El Parlament de Cataluña vivió su momento más negro los días 6 y 7 de septiembre del 2017. Los separatistas, despreciando al resto de fuerzas políticas de la cámara, aprobaron las leyes de transitoriedad jurídica y del referéndum. Han pasado muchas cosas desde entonces.
Cuando se violan los derechos de la oposición se pierden las razones
A partir de aquellas fechas y del menosprecio mostrado hacia las reglas más elementales del comportamiento democrático, si los separatistas creían tener buenas razones para su comportamiento, razones sólidas en las que apoyarse, las perdieron. Fueron, sin duda, dos jornadas muy tristes para la historia del parlamentarismo catalán, así como para la propia sociedad catalana. Aquel tantas veces alabado oasis de la época Pujol saltaba por los aires de la mano de sus herederos. Los chantajistas habían devenido en simples dinamiteros. El separatismo neoconvergente aliado con Esquerra y las CUP, forzando el reglamento de la cámara y desoyendo los informes jurídicos presentados por los letrados de la misma, aprobaron ante la indignación del resto de parlamentarios las leyes que constituían un golpe de estado en toda regla. Las consecuencias son de sobras conocidas. El 1-O, la fugaz proclamación de la república catalana, la cobarde fuga de Puigdemont a Bélgica tras haber dado instrucciones a su gobierno de acudir con normalidad a los despachos, el posterior procesamiento y encarcelación de los políticos implicados, la aplicación del 155 y las elecciones autonómicas de diciembre.
De aquellos días trepidantes, en los que las cosas cambiaban por horas, incluso por minutos, hemos podido extraer algunas conclusiones. Recuerden la rueda de prensa que iba a dar Puigdemont, ora en la Generalitat, ora en el Parlament, suspendida y convocadas varias veces, para ver si convocaba elecciones o no. Tamaña demostración de frivolidad, de desprecio hacia tus propios seguidores y hacia el pueblo al que pretendes querer tanto, será difícil que la supere alguien en Cataluña en los próximos años.
Traidores a la Constitución y a la democracia, lo fueron también a sus propios electores
Es más que evidente que los separatistas, con Puigdemont al frente, no estuvieron a la altura de lo que exige ejercer un cargo público. Traidores a la Constitución y a la democracia, lo fueron también a sus propios electores. Recuerden las caras de los que, congregados en el Paseo Lluís Companys, al lado del Parlament, seguían a través de una pantalla la intervención en la que Puigdemont iba, en teoría, a proclamar la independencia. Lo hizo para, segundos después, dejarla en suspenso. El desánimo fue tremendo en aquellos que, crédulamente, pensaban que los responsables de aquel despropósito servían a una idea cuando, en realidad, solamente se servían a ellos mismos y a sus mezquinos intereses políticos.
Tras unos comicios que, si bien dieron el triunfo a Ciudadanos, permitieron seguir conservando la mayoría en el parlament a los separatistas, y con la dilatación hasta la extenuación del nombramiento del candidato a ocupar la presidencia de la Generalitat por culpa de un Puigdemont soberbio, ajeno a la realidad y jaleado por los hooligans más supremacistas del PDECAT, llegamos a la investidura de Torra. Con los actores de los sucesos de septiembre encarcelados o fugados, Torra se convirtió en alguien todavía más omnipotente, agresivo, fanático y enrocado que su predecesor. Llevaba, además, un regalo sorpresa: su apoyo a los CDR y a la invasión de las calles por parte de estos y sus lazos amarillos.
Juego de supervivientes
El proceso separatista se ha llevado en un año lo que quedaba de la política, además de la paz social, en Cataluña. No ajeno a la circunstancia vivida en mi tierra, Mariano Rajoy fue destronado por un Pedro Sánchez, catapultado hacia la Moncloa por el apoyo de PNV, separatistas, Podemos y filo etarras. Torra se hizo fuerte en el universo de la estelada, cayeron personas de peso como Santi Vila o Marta Pascal, más de tres mil empresas abandonaron estas tierras, el parlamento se ha cerrado o abierto en función de los intereses del Govern y, lo más insólito, Inés Arrimadas junto con su formación política fueron perdiendo el protagonismo lógico, habida cuenta de su espectacular resultado en las elecciones de diciembre.
