Opinión

Un Brexit sin salvavidas

El Brexit ha puesto en evidencia que sin Constitución escrita, Gran Bretaña tiene grandes dificultades para hacer frente a una crisis como ésta

  • Theresa May

Cuando escribo esta columna, el Parlamento británico ha sido convocado  para votar sobre el Brexit y, como se dice cuando la confusión es mayúscula, el resultado “puede ser que sí, puede que no, lo más seguro es que quién sabe”.

Mi tesis o impresión de lo que está sucediendo en el Reino Unido es que el Brexit, es decir, el referéndum convocado por el premier Cameron, que según sus encuestas sería ganado por los partidarios de quedarse en la UE, al perderse, en junio de 2016, hizo tambalearse todo el edificio institucional de la Gran Bretaña. Perdido el referéndum, la soberanía parlamentaria (que es la legal en el Reino Unido) entró en conflicto con la soberanía del pueblo. Como dijo un amigo letrado del Senado español, es como si el mejillón cebra del Caspio entrara en el Ebro.

Así, después de siglos de modélicos gobiernos parlamentarios, ahora el Reino Unido está sometido a una especie de asamblearismo, la acusación que los absolutistas reaccionarios hacían al modo de gobernar de los liberales, que fue el ataque que sufrió, por ejemplo, nuestra Constitución de 1812.

En realidad, el Brexit ha puesto en evidencia que sin Constitución escrita, Gran Bretaña tiene grandes dificultades para hacer frente a una crisis como ésta. Los británicos tienen que domeñar a un monstruo que se llama “soberanía popular”, o como se dice en estos tiempos populistas, el poder de “la gente”, y careciendo de un derecho escrito regulando esa soberanía que, ciertamente, es muy poco empírica para gustos anglosajones -las demás Constituciones europeas definen la “soberanía”, pero su existencia es como la Dios, intangible y misteriosa-, el venerable Estado británico  ha aparecido como demasiado viejo para dominar el nacionalismo que se esconde en el fondo de la soberanía popular de patrón inglés. Durante siglos, lo británico era una versión cosmopolita de la nación, que con excepciones, como fue su actuación nefasta con Irlanda, inhibió la prepotencia del nacionalismo inglés. Lo que decidió Cameron supuso volver al pasado, sólo que ese pasado era ya un mito, y la ansiada soberanía no era sino un muerto viviente.

El venerable Estado británico ha aparecido como demasiado viejo para dominar el nacionalismo que se esconde en el fondo de la soberanía popular de patrón inglés

En efecto, el Parlamento británico, al tomar la iniciativa política sobre el errático gobierno de Theresa May, ha entrado en una suerte de asamblearismo. Comparado con nuestro modelo, en el cual el parlamentario no hace mucho más que obedecer a su gobierno o a su partido, el Parlamento británico sigue siendo un envidiable ejemplo de diputados que, afectivamente, “no están ligados por mandato imperativo”(artículo 67.2 de la Constitución). En otras palabras, votan según su propio criterio.

Pero lo que está sucediendo en el Parlamento británico, con sus imprevisibles consecuencias para la Gran Bretaña -y, de paso, para la UE-, en España no sería posible tal situación. Ésta es la ventaja de tener una Constitución escrita, con un parlamentarismo regulado, y con un Tribunal Constitucional, que evitarán siempre que la política pueda decidir absolutamente el destino de los ciudadanos vivos, y de los que aún no han nacido.

La impresión que deja este fenomenal lío es que ahora no  existen líderes en los partidos políticos británicos. Algo común en Europa

Como escribió Montaigne sobre las incertidumbres históricas, prefiero jugarme mi destino a los dados que esperar a los acontecimientos. Sin embargo, no tenemos más remedio que rezar o cruzar los dedos ante las votaciones del Parlamento británico. Al margen del resultado negativo de la tercera votación sobre el Brexit, alguna pista nos pueden dar los resultados de las ocho votaciones anteriores (que fueron una  invención del speaker John Bercow).

Partiendo de que ninguna fue aprobada, las mociones que contaron con más apoyos fueron las propuestas y defendidas por parlamentarios de ambos grupos mayoritarios, conservadores y laboristas. La más votada proponía mantener a Gran Bretaña dentro de la unión aduanera europea, y la segunda, apostaba por convocar un segundo referéndum sobre la permanencia en Europa. La impresión que obtenemos fue que ahora no  existen líderes en los partidos políticos británicos. Algo común en Europa. En el caso del laborismo, la ambigua actitud de Jeremy Corbyn es un factor que además explica que no aparezca otra alternativa a May que no sea la de  antieuropeos como Boris Johnson.

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