El presidente del Gobierno tiene un objetivo, uno sólo y obsesivo: ser la pieza hegemónica de la política española. Es una pulsión consustancial a Sánchez. Ser hegemonía y no ave de paso; transformar la política hasta que alcance ese punto en el que todo le sea beneficioso. Ya lo hizo con éxito Zapatero y ahora lo quiere repetir Sánchez. Para hacerlo y, sobre todo, para entenderlo, hay que tener en cuenta que todo lo que hace el Gobierno, todo, está supeditado a este objetivo. La reunión con Torra y esas mesas de negociación con los separatistas, también.
Aprovechándose de los fantasmas que recorren y aterran a buena parte de la oposición, Sánchez ha ido destilando la idea del 'reencuentro' entre catalanes que él, gran mesías, hará posible. Una idea falsa, por supuesto. No puede haber reencuentro sin un punto en común en el que reencontrarse. Es de pura lógica. Para conectar dos puntos es necesario trazar caminos, no brechas. Y Sánchez no propone camino alguno; propone una gran transacción política e institucional.
La mal llamada Agenda para el reencuentro es un vademécum para la ruptura. La propia reunión de esta semana lo deja claro, porque en ella se constatará que no todos los españoles son iguales, ya que no todos sus representantes políticos parecen serlo. El duro golpe que sufrirá el Parlamento esta semana, es un puñetazo a la mandíbula de la igualdad de los españoles, ya que las Cámaras que acogen su soberanía, en lo tocante a Cataluña, van a quedar convertidas en sucursales del Gobierno, en locales franquiciados por el presidente; una degradación de la dignidad institucional y de la soberanía nacional.
Y este es el primer paso para su hegemonía: vaciar el Parlamento de capacidad real en el principal problema que tiene España. El segundo es la ciclotimia.
Al permitir ser recibido en la Generalitat como si de un jefe de Estado extranjero se tratase, Sánchez marcó la pauta, ofreció una clara conquista al independentismo sin mucha posibilidad de retorno
Igual que Zapatero con la división social, así Sánchez con la ciclotimia política. Porque el trágala del presidente del Gobierno nos conduce a eso, a que la relación entre el Ejecutivo central y el autonómico catalán se base en la permanente concesión simbólica (ni hay que recordar cómo fue la reunión de Barcelona), como paso previo a la transacción política. Dicho de otro modo: al permitir ser recibido en la Generalitat como si de un jefe de Estado extranjero se tratase, Sánchez marcó la pauta, ofreció una conquista al independentismo y condenó a la tensión a todo aquel que no 'trague'; al recibirlo ahora al margen del ámbito autonómico y parlamentario, le resultará ya imposible dar marcha atrás. Sánchez se ha convertido en el factor imprescindible para lograr un sucedáneo de la llamada 'paz social' en Cataluña, pero reservándose el derecho al repique de tambor, tan pronto como vea en riesgo su asiento en la Moncloa.
Es un win-win, que dicen los horteras, que sólo beneficia a Sánchez y a su persona. Es levantar una hegemonía política desde la ciclotimia política, que un día promete la tipificación del delito de convocatoria ilegal de referéndum y al siguiente, una reforma del Código Penal hecha ad hoc para los condenados del 'procés'. Este ir y venir, este palo y zanahoria, es fácilmente manipulable por la vía de la acción-reacción. Tras la reunión de este miércoles, quizá el independentismo calme sus exigencias, más allá de las reacciones públicas que unos y otros puedan ofrecer; pero por el mismo mecanismo por el que se calma, puede volver a consternarse. En ambos casos, quien tiene el control es o será Sánchez.
La reivindicación del éxito
Esto desvela la “asimetría” con la que el PSOE busca dar satisfacción a su pulsión hegemónica. Saben, como cualquiera que haya observado el Congreso, que para alcanzar el Gobierno es, y previsiblemente será, necesaria la concurrencia de los partidos nacionalistas. Concurrencia que exige establecer la injusticia entre ciudadanos. La “asimetría” no es más que un eufemismo para esconder la verdadera dicotomía: justicia o injusticia. Y el PSOE ya ha optado. Lo ha hecho desde el mismo momento en el que se ha decidido por una lógica de la transacción y el intercambio. La lógica que lo ha llevado a reconocer de facto a Torra como un igual, como un par y con la que Sánchez ya ha empezado a trastocar nuestra política. La tergiversación de la realidad que supuso la recepción en Barcelona tendrá consecuencias; Torra ya no es uno más de los presidentes autonómicos, sino un igual y actúa desde ese plano de igualdad, como si de verdad el 1-O hubiera tenido éxito y él fuera el presidente de una República catalana.
La relación actual entre Sánchez y Torra se fundamenta en este reconocimiento simbólico. No habrá relación alguna en el futuro si este reconocimiento mutuo no se respeta. O se reedita. Con lo que la ciclotimia queda asegurada: Las relaciones futuras serán o no posibles en función de las tragaderas del presidente del Gobierno. Su Sánchez se pliega a las exigencias de Torra, habrá 'reencuentro; si no, 'lo volveremos a hacer', como proclama el secesionismo. Y así, al final de todo, nos encontramos con el objetivo último: levantar una hegemonía.