Opinión

La izquierda, el populismo y la lengua (española)

La 'ley Celaá' pone en evidencia que la identidad está por encima de los derechos de las personas

  • La ministra de Educación y Formación Profesional, Isabel Celaá

Extraña sensación la de estar como en una olla que van calentando poco a poco, a sabiendas de que, a poco que te despistes, puedes acabar cocido. Sin embargo, esa parece ser la táctica de nuestra izquierda 'transformadora'. La clave de las revoluciones 2.0 está precisamente en la manipulación de los tiempos, la agenda sociopolítica y, cómo no, el uso de las instituciones públicas para lograr sus objetivos privados. La transformación es, por tanto, paulatina, constante y profunda, nutrida de desinformación, maniobras de distracción y juegos estratégicos muy bien elaborados.

El último de los episodios lo encontramos en la propuesta de la llamada 'ley Celaá' respecto a que el castellano deje de ser lengua vehicular en toda España. Muy llamativa ha sido la justificación de la portavoz del Gobierno: “Hay que dialogar para intentar consensuar un texto que reconozca la libertad y diversidad de nuestro país”, para que “cada uno se pueda expresar en las condiciones que le marca su territorio.” Naturalmente, como es habitual en este Gobierno, han previsto las reacciones, los posibles daños (daños al número mágico del presidente: 176) y oportunidades. Nada inocente ni ingenuo, salvo quizás el tacticismo derivado de la necesidad de 176 diputados.

Un cambio más allá de las leyes

El problema lo encontramos en que mientras una parte del Gobierno sigue con el mantra de que lo mejor es "tenerlos en las instituciones" para domar a la bestia populista, los populistas siguen poniendo en marcha y ejecutando un plan de ingeniería social y un cambio implícito de régimen. Un cambio más allá del marco jurídico, un cambio en el marco mental de los españoles para que asuman este proceso como un hecho natural y necesario. Nada nuevo bajo el sol, en Cataluña ya lo vivimos en su momento y seguimos sufriéndolo.

La reacción lógica (y esperada por los promotores) ha venido principalmente desde Cataluña, donde se ha puesto el grito en el cielo por la nueva embestida a los derechos de los ciudadanos. Esto es verdad, pero ¿para qué hacer esta reforma si, en verdad, no cambiará (casi) nada en Cataluña? Lamentablemente, la Generalitat nunca ha cumplido ni las sentencias judiciales y ni ha protegido los derechos de los alumnos. ¿La razón la encontraríamos en la necesidad de contentar a ERC con una cuestión que no es crucial para sus intereses electorales? ¿Para qué meterse en este lío mediático que puede afectar negativamente a cierto electorado de izquierdas?

Para estas preguntas podría haber varias respuestas. Por ejemplo, para contentar a ERC y lograr su apoyo a los Presupuestos. Sin embargo, la negociación de Presupuestos tiene intereses muy distintos para los actores negociadores. Podría ser para dar protagonismo a ERC ante las próximas elecciones autonómicas, pero una medida así sería inocua por el tiempo que aún falta para las mismas. También existe la posibilidad de que la respuesta sea para blindar la inmersión lingüística en Cataluña, pero, como ya queda dicho, no tendría ningún efecto real en las escuelas catalanas. Entonces ¿a qué responde este cambio legislativo?

Hay que tener claro, en primer lugar, que la auténtica dicotomía a la que nos enfrentamos es democracia versus populismo y no dejarse llevar por los cantos de sirena de los muñidores de polémicas

Creo que los promotores ya habían previsto la reacción emocional ante la misma: básicamente que nos quedemos mirando el dedo y no veamos la luna. Y, efectivamente, parece que están logrando este objetivo. La clave estaría en la explicación de la ministra portavoz María Jesús Montero; estamos ante un capítulo más del programa para lograr a medio plazo la “república plurinacional” de Iglesias. De esta ley se deduce que asume que la identidad está por encima de los derechos de los ciudadanos, que dicha identidad se sustenta en la lengua, que dicha lengua se adscribe inequívocamente a un territorio, que dicho territorio es una nación y que la ciudadanía de dicho territorio debe tener una identidad unívoca que pasa por una lengua.

Entonces, ¿qué deberíamos hacer al respecto?. Hay que tener claro, en primer lugar, que la auténtica dicotomía a la que nos enfrentamos es democracia versus populismo y no dejarse llevar por los cantos de sirena de los muñidores de polémicas performativas ni, por supuesto, caer en falsos debates polarizadores. Y, por supuesto, dejar de mirar al dedo y ver la luna, dejar de mirar el humo y apagar el fuego.

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