En cambio, a Miquel Iceta y su PSC destartalado, el cambio en la presidencia del gobierno le dio un oxígeno imprescindible, no así a los podemitas que mantuvieron una actitud de nadar y guardar la ropa con la siempre tacticista Ada Colau, que juega a todos los palos, llevado a Xavier Doménech a dimitir de todos los cargos, harto de ella y de tanta miseria moral. Xavier García Albiol ha conseguido seguir resistiendo en el derruido fortín del PP en Cataluña, aunque eso tenga mal arreglo. Eso sí, la gente de la calle ha sabido organizarse alrededor de asociaciones como Societat Civil, saliendo a manifestarse con un éxito que ha dejado sorprendidos a los separatistas. No tan solo eso, las Brigadas de Limpieza, que retiran la propaganda lazi de las calles, han sabido demostrar que eso de que “las calles serán siempre nuestras” que decían las CUP y los CDR es bastante relativo.
Porque si el orden público se ha deteriorado en Cataluña, si los medios del régimen han intensificado su propaganda al servicio del separatismo y si los políticos del gremio amarillo no han cejado ni un segundo en sus provocaciones, la sociedad civil, ese más del cincuenta por ciento de catalanes que no son separatistas, han sabido entender que había que salir de casa y plantar cara a aquellos que solo saben ejercer de matones, desfilar con antorchas e intimidar a sus vecinos.
Puigdemont y su circo continúan sin pisar suelo nacional, porque tienen más miedo que vergüenza y la independencia sigue como estaba, a saber, en un cajón
A día de hoy, los presos siguen en prisión, si bien en Cataluña y gozando de injustos privilegios; las causas siguen su curso, Puigdemont y su circo continúan sin pisar suelo nacional, porque tienen más miedo que vergüenza y la independencia sigue como estaba, a saber, en un cajón, siendo solamente un instrumento de presión para conseguir que Sánchez acate dócilmente las instrucciones de los que se creen amos de Cataluña, los herederos el tres por ciento, del Caso Palau, los que se formaron a la sombra del pujolismo y sus chanchullos.
A propósito de chantajes, que el ministro del interior Marlaska haya cedido a que los Mossos entren en el CITCO, Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado, es buena muestra de ello. Los favores hay que pagarlos.
No es un balance satisfactorio para nadie, dirán los buenistas, ni para los separatistas ni para los que no lo son, pero lo dudo mucho. En este año, han aprendido que un 155 en España no es el fin del mundo, que no hubo valor para intervenir los medios de comunicación públicos, que se toleró que dependencias públicas lucieran lazos amarillos y consignas pro presos y, lo más importante, que el separatismo ha podido crecerse en sus acciones callejeras sin mayores problemas, agrediendo a personas por descolgar lazos, intimidando a propietarios de bares, adoctrinando en las escuelas y amedrentando a los compañeros de trabajo que no son adictos a la causa. Torra ha podido dar subvenciones a los suyos y, estoy convencido, habrá recordado sonriente aquella frase de Mao que aseguraba “El enemigo es un tigre de papel”.
Ha sido un año pésimo, quizás el annus horribilis más terrible vivido en Cataluña en las últimas cuatro décadas. Quisiera poder decirles que, dentro de un año, cuando hagamos balance de los meses siguientes, el resultado será mejor, pero no quiero engañarles. El golpe de estado separatista, aunque parezca insólito, fue todo un éxito. Porque estas cosas, o se cortan de raíz o se gangrenan. Y aquí estamos con una sociedad gangrenada, agonizante, dividida, cansada y desamparada por los poderes del Estado. El problema es que no hay cirujano que se atreva a intervenir. Ya saben, el bisturí es facha y lo inventó Franco o algo así.