Opinión

Debate y crispación

El pluralismo tiene difícil encaje: eso de poner en juego visiones del mundo distintas en cuestiones esenciales suena complicado

  • Aplausos en un pleno del Congreso -

“Si uno no quiere dos no pelean” es uno de los dichos populares que más se presta a manipulación y tergiversación. En cuestiones irrelevantes resulta muy conveniente, como nos recuerda el chiste:

-¡Pepe! ¡Cuánto tiempo sin vernos!

-¡Qué alegría, Juan! Oye, por ti no pasan los años, ¿cuál es tu secreto?

-No tiene ningún misterio: no discuto nunca.

-¡Anda ya, no será por eso!

-Pues no será por eso.

Dicen que las redes sociales son fuente de crispación y radicalización, pero al final funcionan como cualquier otra herramienta: depende de cómo las utilices. A mí me han servido para aprender que existen pocas discusiones en las que merezca la pena entrar. Es importante, asimismo, el foro: no es lo mismo un congreso, una ponencia o una charla entre amigos, que enfrentarse a un tipo en internet que se esconde tras un pseudónimo. También hay que aprender a distinguir entre discusión y debate. En el primero se busca ganar por ganar, el zasca ingenioso que anhela el aplauso rápido de tus hinchas, de los ya convencidos. Debatir es otra cosa: sólo se puede establecer conversación con personas educadas y respetuosas. Hay que estar, además, abierto a estar equivocado o, al menos, asumir que la perspectiva propia no es omniabarcante y que precisa ser completada y revisada constantemente.

Ahora bien, lo principal en este tipo de diálogos es que se presuponga que existe una realidad objetiva a la cual acercarse con más o menos tino. Acogerse a aquello de “cada cual tiene su perspectiva” o “la realidad es compleja, poliédrica” y quedarse ahí tan sólo nos lleva al diálogo de besugos en que se ha convertido el ágora política (tanto en sus sedes oficiales – Congreso de los diputados y medios de comunicación- como en las oficiosas -redes sociales, charlas de bar, congresos, conferencias on-line y todo aquello que conforma la sociedad civil).

Nadie piensa que da lo mismo violar que ser violado. Existe una serie de guías de conducta universales que se observan en todas las culturas

El relativismo no lleva a ningún sitio. Primero, porque hay que legislar y no se puede redactar una ley y la contraria (no podemos imponer la obligatoriedad de la enseñanza en español y, al mismo tiempo, establecerla como optativa). Recordemos, además, que nadie es congruente con su relativismo, especialmente aquellos que ondean la bandera de la tolerancia. A nadie le parece una cuestión de perspectiva el robo o el asesinato. Nadie piensa que da lo mismo violar que ser violado. Existes una serie de guías de conductas universales que se observan en todas las culturas. Bajo estas premisas podríamos afirmar que no puede haber crispación sobre ciertos puntos, pues todos estamos de acuerdo con ellos. Y, sin embargo, se nos insiste constantemente en que nuestra sociedad sufre de una polarización profunda que va en aumento y que no tiene visos de mejorar.

Aquí es donde me gustaría lanzar varias preguntas, en buena lid, a los que acusan a la no-izquierda de crispar. Las planteo con espíritu deportivo, con caballerosidad, asumiendo la premisa de que los que no somos de izquierdas podemos tener nuestra parte de culpa en esto de la polarización. Quisiera saber qué harían en nuestro lugar aquellos que jamás votarán al PP, Ciudadanos o a Vox.

¿Qué haría usted, votante del PSOE o de Podemos, si se enterase de que se va a poner en marcha una legislación sobre la que ya tienen experiencia (muy negativa) países de nuestro entorno? ¿Saben los progresistas que en Inglaterra ya pesan sobre el gobierno al menos 1.000 denuncias por transiciones de género hechas bajo las mismas premisas de la nueva ley trans española?

¿Qué haría usted, votante independentista, si Barcelona o Bilbao torpedearan continuamente el gobierno de una Cataluña y País Vasco independientes? ¿Si pusieran en peligro, no sólo la viabilidad política y económica de la república, sino también hicieran imposible la vida de los vascos y catalanes que vivieran en esas provincias rebeldes? ¿Si denigraran constantemente sus símbolos patrios?

¿Podría prestarnos cinco minutos de su tiempo para explicarnos por qué está bien hacer eso cuando el niño está enfermo? ¿No es eso discriminar?

¿Qué haría usted, señor de izquierdas, si sus representantes políticos fueran acosados por muchedumbres, si recibieran puñetazos y pedradas, y desde la derecha se les acusara de ir provocando?

Dentro de las clases de educación sexual, ¿permitiría usted que se enseñara embriología? ¿Que se mostraran vídeos sobre procedimientos abortivos en fetos de veinte semanas? Esos que se realizan con tijeras, desmembrando el feto. ¿Estaría usted dispuesto a verlo? ¿Podría prestarnos cinco minutos de su tiempo para explicarnos por qué está bien hacer eso cuando el niño está enfermo? ¿No es eso discriminar?

Es evidente que si no planteamos objeciones a ciertos planteamientos de la izquierda no habrá debate y mucho menos discusión. Como no la había durante el franquismo, o como no la hay en la China actual. La “paz”, aunque impuesta, tiene sus ventajas, claro. Sólo hay que ver cómo se modernizó España durante la dictadura, o cómo China es ahora una de las grandes potencias económicas. Presupongo, sin embargo, que a ustedes, votantes de izquierdas, no les interesa vivir en un país sin libertades civiles. A lo mejor es mucho presumir, claro. Como dije, el relativismo no se lo cree nadie y el pluralismo tiene difícil encaje: eso de poner en juego visiones del mundo distintas en cuestiones esenciales suena complicado. Especialmente cuando uno no contempla perder en el juego democrático. Es más sencillo asumir que el otro es fascista y demonizarlo. Ahora bien, tengan presente que “los otros” también pueden volverse populistas y maniqueos. Y, si eso llega a ocurrir, imagino que no querrán aplicar la de “si uno no quiere, dos no discuten”. Imagino.

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