Opinión

La Europa que viene

Las elecciones europeas configurarán un Parlamento muy distinto al que ahora acaba su mandato, con un elevado número de miembros hostiles a la integración

  • Pleno del Parlamento Europeo.

El próximo 26 de Mayo no sólo se elegirán los miembros del Parlamento Europeo, sino que esta fecha marcará el inicio de un proceso que culminará antes de que acabe el año en el que serán designados el presidente de la Comisión, el presidente del Consejo Europeo, el Alto Representante para la PESC y el presidente del BCE. Esta renovación completa de los máximos responsables de la Unión será determinante a la hora de fijar el rumbo de Europa del próximo quinquenio. El resultado de las elecciones, y las posteriores negociaciones entre los Gobiernos de los Estados Miembros para acordar las figuras clave al frente de las Instituciones, pondrán de relieve el balance de fuerzas entre las distintas familias políticas y las diferentes visiones de Europa que existen hoy en nuestro continente. Todo ello se producirá en un contexto nada fácil del que es interesante señalar dos elementos.

El primero es la ausencia de capacidad de liderazgo por distintas circunstancias en los cuatro grandes países de la UE: Alemania, Francia, Italia y España. En Alemania, la canciller Merkel, que ha llevado la voz cantante en Europa durante la última década, ha anunciado su renuncia a la reelección, transformándose así en eso que los americanos llaman un pato cojo. El Partido Socialdemócrata procurará distanciarse de su principal rival de cara a las elecciones legislativas alemanas y por tanto el Gobierno de Gran Coalición perderá la cohesión necesaria para influir decisivamente en el diseño de la UE del futuro.

El primer escollo de la futura UE es la ausencia de capacidad de liderazgo por distintas circunstancias en los cuatro grandes: Alemania, Francia, Italia y España

Francia, en cambio, sí tiene un presidente visionario y pletórico de ideas y de energía para impulsar reformas estructurales en la UE, pero se encuentra atenazado por la revuelta interna de los chalecos amarillos, conflicto agudo que requiere toda su atención, impidiéndole concentrarse en los asuntos comunitarios. De la misma forma que las calles incendiadas de Paris le han frenado en su voluntad de acometer cambios profundos en el diseño y el funcionamiento de su ineficiente y elefantiásico Estado, la férrea resistencia de los Estados del norte de Europa ha diluido sus propuestas de fortalecer la UE en cuestiones tan significativas como el incremento del presupuesto comunitario, la creación de mecanismos de asistencia a Estados Miembros en crisis o la implementación de un Fondo de Garantía Bancario Europeo, iniciativas para las que es también imprescindible el concurso de Alemania que, por las razones ya expuestas, no se encuentra en condiciones de impulsar.

Italia, un Estado fundador de la UE y uno de sus pilares durante décadas, tiene actualmente un Gobierno claramente reticente a la integración europea que intentó de manera irresponsable el año pasado saltarse las normas de estabilidad presupuestaria, actitud que afortunadamente la presión de Bruselas y el peso de la realidad han atemperado evitando una catástrofe, pero que sigue representando un obstáculo a cualquier operación seria de reforma en la línea de ampliar y vigorizar las políticas comunes y de promover la acción conjunta y coordinada frente a los grandes desafíos globales.

En cuanto a nuestra querida y agitada España, incumplidora sistemática de la senda de reducción de déficit y con un Parlamento fragmentado con fuerte presencia de partidos euroescépticos en los dos lados del espectro político, se encuentra desgarrada por pulsiones centrífugas que ponen en peligro su propia existencia como nación. Si a eso unimos unas perspectivas de inoportunos incrementos del gasto público y de obstáculos a la competitividad promovidos por un Gobierno que, a diferencia del también socialista portugués, no entiende como debe funcionar una economía creadora de riqueza y empleo en un mundo globalizado de aceleradas transformaciones tecnológicas, el cuadro no es nada halagüeño y nuestras posibilidades de tener una posición de fuerza e influencia en la UE del siglo XXI son francamente escasas.

El segundo elemento es el populismo. Si se examina la evolución electoral de partidos como Alternativa para Alemania, la Agrupación Nacional francesa, el Partido de la Libertad holandés, la Liga Norte italiana, el Partido de la Libertad austríaco, el Partido Ley y Justicia polaco, el Partido de los Demócratas Suecos o el español Vox, se observa una clara tendencia al alza a lo largo de los últimos cinco años. Estas formaciones políticas se caracterizan por un intenso nacionalismo unitario de naturaleza identitaria, es decir, de análoga concepción a la de las fuerzas separatistas catalana, vasca, corsa o escocesa, pero de sentido inverso, centrípeta en lugar de centrífuga, y una marcada frialdad respecto a la integración europea con el argumento de que debilita la soberanía nacional.

El número de escaños de los partidos populistas y euroescépticos se incrementará en Estrasburgo, así como el ruido que hagan en la Eurocámara

Este tipo de radicalismo euroescéptico se va a mantener en tanto persistan los factores que lo alimentan: el miedo a la inmigración, los grupos sociales perjudicados por la globalización y el cambio tecnológico, los ataques del terrorismo yihadista, la resistencia a la integración y a la aceptación de los valores occidentales por parte de determinadas comunidades islámicas en Europa, las desigualdades excesivas de renta y la reacción frente a la dilución de las identidades nacionales por la mundialización de un planeta cada vez más interconectado. Lo más probable es que los populistas se repartan en tres o más grupos parlamentarios, incluyendo los más montaraces en el de los No Inscritos. En cualquier caso, su número de escaños en Estrasburgo se incrementará, así como el ruido que hagan en la Eurocámara. Esta presencia perturbadora obligará en no pocas ocasiones a una acción conjunta de los Grupos Popular, Socialista, Liberal y Verde para defender las políticas comunes y las iniciativas legislativas fundamentales de la Unión. Lo que resultará inevitable, gracias a la caja de resonancia que es el Parlamento, será el eco mediático de su labor saboteadora de la agenda europea y su influencia en las tomas de posición de las restantes fuerzas parlamentarias, presionadas por su demagogia y su falta de escrúpulos. 

Las elecciones europeas del 26 de Mayo configurarán un Parlamento muy distinto al que ahora acaba su mandato. La presencia de un elevado número de miembros hostiles a la integración marcará una dinámica menos constructiva y más bronca, obstaculizando así la tan necesaria puesta a punto de las Instituciones Europeas para afrontar los grandes retos del tercer milenio, la economía circular, la crisis medioambiental, la irrupción imparable de la digitalización y de la Inteligencia Artificial, la inmigración, el desarrollo de África, la estabilidad financiera global y la articulación de un nuevo orden mundial viable con cuatro grandes potencias en lugar de una, en el que la UE ha de hacer prevalecer sus valores de paz, igualdad, imperio de la ley, democracia y libertad.

A la hora de emitir su sufragio, los europeos no deben olvidar que la UE es mucho más que un mercado, es un modelo moral, político y económico, es un ideal hecho realidad que demuestra que es posible que veintiocho países y quinientos millones de ciudadanos vivan en paz y prosperidad bajo un derecho común y unas instituciones comunes, superando diferencias étnicas, históricas, culturales y de renta mediante el respeto a valores universales que extraen lo mejor del ser humano y frenan lo peor. La composición del Parlamento Europeo que surja de las urnas que se abrirán dentro de dos semanas nos dirá si hemos aprendido definitivamente las lecciones del siglo XX y sus horrores.

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