Mariano Rajoy es como la selección nacional de fútbol: cuando afronta un partido comprometido, busca el calor de Sevilla, su público entregado, su jolgorio en la grada, su ambiente de fiesta. Antaño Valencia cumplía esa función estimulante, pero ya no está esa plaza para fallas. El presidente del PP viaja este fin de semana a la capital andaluza para disputar un espinoso encuentro. Un difícil partido con su propio partido. Alto riesgo.
Los medios han calentado la cita, como escriben los especialistas del balompié. Han hurgado en las entretelas del PP, han preguntado a los díscolos, interrogado a los descreídos, consultado a los escépticos, sondeado a los reticentes y han llegado a la conclusión de que, en efecto, Rajoy está acabado. O sea, que le quedan dos telediarios. Que, dadas las circunstancias, lo mejor es que se vaya silenciosamente a Santa Pola, a eso del registro.
Una conclusión quizás algo aventurada. Nadie, salvo Juan Vicente Herrera en una mañana caliente, ha sido capaz de sugerirle abiertamente que se mire al espejo y se esfume. Ya se arrepintió de la osadía. Pero lo dijo, y le cayeron de punta. Apuntan algunos medios que en el PP hay un clamor interno que reclama la salida de su líder. Su retirada. Y que deje paso a quienes hacen vigilia en los pasillos, en los despachos, en los puestos de mando, para asumir el relevo. Hay ruido de herederos en el delfinario.
Apuntan algunos medios que en el PP hay un clamor interno que reclama la salida de su líder. Hay ruido de herederos en el delfinario
Quienes ponen la oreja en los subsótanos del partido escuchan esa cantinela entre susurros, quedamente. Explican que los sondeos anuncian cambios, la marea naranja se expande por toda España y ya no hay encuesta que, como mandaba la tradición, aventure una victoria del PP. Todo son cuitas y temblores en los corrillos de Génova. Y en las sedes regionales. Y en los cenáculos locales. El crepúsculo se antoja imparable y la bofetada, inminente.
Por eso Rajoy se acerca a Sevilla, territorio optimista y halagüeño, faro, capital y guía de una comunidad en la que su partido jamás ha gobernado. Por Sevilla maniobra Javier Arenas, el incombustible de la derecha, el gran urdidor de impensables estrategias, un ‘animal de partido’ más que ‘un animal político’, según la definición de un viejo conocido. Arenas propina palmaditas en la espalda como nadie, acaricia los oídos del líder con el consabido ‘campeón’ y arrincona sin titubeos a quienes encuentra atacados por el síndrome del dodotis.
La reivindicación del líder
El objetivo número uno de este descenso al sur se cifra en acallar los rumores, fortalecer espíritus, apretar filas y sacudirle duramente a los separatistas. Y a Rivera. Por este orden. Es decir, a reivindicarse como el líder máximo e indiscutible de su partido y del Gobierno. Despejar dudas y recolectar ovaciones. ¿Qué ofrecerá a los asistentes a su Convención nacional para obrar el milagro? “Un rearme ideológico”, dicen sus estrategas. “Agua en el agua”, apuntaría el clásico. Después de cuarenta años en política y trece años y ocho meses en el Gobierno (incluida la etapa ministerial), Mariano Rajoy es el político español que más tiempo lleva en el ejercicio del poder desde la muerte de Franco. Pocos conejos quedan ya en la chistera.
Todo son cuitas y temblores en los corrillos de Génova. Y en las sedes regionales. Y en los cenáculos locales. El crepúsculo se antoja imparable
Le quedan, eso sí, tal y como apuntan los agoreros del ocaso, tan sólo dos telediarios. Dos hechos relevantes que, de concretarse, desbaratarían todos los mensajes funestos que se ciernen sobre su futuro. Solucionar, primero, el embrollo de Cataluña y sacar adelante, luego, los presupuestos. Dos escollos que caminan de la mano, inevitablemente unidos, como los espantables gemelos del filme de Cronemberg. Caso de que los separatistas logren formar Gobierno, decaería el 155 y la normalidad volvería a la región. Acto seguido, los nacionalistas vascos del cuponazo, darían las bendiciones a las cuentas del Estado. De este modo, Rajoy podría seguir tan campante hasta el final de la legislatura y, si acaso, podría pensar incluso en presentarse a un nuevo mandato.
Los sabios y agoreros descreen de tal escenario. Rajoy se irá, el partido ya no le quiere. Craso error. Con Cataluña en marcha, los presupuestos en el bolsillo y un resultado amable en las autonómicas, a ver quién le dice que el partido no le quiere y que se vaya al parque a leer el Marca con su hijo pequeño. Todo es posible, hasta el hartazgo. Nadie conoce los planes del presidente, un tipo hermético hasta el desconcierto.
“El más dilatado de mis planes no se extiende más allá de un mes”, podría decir con Montaigne. Pero antes de pensar en el 2020, deberá abrir los telediarios con esas dos noticias. Fin del 155 y presupuestos. Todo lo demás, vendrá por añadidura.