¡Cuán errado está el presidente del Gobierno de España al decir que el proceso ha finalizado! Puede que legalmente así sea, aunque ya veremos lo que sucede el 21-D. Pero, por lo que respecta a la vida cotidiana, por desgracia, esto no ha hecho más que empezar.
Nos guillotinarán, eso sí, con grandes sonrisas
Entre las mentiras que atesora el llamado proceso independentista la más extendida es que son un movimiento pacífico, democrático, incluso alegre y festivo. Eso se debe a que, hasta hace muy poco, los únicos que salían a la calle a vomitar sus consignas eran ellos. A la que han visto como los partidarios de la ley, de la Constitución, de la democracia de verdad y no de la suya, que trae las urnas llenas de papeletas de sus casas, se han puesto en marcha con la rapidez que suele emplear el vil cuando de silenciar al adversario se trata.
Por hacer un breve resumen de lo acaecido en tierras catalanas los últimos días, cito algunos casos que ejemplifican de qué material están hechas las sonrisas de esta horda canalla: Jair Domínguez, conocido por el inocente gag de disparar en la televisión pública catalana a las efigies de Don Juan Carlos o el periodista Salvador Sostres, y colaborador en el programa de TV3 del subvencionado independentista Toni Soler, escribe en un artículo de la revista Esguard que le gustaría cortarle la papada al ministro Juan Ignacio Zoido. Lean la transcripción de algún párrafo: “Quisiera comerme su papada, tumbarlo encima de una mesa de neurocirujano y estacar su cabeza con tuercas y tornillos para que no se pueda mover ni un milímetro”, añadiendo: “Previamente lo habré sedado, porque no soy un criminal ni un loco sin escrúpulos”. Menos mal. Lo remata asegurando: “Disfrutaré de ese manjar exquisito – se refiere a la papada del ministro – como si fuese un guerrero korowai absorbiendo la fuerza del enemigo”. Sentido del humor y sonrisas en estado puro.
Los acompañaba una pintada que exigía la libertad para los “presos políticos”. Todo de una amable jocosidad y una dulzura extraordinaria, como ven.
Sigamos. En la mañana del pasado 1 de diciembre aparecieron colgando de un puente que atraviesa la C17 cerca de la localidad de Malla, entre Vic y Tona, siete muñecos que representaban con sus respectivas siglas a los votantes de PP, PSC y Ciudadanos. Los acompañaba una pintada que exigía la libertad para los “presos políticos”. Todo de una amable jocosidad y una dulzura extraordinaria, como ven.
En los últimos días se han recrudecido las amenazas e insultos en las redes sociales a personas como Alicia Sánchez Camacho y muchos otros dirigentes el PP, PSC y Ciudadanos, con asaltos casi diarios a sus sedes locales. Debe existir algo en esa revolución de las sonrisas que se nos escapa.
Ya lo ven. Ese proceso que Mariano Rajoy da por finiquitado es un problema de orden público. Un problema grave, que no se ha sabido atajar, contemporizando con los violentos e intentando poner unas simples tiritas a las heridas profundas que los independentistas han causado en el pulmón de la democracia. Una vez en prisión los máximos dirigentes del despropósito de la república catalana, medida que no parece vaya a evitar que la sinrazón prosiga, puesto que están a punto de volver a campar a sus anchas por calles y pueblos, sus seguidores se creen más que justificados para dar un paso más allá en su espiral de violencia.
Las huelgas de país convocadas por ex terroristas, la kale borroka, las escenificaciones amenazantes dignas de los nazis se han instalado en Cataluña. E irán a más. ¿Saben por qué? Porque hay un odio terrible entre estas gentes, que, si pueden, llegarán a las últimas consecuencias.
Quien defiende a los asesinos se convierte en uno de ellos
Existen dos tipos de sonrisas en este asunto: la sonrisa de la hiena, que se aprovecha de ella para ocultar sus siniestros propósitos, y la sonrisa de los incautos, que solo saben ver en las hienas a unos seres risibles, sucios, malolientes, pero controlables. A todos nos hacen mucha gracia las esperpénticas acciones de algunos independentistas, y cito por vía de ejemplo las de Rufián o Tardá en el Congreso de los Diputados. Se han hecho innumerables bromas, yo el primero, lo reconozco, a propósito de Jordi Sánchez y sus problemas carcelarios con los internos que le han cantado el Viva España o mostrado su aparato genital.
