Tom Daley es otro participante de los Juegos de Tokyo que proporciona material jugoso a los aficionados al parlanchineo o al activismo. No es la primera vez que el deportista da de qué hablar, es un icono homosexual –otro más- que visibiliza (perdón por el odioso palabro) su condición. Sin quitarle valor a sus gestos, me gustaría que se pusiera más énfasis a la hora de denunciar el infierno que viven muchas mujeres y homosexuales en la mayoría de países musulmanes. Pero, por lo visto, aixó no toca, que diría Pujol.
Daley ha llamado la atención al ser fotografiado tejiendo media. Algunos lo han confundido con crochet, pero no. Es media. O tejer con dos agujas. Lo sé porque Daley y yo compartimos afición, con bastantes personas además, la mayoría mujeres. Algunas mantenemos el hobby en la sombra, no vayamos a parecer oprimidas o anticuadas.
Me pregunto qué habría pasado si hubiera sido una mujer la sorprendida en esta tarea. Puedo imaginar –no sin reírme- el grito de indignación que desde Galapagar alcanzaría Tokio. Pero, ¡ah!, quien teje es un hombre. Un hombre exitoso. Así, sí. Seal of approval de Ada Colau. Es una simpática paradoja que tengan que ser los hombres los que nos saquen del armario a las mujeres. Gracias a Daley puedo hablar de mi querencia por esta afición en un artículo de opinión sin temor a que no se me tome en serio. Bueno, al menos eso espero. Le quita un poco de brillo a la cosa que el atleta sea gay. Exhibimos con orgullo lo abiertos que somos, pero muchos siguen asumiendo que todos los gays son afeminados y, por supuesto, votantes de izquierdas. Y afeminado es sólo el que hace feminerías, como diría Forrest Gump. Como si no hubiera homosexuales machotes y mucho machotes.
Las hormonas y otros detallitos biológicos que influyen en nuestra natural condición son marginales y completamente controlables
El mismo concepto de “afeminado” es controvertido, al menos desde la perspectiva feminista y LGTBI. Si eres feminista, tu objetivo es acabar con los estereotipos sobre cómo debe ser una mujer, por lo que el concepto de lo afeminado es un enemigo a abatir, un prejuicio más que ahoga a las de nuestro sexo. Hasta hace poco alguien era mujer porque nació con órgano reproductor femenino, con toda la influencia que esto tiene sobre el cuerpo. Pero dicha influencia no existe, Simone de Beauvoir dixit. Todo es constructo, cultura, relato: no existe una forma de ser mujer, ni una vestimenta, ni determinados intereses ni actitudes. Las hormonas y otros detallitos biológicos que influyen en nuestra natural condición son marginales y completamente controlables.
Las feministas han solucionado así, de un carpetazo, dos de los problemas más intrincados en filosofía: el determinismo y la relación mente-cerebro, y cómo afectan ambos temas a la cuestión de la libertad humana. A tomar viento, pontifican estas iluminadas. Somos espíritus libres. O al menos lo seremos cuando deconstruyamos de una vez por todas la opresión y el relato heteropatriarcal.
Ahora bien, ¿qué pasa con los transexuales? Se identifican con el otro sexo. En consecuencia, desean eliminar sus rasgos biológicos sexuados, por lo que se medican con hormonas para asemejarse más a lo que desean ser (algo curioso de nuevo, ya que la nueva religión condena la investigación farmacológica y aboga por la sabiduría curativa ancestral). Los transexuales adoptan vestimenta y actitudes que normalmente atribuimos al sexo al que desean parecerse, algunos con gran éxito, por cierto. Imitan aspecto y conductas femeninas o masculinas, esas que se supone que son mero constructo y relato. Todas estas contradicciones resultan muy curiosas, porque no dejan de partir del original, es decir, del modelo que compone el inevitable y bendito binomio hombre-mujer.
El detalle del músculo
Un ejemplo olímpico de todo esto lo hallamos en la dizque mujer Laurel Hubbard, participante de estos Juegos. Hubbard inició su transición de hombre a fémina hace apenas cinco años. Hasta entonces participó durante mucho tiempo en competiciones masculinas en la misma disciplina, halterofilia. Aunque recibe terapia hormonal para no superar el número de testosterona en sangre permitida a las atletas, cualquiera que entienda un poco de deporte y biología sabe que los hombres suelen presentar un 30% más de músculo que las mujeres. El músculo, además, tiene memoria: quienes practican deporte con asiduidad recuperan mucho más rápido la fuerza y la potencia tras un periodo de no haber entrenado absolutamente nada, algo que no ocurre con personas sedentarias.
Todo esto es una bofetada infame a las mujeres, proporcionada por hombres, para más inri. A las deportistas que se “convierten” en hombres no se les objeta nada, por supuesto. No se les exige ningún requisito en competiciones deportivas. Bastante tienen las/los/les pobres enfrentándose a deportistas masculinos. Es más, ¿se sabe si hay algún hombre transexual –nacida mujer, reconvertida en hombre- que haya intentado clasificarse para participar en estos Juegos? Buen momento para recordar el refrán: “Dios perdona siempre, las personas a veces. La naturaleza nunca.”