Opinión

Un dictador en la sopa

Las añagazas propagandísticas con que Maduro espolvorea su artículo en ‘El Páis’ son tan grotescas que llevan incorporadas su propia refutación

  • Nicolás Maduro, presidente de Venezuela

La publicación en El País de un artículo de Nicolás Maduro es una malvada sutileza que se proyecta, por elevación (aunque tal vez quepa hablar de desviación), contra los avalistas españoles del sátrapa, desde José Luis Rodríguez Zapatero a Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero. Según he sabido, fue el propio Departamento de Presidencia de la República Bolivariana quien ofreció la pieza a los responsables del periódico, que, tras una deliberación (deliberación que en el extinto Factual, cada día más moderno, habría sido pública y, muy probablemente, se habría convertido en lo más visto), resolvieron que “Nuestra democracia es proteger” debía ver la luz “en aras de su interés para los lectores”.

“Nuestra democracia”, se arranca el émulo de Chávez, “es distinta a todas”. Y sin apenas transición, con la arbitrariedad que distingue a quienes jamás han tenido la necesidad de persuadir a un público, pondera el fin de la violencia obstétrica, conquista señera de una sanidad que, según la directora de Amnistía Internacional en las Américas, Erika Guevara-Rosas, “ha convertido problemas de salud tratables en una cuestión de vida o muerte”. Las añagazas propagandísticas con que Maduro espolvorea el texto son tan grotescas que llevan incorporadas su propia refutación. Nunca un artículo, en fin, se había comentado solo de una forma tan cruentamente literal.

A diferencia de lo que ocurre en esos thrillers en que el psicópata de turno exige publicar una nota, ‘El País’ podría haberse negado. Que no lo haya hecho debe interpretarse como una feliz operación de trasplante"

“Hemos promovido una política de pleno empleo”, “hemos garantizado el acceso de los jóvenes al trabajo y a su porvenir;, “estamos compitiendo junto a otros cuatro candidatos, todos distintos” [no me resisto: ¡compitiendo junto, ni siquiera frente!]; “la reforma de la Seguridad Social se asentará sobre una economía productiva, estable, soberana y próspera”… Basta, en cierto modo, con aislar los sintagmas: el carnet de la patria, el plan Chamba juvenil, el plan Misión Vivienda… Y así, a machetazos, plantarse ante el sintagma supremo: “Una democracia de panas”, que el propio Maduro, quién sabe si por prurito filológico, tiene a bien desmenuzar: “En Venezuela usamos una hermosa expresión para llamar a los amigos: ‘Mi pana’. La nuestra es una democracia de panas porque para nosotros la Patria es el pana y el otro, mi entraña”. No se apuren, en el párrafo siguiente hay una refulgente adaptación al castellano: “La nuestra es una democracia orgullosamente popular, qué duda cabe. Es una democracia de la gente”.

A diferencia de lo que ocurre en esos thrillers en que el psicópata de turno exige publicar una nota, El País podría haberse negado. Que no lo haya hecho, insisto, no debe interpretarse como una ominosa ausencia de filtros, sino como una feliz operación de trasplante cuyo efecto más nítido ha sido un rechazo cuasi orgánico. Tan sólo he echado de menos una advertencia al lector, acaso en clave literaria: “Cuando despertó, el pajarico todavía estaba allí”.

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