Lo tenía claro, meridiano. En una decisión tan suicida como incomprensible la presidenta de la Comunidad de Madrid ha querido atarse al palo mayor de la Puerta del Sol y aguantar la marea sin reparar en que resulta altamente irresponsable limitar la posibilidad de escape cuando el fuego se acerca. Tal parece que Cristina Cifuentes hubiera grabado inútilmente en el frontispicio de su despacho aquel lema reivindicado por Camilo José Cela: “En España, el que resiste, gana”. Ocurre, empero, que este atractivo aforismo, de ser formulado por Rajoy, terminaría en un galaico: “o no...”. Fiarlo todo a la capacidad de aguante sin reparar en los daños colaterales es una decisión que termina pasando una factura políticamente letal.
Lo que hay que reconocerle a Cifuentes es una capacidad de resiliencia digna de estudio en un congreso de psicología. Donde otros se hubieran hundido en medio de una depresión ante la concatenación de evidencias relacionadas con sus espurios estudios universitarios de posgrado, ella desarrolló una actitud prepotente, casi chulesca, y con ella se autoconvenció de haber hecho un máster que, simple y llanamente, le regalaron, a tenor de todas las informaciones que hemos ido conociendo desde el inicio de este caso.
Es muy probable que la Universidad le retire el título a Cifuentes, lo que muy probablemente ocurrirá después de que Rajoy asuma directamente la petición de dimisión por el bien del partido
Que Cifuentes va a abandonar la presidencia de Madrid es algo que, a día de hoy, parece más que seguro a tenor de la atolondrada actuación que está asumiendo en este caso y su pésima gestión de la situación. Tras los efusivos abrazos públicos con Mariano Rajoy en la convención sevillana, los cuarteles generales populares guardan ahora una prudente distancia de seguridad ante el cariz que han tomado los acontecimientos. Diga lo que diga Cifuentes está claro que no cursó ningún máster. Resulta cierto que se matriculó (fuera de plazo) y pagó las tasas. Hasta ahí. El resto es una nebulosa que deja ver un fraude académico en la Universidad Rey Juan Carlos y un ejercicio de escapismo político por parte de la presidenta madrileña.
El daño a su partido es letal, pero si éste se lo deja hacer en el pecado llevará la penitencia. El PSOE ha encontrado, al fin, una vía para ejercer la oposición con la aquiescencia de la opinión pública y de la opinión publicada. La moción de censura, se materialice o no, es una iniciativa que, en un caso así, cobraría todo el sentido. El apoyo de Podemos es ineluctable, ça va de soi. Y en este envite ha puesto en un brete a Ciudadanos, partido adalid contra las irregularidades que se ha debatido en estos días entre sumarse a la censura política en la Asamblea de Madrid, con lo que ello le comporta en términos de imagen al votar conjuntamente con la izquierda, o dar una patada al balón y plantear una comisión de investigación que se revelaba, desde el inicio, como una tautología, porque todo ya está suficientemente investigado, teniendo en cuenta que el caso se encuentra en la Fiscalía y que la Conferencia de Rectores supervisa la indagación académica. Al final, la torpeza del PP madrileño abre una puerta a los de Rivera que conjura su apoyo a la iniciativa socialista y la propia comisión de investigación, una salida “a la murciana” para amortizar políticamente a Cifuentes y entronizar a otro candidato popular.
El PSOE ha encontrado, al fin, una vía para ejercer la oposición con la aquiescencia de la opinión pública y de la opinión publicada
El lío es “colosal”, que diría Rajoy, tan colosal que los periodistas no encuentran a ningún responsable del PP capaz de defender en privado, y sin ambages, a su correligionaria Cifuentes, mientras barajan un candidato dentro de las filas del partido que pueda contar con el apoyo del Ciudadanos. La nueva lideresa ha llegado demasiado lejos. Le hubiera bastado con aceptar la culpa, en un primer momento, reconociendo el regalo universitario. También con una dimisión temprana ante el cúmulo de irregularidades que se iban conociendo y que dejan su versión de los exámenes y la defensa del Trabajo de Fin de Máster en entredicho. Pero no. Lo suyo era resistir, costara lo que costara, aguantar como fuera en la esperanza de que la tormenta amainara y pudiera volver a ser la de siempre. A Cristina Cifuentes le ha faltado humildad y le ha sobrado prepotencia. Se ha presentado como una víctima cuando, en realidad, ha sido afortunada por un título para el que no se ha examinado ni para el que ha realizado ningún trabajo, según todos los datos conocidos. Cuesta creer por qué se empeña en afirmar que hizo lo que no hizo y más aún que exhibiera en sede parlamentaria una autorización por escrito a la Universidad para difundir su TFM, un trabajo del que no existe constancia alguna, ni siquiera en su mero registro administrativo. Po ello es casi seguro que la URJC termine retirándole su título ante el cúmulo de irregularidades observadas en este proceso.
La puntilla se la ha dado, paradójicamente, su compañero de partido Pablo Casado, que, ante las sospechas, ha exhibido los trabajos universitarios que han parado el escándalo que también se cernía sobre él, a pesar de las convalidaciones disfrutadas y de no asistir a clase. Cifuentes es, lo quiera o no, una figura política amortizada. En parte por el inmerecido obsequio académico que recibió y, en otra buena parte, por su propia torpeza. Por eso ha comenzado su cuenta atrás y hoy la presidenta se pasea por el histórico edificio de la Puerta del Sol como un cadáver político, asemejándose al personaje de Nicole Kidman en Los Otros de Amenábar. Una zombi para todos, excepto para ella misma, mientras espera a Rajoy, como si fuera el Godot de Samuel Beckett, para que le indique el momento “oportuno y conveniente” en el que debe de tomarse la cicuta.