Opinión

¿Un Estado débil?

En contra de lo que propaga el independentismo, el Estado español no es débil. Todo lo contrario. Es de una fortaleza tan asombrosa que ha resistido a cuatro décadas de gobiernos centrales pusilánimes

  • Elisenda Paluzie.

Los golpistas han celebrado un acto público de conmemoración del asedio a la Consejería de Economía de la Generalitat el 20 de Septiembre del año pasado, en el que lanzaron a la calle a una multitud encrespada y violenta contra la comitiva judicial encargada de investigar posibles delitos de malversación en la organización del referendo inconstitucional del 1 de Octubre y contra la dotación de la Guardia Civil que intervino en la operación. En el transcurso de esta nueva provocación se pronunciaron encendidos discursos, todos de frenético contenido separatista, en una clara demostración de que el proceso de diálogo emprendido por Pedro Sánchez tendrá el mismo éxito clamoroso que alcanzó el protagonizado por la hoy políticamente extinta Soraya Sáenz de Santamaría. En una de las encendidas soflamas que se pudieron escuchar, la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, pronunció una frase digna de atención: “Si lo hicimos una vez lo podemos volver a hacer. Somos capaces de vencer al Estado. España es un Estado débil”.

Es este Estado multisecular -el Rey, jueces, fiscales, los cuerpos de elite de la Administración, fuerzas de seguridad- el que sostiene el edificio

Un aspecto dramático del demencial proyecto secesionista catalán es su capacidad de nublar el entendimiento de personas en principio dotadas de racionalidad analítica. El caso de Paluzie, como el de Elsa Artadi, es una rotunda demostración de este hecho lamentable. Las dos son buenas economistas y, por tanto, conocedoras de que una Cataluña fuera de España, de la UE y del euro, fracturada socialmente, políticamente explosiva y sin crédito en los mercados internacionales, experimentaría una recesión brutal, un incremento arrasador del desempleo y un deterioro letal de su sistema productivo. Sin embargo, ambas están comprometidas con entusiasmo con esta empresa de demolición de la Comunidad que dicen amar por encima de todo. Las razones de actitud tan incomprensible pueden ser dos. La primera, es que tanto la una como la otra están poseídas -en el sentido semántico y en el diabólico- por emociones primarias incontenibles que anulan su objetividad y su discernimiento. Esta explicación sería creíble en personas de escasa formación y mentalidad provinciana, pero en dos profesionales viajadas y leídas no resulta demasiado plausible. La segunda es que, aún siendo conscientes de que están colaborando activamente para arrastrar a Cataluña a la ruina y a sus habitantes al empobrecimiento material y probablemente a un enfrentamiento civil potencialmente sangriento, lo hacen movidas por su ambición de poder, porque prefieren figurar a la cabeza de una causa perversa que desarrollar una existencia anónima de desempeño de un trabajo técnico en una empresa, una universidad o un organismo público sin brillo, sin cámaras de televisión y sin la erótica del mando. Por supuesto, esta verosímil opción da la medida de su catadura moral.

La aplicación impávida de la ley sobrevuela las piruetas grotescas de una tropa de impúdicos exhibidores de másteres y doctorados de pacotilla

Sin embargo, la eufórica apreciación de la presidenta de la ANC no se corresponde en absoluto con la realidad. El Estado español no es débil, todo lo contrario, es de una fortaleza asombrosa. Una firmeza y una resistencia tan notables que tras cuatro décadas de Gobiernos centrales pusilánimes y entreguistas frente al nacionalismo totalitario y de partidos supuestamente nacionales entregados al saqueo del presupuesto y a sus intereses electorales cortoplacistas mientras el separatismo ganaba terreno paso a paso de forma implacable, todavía se mantiene en pie y pone coto a los desmanes de los que pugnan por destruirlo y con él a una de las naciones más antiguas y gloriosas del planeta. Este Estado multisecular, es decir, el Rey, los jueces, los fiscales, los cuerpos de elite de la Administración y las fuerzas de seguridad sostienen a esa formidable construcción, firme y serena, que aguanta estoicamente los golpes sin perder la compostura, aplicando impávida y parsimoniosa la ley y sobrevolando las miserias cotidianas y las piruetas grotescas de una clase política mediocre y venal, vergüenza de un país que no merece ser regido por semejante tropa de prevaricadores, oportunistas, demagogos, mentirosos y exhibidores impúdicos de másteres y doctorados de pacotilla.

Es por eso precisamente, por este error de juicio tan flagrante, que el separatismo golpista no conseguirá su letal objetivo. Cree tener delante a un Estado frágil cuando combate a una estructura inconmovible, a prueba de Torras, Puigdemonts, Rufianes, Iglesias y demás ralea. La enfebrecida Elisenda Paluzie y sus secuaces confunden la cobardía, la pasividad y la diminuta estatura intelectual, ética y política de un Pedro Sánchez o de un Mariano Rajoy con una supuesta vulnerabilidad de un Estado fundado hace cinco siglos que multiplicó por dos el tamaño del orbe conocido y forjó una lengua que es la segunda en hablantes nativos de la tierra. Se necesita algo más que cuatro pelagatos indocumentados y gritones para derribar el armazón de esa extraordinaria creación de la Historia que el poeta cantó como madre de ríos y de espadas, incesante y fatal.

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