Ancelotti se gana a la gente desde la naturalidad. No es hombre de amplios gestos, no recurre a golpes en la mesa ni a escenificaciones excesivas. Para él todo es más sencillo, basta con aplicar el sentido común y poner buena cara, no necesita colgarse medallas, tampoco se deja avasallar.
El Madrid requería algo así. Lo fácil es culpar a Mourinho de todo lo pasado en los años previos, pero tampoco era el único problema. En el club se había azuzado los malos modos, la plantilla no siempre había remado del lado de la institución y parte de la prensa, cada día más polarizada, se había echado a unas u otras trincheras olvidando su labor principal.
Lo sufrían los jugadores, los trabajadores del club, la institución, parte de los aficionados, sin duda la prensa. Y todo por no intentar hacer las cosas con normalidad. Ancelotti, con mano izquierda, ha terminado acercando a todos a su redil. El fútbol es mejorable, pero los resultados son buenos. Los jugadores parecen cómodos con su jefe, ya no viven en la esquizofrenia anterior, en la que cada gesto podía ser considerado como una deslealtad. Los trabajadores del club no tienen miedo, ahora pueden ir al Bernabéu sin esperar la guerra. Las tensiones con la prensa se han rebajado.
Hay entrenadores que prefieren montar un Vietnam diario. No se fían de los elementos que no se posicionan como fanáticos propios o enemigos absolutos, no aceptan la escala de grises. Se equivocan. En sus carreras se encontrarán con muchos observadores imparciales que sólo reaccionarán a tenor de sus actos, no en vano ellos son los protagonistas.
Ancelotti, esta temporada, ha ido moldeando una nueva política de comunicación, bastante más inteligente de la que había antes. Primero se decidió a dar algunas entrevistas, aparecer como un ser humano, no uno todopoderoso. A medida que iban pasando las conferencias de prensa él iba desplegando su personalidad. Tiene un buen sentido del humor, sabe ganarse a sus interlocutores. Esta semana rompió con una norma del club que llegaba desde tiempos de Capello: dejó ver un entrenamiento. No se desveló nada, algunos trazos noticiables que difícilmente cambiarán el rumbo del Real Madrid.
Todo estuvo muy medido, Zidane ejercitando a Jesé, pequeños juegos, futbolistas divertidos. Al terminar la sesión Ancelotti, sin micrófonos de por medio, se sentó con varios periodistas. No hubo conflicto alguno, todos salieron de allí contentos y con cosas que contar, que al final es lo que siempre busca un reportero. Entrenadores y periodistas pasan mucho tiempo juntos, se ven antes y después de cada partido, en viajes y actos. Lo normal es que haya relación, lo mejor para todos es que esta sea cordial.
Las empresas normales buscan moldear su imagen en los medios, todas quieren espacio, odian el silencio. El Madrid, en estos años, ha sido un altavoz estropeado. Pocas instituciones tienen la capacidad de mandar mensajes de la que goza el equipo blanco, pero casi siempre estaba mal utilizada. Surgían los mensajes con ruido, fraccionados, cuchicheados. Ancelotti ha tomado la palabra, queda muy claro lo que quiere decir y cómo quiere decirlo. No estaría de más que el club entero cogiese esa línea, es posible que fuesen mejor las cosas.