Opinión

La apuesta por la tribu

La semana pasada el diario digital infoLibre publicaba, en su sección 'La cultura te hará libre', una recomendación literaria. La recomendación, como la clásica pregunta que nunca falta en las

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La semana pasada el diario digital infoLibre publicaba, en su sección 'La cultura te hará libre', una recomendación literaria. La recomendación, como la clásica pregunta que nunca falta en las conferencias, era más bien una reflexión. Una invitación, como dicen ahora, a “repensar nuestros vínculos sociales”. Y también una misteriosa “apuesta por la tribu”.

Ocuparse de tonterías como éstas es una manera tan mala como cualquier otra de perder el tiempo. Pero volvemos a lo mismo de siempre: quien dejaba esta colección de reflexiones en el diario no era una persona del mundo de la cultura ni un deportista con micrófono, sino Ione Belarra, la joven ministra de Asuntos Sociales Con Cosas.

Revolución afectiva

Hay muchos tipos de tribu, como todos sabemos, y las apuestas pueden salir bien pero normalmente salen mal, como sabe el también ministro Alberto Garzón. El líder del comunismo chic, nostálgico del totalitarismo socialmente aceptado, se tiene que conformar con revoluciones más de andar por casa. Su gran objetivo desde que llegó al Ministerio de Consumo fue regular el juego y la publicidad de apuestas, y de momento le está saliendo como el verbo. La reflexión de la ministra Belarra es también una pincelada de revolución afectiva, tal vez porque la otra, la que usaban para decorar sus carpetas y sus despachos, fue producto de una masculinidad tóxica, o de hombres blancos muertos, o a saber. El caso es que si vas con todo a repensar los vínculos sociales, si te la juegas a cambiar un sistema de relaciones que parece funcionar y que no sólo no presenta grandes perjuicios sino que elimina otros que nos han acompañado como especie hasta anteayer, es posible que acabes descubriendo que en esto de la tribu a lo mejor empiezas perdiendo. Sobre todo si eres mujer.

La característica principal es que el mecanismo que posibilita el orden en las sociedades no tribales, la ley común para todos, es sustituido en las tribales por la vigilancia constante del grupo al individuo

Hay muchos tipos de tribu, pero todas las sociedades tribales se parecen unas a otras. Son sociedades cerradas en las que la universalidad y las normas abstractas son sustituidas por identidades fuertes y deliberaciones grupales. Existe un ‘nosotros’ muy cohesionado, y todo lo que queda fuera es lo ajeno y es visto como una amenaza potencial. La característica principal es que el mecanismo que posibilita el orden en las sociedades no tribales, la ley común para todos, es sustituido en las tribales por la vigilancia constante del grupo al individuo. El individuo también pertenece a lo ajeno, aunque esté dentro, precisamente porque está dentro sin estar totalmente disuelto en la tribu. Lo personal es tribal, podríamos decir.

La ministra Belarra nos invita a apostar por la tribu, y probablemente en su imaginación el resultado es algo parecido a una sociedad de apoyo mutuo como la que se formó en torno a la ministra entre ministras, Irene Montero. Cuando cumplió 32 años, sus subordinadas le regalaron una ceremonia de cuidados que luego hicieron pública, tal vez pensando en los antropólogos. “Para ser su cumple la pobre tiene una agenda hoy apretadísima, va a terminar supertarde”, decía a la cámara una de sus ayudantes. Otra característica común de las tribus es que tienen ritos en los que los adolescentes son aceptados como adultos, y lo que se espera de ellos cambia a partir de ese momento; pero ya decíamos que cada tribu tiene sus costumbres.

Un hombre se encarga de comprar la tarta, una mujer se la lleva a la jefa, que sonríe y da las gracias mientras el coro canta y alguien se ocupa del bebé

La de las ministras de Podemos es un canto a la alegría publicitada, a la adolescencia, a las jerarquías con corazoncito y a los cuidados. Un hombre se encarga de comprar la tarta, una mujer se la lleva a la jefa, que sonríe y da las gracias mientras el coro canta y alguien se ocupa del bebé. Pero también hay ejemplos de relaciones sociales alternativas en las que la tarta tiene menos azúcar. A la mujer se le exige que demuestre que llega virgen al matrimonio, se le impone la obligación de cubrirse ante los ojos de otros hombres o se la mutila para eliminar la posibilidad del placer sexual. Como decíamos, es lo que tiene la apuesta por la tribu. Si tienes buenas cartas te sale un grupo de amigas y amigos que se reúne para proponer nuevas masculinidades o nuevas formas de relacionarse, siempre al cobijo de un Estado garantista; si las cartas son malas te quedas a la intemperie, sometido a normas, tradiciones y costumbres propias de bárbaros.

Junto a todos estos discursos superficiales -eso es precisamente repensar: arrojar una reflexión prestada sin haber pensado con calma sobre el asunto- se da siempre un sobreentendido en torno a la inmutabilidad de ciertos consensos. Las invitaciones a repensar algo nunca tienen en cuenta que se pueden repensar muchas cosas, y que es posible que alguien recoja la invitación y repiense algún asunto en un sentido inesperado. Asuntos como ésos en los que se encuentran tan cómodas nuestras pequeñas tribus regionales: el Estado autonómico, que conduce a la progresiva desaparición del Estado; la renuncia a una educación común, que lleva a que nuestras comunidades tribales conviertan la enseñanza en un rito de paso hacia la vida auténticamente nacional; la representatividad en el Congreso, que permite que los partidos nacionalistas condicionen las leyes comunes mientras apuntalan sus pequeños clanes, en los que lo común es expulsado y señalado como ajeno.

La propuesta de “repensar nuestros vínculos sociales” puede parecer una frivolidad veraniega, pero en realidad la ministra tiene razón. No hay un asunto más serio para un país que el de los vínculos entre sus ciudadanos, y deberíamos haber empezado a pensar en ello hace ya mucho tiempo.

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