la vida no es fácil; que mientras se avanza, hay que soportar los golpes y seguir adelante sin echar la culpa a nada ni a nadie, porque eso es de "perdedores", de "pupas" -diría yo-, de cobardes. Y los del Atleti no lo somos.
Es verdad que, al final, la historia sólo se acuerda de los ganadores. Pero, por encima de esta verdad, en la historia de nuestras vidas, en el relato cotidiano de nuestros sueños y ambiciones, lo que queda de las victorias y también de las derrotas es la emoción, el sentimiento… Y hay maneras de ganar y maneras de perder. Y ganar con orgullo, con sufrimiento, con respeto, como hace el Atleti, enorgullece a cualquiera. Y también perder, como lo ha hecho, da mayor mérito, engrandece todavía más unos valores: la cabeza alta, el cuerpo sin gota de sudor, los músculos rotos y el alma ahíta…
La meta es dar lo máximo, competir y pertenecer a un grupo de jugadores que valora y respeta tu aliento
Lo cual da todavía mayor valor a la hazaña de competir –no debemos olvidarlo- con rivales superiores, a los que a fuerza de coraje y corazón hemos logrado igualar y en ocasiones superar. Y eso genera un verdadero orgullo de pertenencia y una emoción que no se olvida: ver una afición unida para siempre, en el que el resultado, con ser importante, no es el objetivo último. La meta es dar lo máximo, competir y pertenecer a un grupo de jugadores que valora y respeta tu aliento, que están en el Atleti porque para ellos este es el mejor lugar para estar de todos los posibles.
Unos jugadores como estos, que son depositarios de un escudo al que honran en cada minuto con su entrega, con su valor, con su pertenencia, y que, por encima del ámbito estrictamente deportivo, comparten valores de estilo de vida, de lucha, de entrega y de disposición a dejarse el alma en el empeño de lograr el triunfo. Creer en algo y dejarse el alma. Que sienten y sufren las derrotas en las lágrimas de Juanfran, la serena tristeza del Gran Capitán Gabi, la melancolía del mariscal Godín, la entereza de Saúl, el roto desconsuelo de Koke…
Y el gran constructor de este espíritu de equipo, el gran Simeone, un entrenador que cada día demuestra que por encima de lo material, es la capacidad de sacrificio, la ilusión y el liderazgo, la rueda que hace mover el mundo, la fuerza capaz de cambiar los entornos. La demostración de que la voluntad humana puede lograrlo todo, o casi todo. Porque, por encima de las derrotas, siempre quedará en nosotros la grandeza del compromiso, de la autenticidad y de la fuerza de unos mensajes que han cautivado a propios y extraños. ¡Incluso a los que no tienen la suerte de ser del Atleti!
Llegó hace poco más de 4 años a un equipo destrozado por años y años de desastrosa gestión, en medio de las protestas imparables de la grada (a 4 puntos del descenso y eliminados en la Copa por el Albacete)… ¡Llegó él y todo cambió!. El Atleti se unió, los jugadores compraron una idea y se fundieron en ella, renacieron los viejos valores (esfuerzo, sacrificio, creencia, pertenencia, equipo antes que individualidades). Se rompió para siempre el habitual catálogo de excusas: el árbitro, el pupas, la suerte… La lucha, el esfuerzo, la solidaridad, y el "si se cree, se puede", empezaron a ser los códigos habituales de nuestros mensajes, la fuerza de nuestra cultura corporativa.
Hay que seguir por este camino, profundizando en lo que nos ha traído hasta aquí
Y ahora… ¿Qué? Claro que es triste la derrota agónica del sábado. Claro que genera desasosiego y frustración. Pero hay que seguir por este camino, profundizando en lo que nos ha traído hasta aquí. Que las lágrimas de estos días (de afición y jugadores) sean la mejor palanca para seguir luchando en el fútbol y en la vida. Porque, a los del Atleti, las cosas nos cuestan siempre un poco más que a otros. Ya lo sabemos. Por eso también las disfrutamos más, porque saben a sangre, sudor y lágrimas. Y además son nuestras. De todos y cada uno de nosotros.
No me cabe ninguna duda de que si somos capaces de restañar esas heridas, si seguimos luchando juntos, sufriendo y creyendo, ¡volveremos…! De momento, mi hijo Luis ya se empieza a recuperar. Las lágrimas y la tristeza están quedando atrás. Empieza a renacer el orgullo y la emoción. Acabo de recibir un mensaje suyo. Dice exactamente así: "Un abrazo, papá, y muchas gracias por haberme hecho del mejor equipo del mundo".
Yo, queridos atléticos, ya he ganado con esto mi Champion! Enhorabuena a los madridistas por la Copa y todo mi cariño, todos mis ánimos, a mis atléticos.
Pedro Embid