Opinión

¿Le compraría un coche usado a Sánchez?

En nuestro país, demasiados votantes prefieren el cálido masaje sensorial de las narrativas gubernamentales a la lectura racional de la realidad

  • Pedro Sánchez y Felipe González durante su participación en Sevilla en un acto para conmemorar el 40 aniversario de la victoria electoral en 1982. -

En un pequeño opúsculo, Inmanuel Kant describió la Ilustración de la siguiente manera: “Sapere aude”, atrévete a saber. En los presentes tiempos de contrailustración, la consigna ha sido alterada: no te atrevas a saber. Confórmate con la pléyade de “narrativas” que te vayan contando y sé feliz.

Recientemente, Felipe González ha venido a cuestionar esas narrativas desde la perspectiva del socialdemócrata clásico en la que siempre ha militado , que se confunde con la de los ilustrados países del norte de Europa.

Así, sostiene enfáticamente, que la amnistía supone un ataque frontal al Estado de Derecho; propone que si no se ponen de acuerdo el PSOE y el PP en la renovación del Consejo del Poder Judicial se seleccionen candidatos de reconocido prestigio profesional y se sortee entre ellos la ocupación de las plazas vacantes; apela a la responsabilidad política de los gobernantes frente a la increíble “performance” vacacional de cinco días del presidente del gobierno; denuncia a Zapatero por su defensa a ultranza de la dictadura de Maduro; cuestiona el absurdo enfrentamiento con Israel; pone de relieve que la acusada y creciente decadencia económica de Europa respecto a EEUU, de base tecnológica, se refleja muy bien en la ausencia de renovación de los rankings empresariales de aquí -por ausencia de libertad de mercado- frente a los americanos; y defiende orgulloso la educación y la sanidad públicas. Las ideas socialdemócratas, como se ha demostrado en toda Europa, pueden ser discutibles pero son compatibles con el pensamiento ilustrado.

Cuando Sánchez descalifica -obedeciendo a su inventor, Stalin- como “fachosfera” a todos -incluido Felipe González- los que se oponen a sus designios políticos; un ministro de su gobierno insulta públicamente -sin venir a cuento- a un jefe de Estado de una gran nación hermana; ordena a la presidenta del Congreso que suspenda una intervención del líder de la oposición; y una vicepresidenta del Gobierno suscribe la tesis terrorista que reclama la desaparición de Israel, estamos ante narrativas contrailustradas que solo pretenden ocultar la realidad a base de generar falsas amenazas que solo el taumaturgo de turno es capaz de conjurar. Lo que se está jugando ahora en España -su próximo destino histórico- no son políticas más o menos -todas lo vienen siendo- socialistas, que en los países más serios hace tiempo llegaron a su fin, sino si somos un país pre o ilustrado.

Tanto Zapatero como Sánchez han venido impugnando los valores morales de nuestra civilización cristiano-occidental que sustenta el pensamiento ilustrado, como es fácil de comprobar apelando a los citados sabios

A lo largo del siglo XVIII, con dos imperecederos gigantes a la cabeza, David Hume y Imanuel Kant, se formularon los principios ilustrados del orden moral que ha venido siendo el caldo de cultivo de las sociedades de los países más civilizados y consecuentemente prósperos del mundo, incluida la España contemporánea. Sin embargo, tanto Zapatero como Sánchez han venido impugnando los valores morales de nuestra civilización cristiano-occidental que sustenta el pensamiento ilustrado, como es fácil de comprobar apelando a los citados sabios.

Para Hume: “La regla moral confiere carácter obligatorio al cumplimiento de las promesas”, lo que reforzó Kant al afirmar que: “La base de la moral se halla en una buena voluntad, como la de la gente honrada. La de la gente que no miente, que cumple su palabra y no manipula ni maltrata a nadie”. En los EEUU se hizo popular un cartel electoral del partido demócrata con motivo de la confrontación electoral en 1960 entre Kennedy y Nixon: en él, bajo una foto de este último, estaba escrito “¿Le compraría un coche usado a este hombre?". En la España contemporánea ningún líder político se puede comparar con Sánchez en cuanto al desuso de las ilustradas reglas morales de la civilización occidental.

En el ámbito político, la constitución escrita de EEUU de 1787 que integró la esencial división de poderes que Montesquieu descubrió en las prácticas democráticas consuetudinarias inglesas, se convirtió en un monumento -muy vivo- de la democracia liberal, frente a la democracia totalitaria surgida en la Revolución Francesa en 1789, que el actual gobierno no ceja en reivindicar.

Tan lejos está queriendo retroceder el Gobierno de Sánchez, que la frontera que quiere establecer entre “ellos” y los demás, lo que realmente está separando es la prehistoria moral y política de antes de la Ilustración luego radicalmente empeorada por Stalin, de la historia -de éxito- de las naciones que reivindicara Francis Fukuyama en su famoso ensayo El fin de la historia [1002]. En él, en contra de lecturas progresistas tergiversadas, Fukuyama daba cuenta y razón del éxito de la democracia liberal frente a cualesquiera otras alternativas políticas -incluida la que representa Sánchez, aquí y ahora–; pero no que fuera necesariamente triunfante.

Lamentablemente, en España demasiados votantes prefieren el cálido masaje sensorial de las narrativas gubernamentales a la lectura racional de la realidad, que efectivamente no es tan agradable y “progresista” y prestan al líder sus votos para que este a su vez los convierta en la “voluntad popular”, que quiere decir gobierno autoritario de base personal, al margen de leyes e instituciones. Tal y como ha escrito recientemente Alfonso Guerra en el prólogo del libro de Virgilio Zapatero, Aquel PSOE [2023]: “Solo una mentalidad totalitaria puede sostener que lo que establece una mayoría sea prevalente sobre la ley”.

Cuando -sin gracia alguna- Sánchez bromea señalando que “la economía española va como un cohete” le está tomando el pelo a sus votantes a costa de una vulgar y escandalosa mentira

Para aquellos que todavía se “atrevan a saber”, desde hace décadas han surgido un sinfín de ensayos académicos que atestiguan la estrecha relación que ha existido a lo largo de la historia y hasta nuestros días, entre los marcos institucionales -que incluyen el orden moral y político- y el progreso económico de las naciones.

Un proyecto contrailustrado

Cuando -sin gracia alguna- Sánchez bromea señalando que “la economía española va como un cohete” le está tomando el pelo a sus votantes a costa de una vulgar y escandalosa mentira. Salvando -obviamente- la Guerra Civil, en más de un siglo sólo Zapatero presenta peores resultados económicos que Sánchez.

Recordemos los datos de crecimiento económico medio anual durante los mandatos postconstitucionales: con Suárez un 0,55%; con González un 2,53%; con Aznar un 2,71%; con Zapatero descendió -0,85%; con Rajoy un 2,02% y con Sánchez un paupérrimo 0,25%. Es decir, solo Zapatero ha sido capaz de generar decrecimiento de la prosperidad de los españoles en tiempos de paz, mientras que Sánchez presenta la más exigua tasa de crecimiento de nuestra historia -en paz- y también de la UE. Si añadimos la tasa de desempleo -la mayor de los países desarrollados y el doble que la UE- y la asombrosa deuda pública que sufrimos, el “cohete” de Sánchez solo es una mera ensoñación dirigida a una sociedad servil.

Si la Ilustración representa un proyecto de cultura basado en la razón, con mucha razón podemos llamar al sanchismo un proyecto contrailustrado, ya que está basado en mentirosas narrativas mitológicas, cuyo único fin es que los ciudadanos ni sepan ni quieran saber.

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