Pero hay que ir al meollo del asunto, porque estos señores son compañeros de viaje de Bildu, de Otegui; son los que acusan al Estado democrático de la matanza de Hipercor o la más reciente de Las Ramblas. Y aquí ya se acaban las bromas, las sonrisas, las frases ingeniosas o los memes en las redes sociales. Cuidado. En Cataluña se ha gestado a lo largo de décadas un odio muy difícil de erradicar, un odio irracional, casi genético, hacia todo lo que parezca o sea español, constitucional, legal. Se ha destilado en las escuelas, en los medios de comunicación catalanes, se ha potenciado en la política, se ha convertido en algo socialmente aceptado.
No se han enterado aún que se ha llegado hasta aquí por la inacción y el compadreo del Estado con los que pretenden dinamitarlo
Los monigotes colgados o las declaraciones acerca de Zoido no son más que la punta de un iceberg maligno, de un tumor que se ha ido haciendo más y más grande entre los catalanes y que el Gobierno de la nación no tiene coraje para extirpar. No se han enterado aún que se ha llegado hasta aquí por la inacción y el compadreo del Estado con los que pretenden dinamitarlo. La actuación de los poderes públicos está siendo suicida, cobarde y débil. Los que están dejando pasar en blando estos prolegómenos del crimen, del paseo al amanecer, del tiro en la nuca, van a tener que dar muchas explicaciones cuando todo esto empiece a ser noticia diaria.
No, señor Rajoy, el proceso no está acabado en modo alguno y usted lo sabe. Los Comités de Defensa de la República campan a sus anchas sin nadie que los detenga, los radicales están cada ves más y más crecidos y demostrar públicamente tus simpatías hacia los partidos constitucionales ya conlleva peligros físicos, vean si no como han incendiado el domicilio de una familia en la localidad catalana de Balsareny por el terrible delito de tener colgada en el balcón la bandera de España.
Ignoro si usted, señor presidente, conoce a Juvenal, pero le aconsejo su lectura, puesto que decía que no hay nadie que se contente con cometer un solo crimen. Lo mismo aseguraba Tito Livio. Estos no van a ser la excepción. Entre los que comprueban que ser golpista sale relativamente barato y los que ven que la amenaza física está siendo posible sin mayores cuitas, se ha creado el caldo de cultivo perfecto para un enfrentamiento civil.
Tan asesino es quien los jalea como los que cometen los crímenes
Hay que empezar a llamarles por su nombre: asesinos, puesto que lo son unos y otros. Unos, por pretender asesinar leyes y convivencia, economía y bienestar, que no solo se asesina clavándole un cuchillo a otro o metiéndole una bala de 9 mm Parabellum en el cráneo. Tan asesino es quien los jalea como los que cometen los crímenes, siendo así que las sonrisas de unos y otros devienen igualmente monstruosas y perseguibles. De ahí que sea imposible la lógica y el diálogo con tales personajes, porque los crímenes suelen ser, antes que nada, la falta de razonamiento y el triunfo de la bestia que todos llevamos dentro.
Uno desearía que la contemporización con los criminales cesara de inmediato y se ejecutasen los mecanismos que nuestro marco legal tiene para proteger a los ciudadanos decentes, pero mucho me temo que estamos ante un gobierno y unos partidos a los que les tiemblan las piernas a la hora de actuar como los garantes de la ley y el orden que se supone debieran ser.
Hasta hoy solo han sido declaraciones, monigotes colgados o amenazas en Twitter. A partir de ahora, recuerden que en Balsareny se ha dado el pistoletazo de salida con el incendio del domicilio de una persona que se atrevió a colgar una bandera española en el balcón.
No esperen al siguiente paso, que llegará, no lo duden. Porque al asesino, si no se le frena, no ve saciada jamás su sed de sangre. Ni su odio.