Opinión

2019: la campaña más larga de la historia

Tras ocho meses de confrontación, los partidos se disponen a sumirse de nuevo en unas semanas de dramatización y polarización

  • Casado durante un mitin de campaña en abril.

Mañana quedará inaugurada oficialmente una campaña electoral que lleva en marcha desde que enero. Quedarán rechazados los Presupuestos Generales del Estado. Más de ocho meses en los que se han colocado urnas para todos los niveles administrativos del Estado, desde el europeo hasta el local; ocho meses de confrontación de relatos, de spots electorales, de debates, de propaganda, de candidatos; ocho meses de dramatización política donde la confrontación ha sustituido al diálogo, y de esos barros, estos lodos.

¿Qué podemos esperar de la segunda repetición electoral de nuestra historia reciente? Más dramatización, más polarización y más confrontación. Porque de esto va una campaña electoral, de evidenciar al máximo las diferencias con tus rivales para mostrarle al electorado la diferencia entre votarte a ti y votar al que se te parece. Por ello, las campañas electorales solían ser periodos circunscritos a un determinado espacio de tiempo, que una vez finalizado permitía hacer política: diálogo, consenso, acuerdo, gobierno y oposición. En el 2019 todo ha sido campaña, la campaña más larga de la historia que lo único que ha permitido construir es una mayoría de bloqueo.

La sombra del bipartidismo

Las estrategias de los partidos políticos más que intuirse, son evidentes. No estamos en tiempos de sutilezas, mucho menos considerando que durante el año 2019 no ha habido un instante de paz para los votantes. La izquierda necesita superar el momento de desengaño y fracaso que parece haber cundido entre un electorado que el 28 de abril celebraba el triunfo de la ratificación de la Moción de censura en las urnas. La derecha, volver a creer en que la victoria del bloque es posible, tras unos resultados que los alejaban de toda posibilidad de formar una mayoría alternativa.

Los partidos tradicionales necesitan volver a sumar entre los dos más del 60% de los votos para dejar a los jóvenes partidos en una debilidad que los relegue a muletas molestas sin orgullo. Los nuevos partidos necesitan demostrar la solidez de su suelo electoral para desterrar definitivamente la palabra bipartidismo del diccionario de la política española.

Casado aspirará a afianzar su liderazgo aumentando el desastroso resultado de abril y demostrar que Feijóo es solo un barón molesto

Cada uno de los líderes que se presenta a esta elección necesitan un refuerzo que los consolide en su estrategia. Cada uno ha demostrado este año que tenía una hoja de ruta absolutamente incompatible con sus homólogos, porque su triunfo implicaba la derrota del de al lado. Así, Sánchez intentará no solo ganar las elecciones, sino llevar a Iglesias a los resultados de Anguita. Casado aspirará a afianzar su liderazgo aumentando el desastroso resultado de abril y demostrar que Feijóo es solo un barón molesto con el mismo destino que Susana Díaz. Albert Rivera luchará por alcanzar al PP para demostrar a los Carreras, Narts, Roldanes y Valls que su estrategia de querer liderar la derecha bien valía hacerse una foto con la extrema derecha. E Iglesias peleará por consolidar un suelo electoral que le demuestre al partido socialista que si quiere presidir un gobierno de progreso solo será teniéndole como vicepresidente.

Cada marca, cada líder y cada estrategia tienen unas necesidades tácticas que se verán reflejadas en las narrativas electorales. Ya les aviso que las palabras culpa, estabilidad y fracaso protagonizarán muchas de las ideas fuerza, siempre que el Tribunal Supremo permita una campaña sin sentencia; de lo contrario, Cataluña como tema emergerá como el Guadiana que solo se esconde para volver a aparecer. No esperen una campaña novedosa, más bien, la propia del tedio que produce la repetición cansina. Tanto es así que más del 100.000 han hecho los trámites para no recibir propaganda electoral. Si habrá hartazgo, que han preferido hacer un trámite antes que no hacer nada.

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