Qué poder de convocatoria, el de Carles Puigdemont en Perpiñán, la capital del Rosellón rebautizado como la Catalunya du Nord. Sus fervorosos se contaron por decenas de miles, según números casi coincidentes de los organizadores y de la Policía. Cúmulo de deferencias de las autoridades municipales y de la sociedad civil hacia el prófugo de Waterloo, que, al fin, salió al balcón, en modo eccehomo, para arengar a los fieles y convocarles a la lucha definitiva, por supuesto unilateral, aclarándoles que esa espera de tiempos mejores propuesta por Esquerra era sinónimo de deserción. El desaforado Carles señaló sin titubeos la necesidad imprescriptible de precipitarse a la lucha definitiva. Una expresión que en su boca sonaba a la lucha final del agrupémonos todos preceptuado en La internacional. Acierto indiscutido, en todo caso, la elección de Perpiñán, a sólo 30 kilómetros de la frontera, que facilitaba el desplazamiento y además sin abandonar tierra catalana.
Ya queda menos para que el Rosellón se reintegre a la Cataluña 'Una, Grande y Libre' como ansían los buenos autóctonos, confirmando, una vez más, que no hay nacionalismo sin irredentismo. Repasemos algunos ejemplos como aquellas Reivindicaciones de España, que escribieron a dúo en los primeros años cuarenta José María de Areilza y Fernando María Castiella con prólogo de Alfonso García Valdecasas; el Mapa del Gran Marruecos, que ampliaba el reino alauita hasta más allá de Córdoba; las pretensiones anexionistas del nacionalismo vasco sobre Navarra y las denominadas provincias de Euskadi Norte; o los sueños reunificadores que abrigan los buenos nacionalistas -esos autóctonos de verdad que la alcaldesa de Vich es capaz de reconocer al primer vistazo-, sobre los denominados Paisos Catalans, donde quedarían subsumidas la Comunidad Valenciana y las islas Baleares.
Puigdemont en Perpiñán intentaba sobreponerse a las amarguras de las divisiones internas en el propio campo independentista, que han ganado visibilidad con las hostilidades abiertas entre PdeCat y ERC, prófugos y reclusos. Asomado al balcón puso a caldo a España y a los españoles y subrayó las diferencias entre la negra represión de Madrid y la admirable libertad francesa. Le faltó el atrevimiento de reclamar para la Catalunya Sud el status admirable de que goza la Catalunya Nord, donde, por ejemplo, la lengua catalana encuentra en situación de invalidez severa al menos desde el edicto de Luis XIV de 2 de abril de 1700 en el que se prohibía su uso en documentos oficiales, notariales y de otro tipo, bajo pena de anular su contenido.
El caso es que, para el Rey más arriba mencionado, l’usage du catalan répugne et est contraire à l’honner de la nation française. Del contraste con respecto a la Catalunya du Sud pueden dar idea las estimaciones recientes según las cuales en el Rosellón habla habitualmente francés el 92% de la población; catalán, el 3,5%; ambos idiomas, el 1%; y otras lenguas, el 3,5% restante. Una primera aproximación al régimen jurídico actual de las lenguas regionales en Francia puede encontrarse en el artículo firmado por Olivier Lecucq que apareció en el nº 51 de la Revista catalana de dret públic editada por la Escola d’Aministració Pública de Catalunya.
En el Rosellón no se enseña el catalán, salvo en proporción exigua en algunas escuelas privadas
Todo esto nos lleva a un desmontaje súbito de Nicolás Fernández Moratín quien, en un epigrama de mediados del siglo XVIII, ironizaba escribiendo que: "Admirose un portugués/ de ver que en su tierna infancia/ todos los niños en Francia/ supieran hablar francés…". Porque que así fuera ni era prodigioso ni tenía que ver con arte diabólico alguno, como rezaban más adelante los versos. Era, más bien, el resultado de que la lengua fuera enseñada a todos los niños para hacerlos hombres y mujeres de provecho y ciudadanos de la Republique, remediando el déficit anterior a la Revolución, cuando sólo una cuarta parte de la población francesa hablaba el francés.
El catalán en el Rosellón
El caso es que a diferencia de lo que sucede en España, en el Rosellón no se enseña el catalán, salvo en proporción exigua en algunas escuelas privadas. De modo que como resultado de todas estas exclusiones su utilización queda reducida a la esfera íntima, a la manera de José María Aznar. Así que en estas circunstancias, cuán valeroso habría sido que el apodado Puigdemont sin miedo, después de los agradecimientos obligados a sus anfitriones, la hubiera emprendido contra le President Macron y en defensa de la lengua catalana sufriente en el Nord. Como Mizifú y Zapirón, el prófugo de Waterloo consideró que era un caso de conciencia y prefirió abstenerse de formular reclamación alguna.
Es, precisamente, el abandono a su suerte de sus compatriotas catalanes a los que se mantiene en la ignorancia de su propia lengua, el que debería haber indignado a los concentrados en Perpiñán y suscitado la admiración del portugués del epigrama. Pero como advierte Maurice Joly en El arte de medrar. Manual del trepador “Un gran hombre puede no comprender su época o no estar a la altura de las ideas de su tiempo. Pero las limitaciones de su inteligencia pueden ser para él un principio de fuerza. Porque una inteligencia demasiado extensa podría carecer de la tenacidad que es característica de las ideas fijas. Por el otro lado, se puede citar a Talleyrand como a uno de los hombres que mejor han conocido el arte de abandonar las causas perdidas. Vale