Opinión

La democracia del 'trágala'

Le han tomado tanto el gusto los progresistas a la democracia, que no pueden vivir sin ella: para ellos es una palabra mágica y como tal remedio infalible para la

  • El Capitolio, sede del Congreso de Estados Unidos

Le han tomado tanto el gusto los progresistas a la democracia, que no pueden vivir sin ella: para ellos es una palabra mágica y como tal remedio infalible para la toma de decisiones de cualquier naturaleza. Se sienten tan creídos y propietarios de ella que la aplican a cualquier cosa, llegando al extremo de concebir la realidad histórica como algo que se puede inventar y establecer democráticamente al gusto del público progre. Y para que no quede duda acerca de su dogma político, desprecian a quienes no están de acuerdo con sus designios con el apelativo de “antidemócratas”, incluyendo entre ellos a todos los filósofos de la verdadera democracia, desde los ignotos griegos que la descubrieron hasta los insignes arquitectos políticos de la democracia liberal, la verdadera.

La genuina democracia nada tiene que ver con su falsificada versión progresista; es algo más serio y sólido. En contra de la concepción personalista de las instituciones sociales, típica del socialismo constructivista que reniega de la evolución social espontánea, la democracia no la inventó nadie; fue descubierta en Atenas como un modo práctico y útil “a mediados del siglo V a. C para denominar su sistema político, basado en que todos los ciudadanos participan por igual en el desempeño de los cargos públicos” según el maestro de la materia, Joaquín Abellán en su clásica obra Democracia.

Es contemporáneo de democracia el término isonomía equivalente a la igualdad ante la ley. Para Aristóteles el fundamento de la democracia es la libertad de los ciudadanos, por lo que cabe concluir que democracia, libertad y respeto de la ley forman una inseparable unidad conceptual; justamente lo que desprecian los progresistas.

Derechos a la carta

La aplicación de la democracia para reinventar la historia, en la escuela y la universidad en contra de la jerarquía del saber, para elegir derechos inventados a la carta incluido el sexo, y hasta feminizar las matemáticas, solo puede plantearse desde la ignorancia y la irresponsabilidad intelectual.

Por cierto, en la progresista URSS, la historia de las matemáticas fue interpretada “aplicando el método del materialismo dialéctico” y “como ciencia, es una de las formas de la conciencia social de los hombres” según K. Ríbnikov en su Historia de las matemáticas (1974). Para el autor “la enseñanza de la historia de la ciencia…no puede ser dejada a la espontaneidad. Ella debe estar bien organizada como parte de la educación ideológica del estudiantado y de los trabajadores científicos”.

La exitosa corriente literaria hispanoamericana, denominada realismo mágico porque la realidad y la magia se confunden, se ha mutado a la política; también hispanoamericana. El pionero político de la confusión de la realidad con la magia fue el peronismo argentino, creador de un exitoso lema: “Toda necesidad es un derecho social” que perdura en nuestros días; eso sí, solo en los países peor gobernados.

Para el peronismo de siempre y cierto social-comunismo -como el español- cualquier “necesidad” que puedan inventar los políticos -no la libre sociedad civil- por irreal, mágica y sobre todo imposible de financiar que sea, si es votada democráticamente o incluso hurtada al parlamento mediante un simple decreto, se convierte en ley y obliga al Estado.

Cambiar las reglas de juego

Para los progresistas el fin justifica los medios, por tanto carecen de prejuicios formales –igualdad ante y cumplimiento de la ley– además de renegar de las raíces de la civilización occidental. No se sienten elegidos para gobernar -como en la democracia griega y liberal- sino para cambiar las reglas de juego a su totalitario arbitrio.

Los padres de la emblemática democracia americana, posiblemente la más importante generación de sabios filósofos políticos de la historia junto con la Grecia de Pericles, apenas utilizaron la palabra democracia en sus escritos que, sin embargo, trataban con reiteración y profundidad de la libertad y de la ley.

Nuestros progresistas, como es bien sabido, profesan admiración por las democracias populares del reciente pasado y aún más por la Revolución Francesa, mítico origen de su concepción democrática de la política. Esta disparatada visión de la historia dominó el pensamiento político de muchos españoles en tiempos de Franco, hasta el punto de que aún hoy demasiados ciudadanos asocian la democracia a la citada revolución, lo que es cierto si le añadimos la palabra totalitaria. Efectivamente, los revolucionarios franceses con su racionalismo constructivista –Voltaire, Rousseau, Condocet– concibieron los poderes ilimitados de la mayoría para imponerse contra los derechos de las minorías, la libertad individual e incluso la ley. Es el caso de la inconstitucional inhabilitación del Parlamento con la vana excusa de la covid.

La democracia liberal se caracteriza por su defensa a ultranza de la libertad individual, el sagrado respeto de la ley y la división de poderes para evitar el totalitarismo político

Frente a dicha democracia totalitaria de carácter asambleario, de la que solo se han derivado desgracias, la democracia liberal representativa concebida y ensayada con éxito en Inglaterra y que alcanzó su zénit paradigmático con la Constitución de 1787 de EEUU, para ser el común denominador de los países civilizados, se caracteriza por su defensa a ultranza de la libertad individual, el sagrado respeto de la ley y la división de poderes para evitar el totalitarismo político.

La encarnación totalitaria

Es hora de desenmascarar al progresismo totalitario y ponerlo en su sitio: su democracia, nada tiene que ver con sus orígenes griegos, ni con su formulación liberal, las únicas que merecen dicha denominación y que han civilizado nuestro mundo. La democracia totalitaria no deja de ser hoy sino una prolongación de los sistemas asamblearios que los partidos progresistas y nacionalistas han adoptado internamente, con la finalidad de horadar hasta derribar nuestro sistema constitucional –previo sometimiento de la Justicia– y con él la Monarquía y la unidad de España.

En el siglo XIX los progresistas españoles pusieron de moda una canción, Trágala vil servilón, con la que se pretendía “obligar a los demás a soportar algo de lo que es enemigo”, según la RAE.

España necesita, con urgencia, abrir un debate cultural sobre el significado de la democracia para huir a toda prisa de su encarnación totalitaria y acogernos irrevocablemente al estado de derecho democrático-liberal que vertebra políticamente los países mas civilizados y prósperos del mundo.

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