Ya puede desgañitarse Pablo Casado haciéndonos creer a voz en grito que su centrismo es inmarcesible y lo suyo con Santiago Abascal un amor imposible, que las encuestas, todas, son tozudas: el PP solo llegará a La Moncloa con el apoyo de Vox a su investidura porque la desaparición de Ciudadanos como bisagra de la política ha tenido ese efecto; clarificar el panorama de la forma que menos gusta a Casado… y a Pedro Sánchez.
Dicho de otra manera, una vez el hoy presidente del Gobierno y el ya retirado por el voto de los españoles -que no se lo perdonaron- Albert Rivera tomaron en abril de 2019 la extraña decisión de desperdiciar aquella ocasión de centrar el país y recuperar la estabilidad institucional perdida sumando sus entonces 180 diputados -123 socialistas y 57 naranjas-, los extremos no sólo cuentan, deciden sobre España. Esto es lo que hay, dirán ustedes. Pues sí. Al menos hasta que los dos grandes espadas de la política logren que vuelva, si vuelve, ese bipartidismo imperfecto que dirigió mal que bien este país hasta 2015.
Igual que el presidente del Gobierno sabe que dos más dos son cuatro y, por más que intente disimular, o pacta los presupuestos para 2022 con su vicepresidenta Yolanda Díaz y Unidas Podemos al precio que ellos -y ERC, PNV y Bildu, ojo- pongan o se acabó la legislatura, Pablo Casado y su entorno también son conscientes de que, o pacta con Vox o nunca llegará a La Moncloa en este ciclo político que le ha tocado vivir. Otra cosa es que dediquen todos sus esfuerzos a disimularlo.
Pedro Sánchez ha decidido no convocar elecciones antes de dos años y eso en política es mucho tiempo a disposición de Santiago Abascal para complicarle la vida a Casado y al PP; en Madrid, Ceuta, Andalucía o donde se lo pongan a tiro
Bien es cierto que, por mucho que cacareen, a la hora de la verdad esos extremos del arco parlamentario se encuentran en un callejón sin salida, como se ha podido ver en Madrid con una Rocío Monasterio menguante en votos y rendida a la evidencia de que tenía que investir gratis et amore a Isabel Díaz Ayuso o el partido del corazón verde desaparecería en las siguientes elecciones autonómicas, en 2023.
Pero el presidente del PP debe tener en cuenta un factor no menor que le deja en inferioridad de condiciones: su rival, Sánchez, es quien tiene la potestad de convocar elecciones y ha decidido no pulsar el botón nuclear hasta dentro de dos años. En política eso es mucho tiempo a disposición de Santiago Abascal para complicarles la vida a Casado y al PP en Ceuta, en Madrid, Andalucía, Murcia o donde se lo pongan a tiro.
El PSOE, y en particular su líder, necesitan recobrar la compostura tras la deriva en la cual han entrado por el fiasco de las mociones de censura en Murcia y Castilla y León con las que pretendían apuntillar a Casado tras el sorpasso de Vox al PP en Cataluña el 14 de febrero, y, sobre todo, por el desastre electoral socialista el 4 de mayo en Madrid; una alarmante deriva que ha llevado en última instancia a Pedro Sánchez a coger el toro por los cuernos y protagonizar el cambio de gobierno más profundo de cuantos se han hecho en democracia durante las últimas décadas.
Le saldrá bien o mal está jugada al inquilino de La Moncloa pero, de momento, gana tiempo y provoca de rebote que, hasta el momento en que Abascal tenga que plantearse en su caso la disyuntiva que tuvo Monasterio hacia Ayuso, se las haga pasar canutas a Casado, le incomode, meta ruido en la derecha política y mediática.
No me refiero sólo a esas escaramuzas parlamentarias en el Congreso o en los tribunales entre PP y Vox a cuenta de protagonismos varios de las acusaciones particulares en casos de corrupción; me refiero a la tentación de Vox por forzar un adelanto electoral en Andalucía este otoño, que les dejaría como socios únicos e indispensables de Juan Manuel Moreno Bonilla, y a la presión mediática sobre Casado para que se moje y presente una moción de censura, posibilidad una y otra vez rechazada por éste.
Bien harán los populares en dejar clara de forma indubitada su proyecto alternativo para España. No vale solo con hacer oposición, ir a rebufo, y ponerse de perfil ante temas incómodos, se llamen Eutanasia, Memoria Histórica o política económica
Sí, pueden hacérsele muy largos al inquilino del despacho principal del edificio de la calle Génova estos dos años de jamón York del sándwich que le intentan hacer Pedro Sánchez y Santiago Abascal con escaso éxito, de momento, pero bien harán los populares en dejar clara de forma indubitada su proyecto alternativo para España. No vale solo con hacer oposición, ir a rebufo, y ponerse de perfil ante temas incómodos, se llamen Eutanasia, Memoria Histórica o política económica solo por no incomodar a su electorado más próximo a Vox… porque puede ahuyentar a los huérfanos de Rivera en toda España, que no viven todos como en los PAU madrileños que votaron castizo a Ayuso.
A Casado le hace falta tener listo este septiembre, para el inicio de curso político, un proyecto reconocible en tres o cuatro de sus propuestas, como el que en su día necesitó José María Aznar para derrotar en 1996 al todopoderoso Felipe González -desaparición del servicio militar, la denostada mili, incluido- porque él no va a tener la suerte de la que dispuso Mariano Rajoy con el colapso inmobiliario y bancario que se llevó por delante al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y a su sucesor en las elecciones generales de 2015, Alfredo Pérez Rubalcaba.
Como señala gráficamente un veterano y estrecho colaborador de quien fue refundador de la derecha democrática, “Casado tiene que dejarse de rodeos, de perder tiempo en contar todas las propiedades y virtudes de nuestra maleta (el PP) y vendérsela de una vez y mejor a los españoles, animando a que quieran hacer el viaje con él, no con el PSOE. Lo que pasó con Ayuso es diferente. Para empezar, ella estaba en el poder y se enfrentaba a una reválida no prevista, fruto de una elección a mitad de mandato, muy especial, en una sola urna y sin alcaldes. Eso no se repetirá ni en las autonómicas de 2023 ni, mucho menos, en las generales”.
Tenga o no razón esta fuente, cuando el PP gane al PSOE es más que previsible que lo haga por la mínima dada la fragmentación del espectro político y, además, la experiencia indica que echar a los inquilinos de La Moncloa es muy difícil. Son ellos los que se van (el único, Aznar) o les van los españoles con su voto, pero, parafraseando a Espronceda, podría decirse que con 74.000 millones de euros de fondos europeos por banda, viento en popa a toda vela con la pandemia como triste recuerdo, Pedro Sánchez tiene no poco ganado de antemano para dar la vuelta a unos sondeos en los que el PP ha puesto toda su confianza; de momento son solo eso, encuestas, cambiantes como el viento de la opinión pública.