Podríamos decir que lo que pasó el domingo pasado en Galicia y el País Vasco fue una sorpresa, pero no, no lo fue. Ganó quien estaba previsto que lo hiciese: Feijóo en Galicia y Urkullu en el País Vasco. En ambos casos se trató de una victoria contundente. En Galicia el PP igualó los resultados de hace cuatro años y el PNV incluso los mejoró. El PNV está como en sus mejores años allá por la década de los ochenta, cuando Carlos Garaikoetxea sacaba el 40% de los votos sin despeinarse. Claro, que en aquel entonces el segundo partido más votado era siempre el PSOE y ahora vivaquea en el tercer puesto -cuando no en el cuarto-, pero siempre por detrás de Bildu.
Entre el PNV y Bildu obtuvieron el 67% de los votos. Son dos partidos nacionalistas que llevan en programa la independencia, así que no sé a qué esperan para proclamarla. Lo tienen mucho más fácil que Puigdemont con un Gobierno en Madrid infinitamente más débil. El nacionalismo vasco nunca antes había cosechado tan buenos resultados en las urnas, lo que no parece tan seguro es que, si los llevamos a un referéndum, el resultado sería el mismo. El voto del PNV actual está más atado a cierto foralismo con ikurriña que al independentismo irredento de los tiempos de Xabier Arzallus. Pero bueno, si quieren apretar y llevar a término su programa máximo difícilmente se van a encontrar en una igual.
En casa o al PNV
En el País Vasco el edificio electoral que amenaza ruina es el del PP, que el domingo registró su peor resultado desde 1986. Se quedó en cinco escaños, 14 menos que en 2001 tras aquella campaña de Mayor Oreja que colocó a los populares como segunda fuerza política de la región. Una parte de esos votos se ha ido a Vox, que consiguió un solitario escaño por Álava. La otra es un misterio. Quizá se quedaron en casa o quizá se fueron al PNV. Ambas opciones son válidas, lo que es seguro es que no acabaron en Podemos, que se dio una costalada de aúpa en un territorio que consideraba suyo. En las generales de 2016 llegaron a ganar enviando a Madrid más diputados vascos que nadie. Tres años más tarde el idilio ya se había acabado. Sólo arañaron tres escaños en las Cortes y su número de apoyos se había reducido a la mitad. ¿Dónde se ha ido el votante de Podemos? Seguramente a Bildu que es de donde salieron esos votos hace sólo cuatro años.
El éxito -efímero como vemos- de Podemos en Galicia y País Vasco se debía a que consiguieron los votos de la izquierda nacionalista: de Bildu en un caso y del BNG en el otro
Pero lo del País Vasco fue peccata minuta al lado de la hecatombe en Galicia. Pasaron del segundo puesto a desaparecer del parlamento, catorce escaños de una tacada, del 19% de los votos al 3,9%. Un desastre sin paliativos que deja en cueros a la dirección del partido en Madrid. Tanto Galicia como el País Vasco eran la tarjeta de visita de Podemos. En ambas regiones habían realizado el soñado ‘sorpasso’ al PSOE local y se habían transformado en semilleros de altos cargos del partido. El éxito -efímero como vemos- de Podemos en Galicia y País Vasco se debía a que consiguieron los votos de la izquierda nacionalista: de Bildu en un caso y del BNG en el otro. Era un voto prestado y poco de fiar. Fácil vino, fácil se ha ido.
Extrapolar esto al resto de España es, cuando menos, arriesgado porque la categoría de “izquierda nacionalista” no existe en todas partes. Es algo que sólo se da en Cataluña, Valencia, Baleares y, en menor medida, en Andalucía. En esta última autonomía Podemos se mantuvo (con el nombre de Adelante Andalucía) gracias a que el PSOE de Susana Díaz se hundió. Es decir, que en otras regiones sólo podrá evitar la debacle si consigue que el PSOE fracase. No hay mucho más, pelean por el mismo espacio y lo que uno pierde lo gana el otro. En Galicia y el País Vasco el espacio que ocupaban era el tradicional del BNG y Bildu, cuya implantación en el territorio es mucho mayor.
Partido sin aspiraciones
Podemos ha perdido ya ese halo que tenía de gran movimiento de izquierda transversal que encandiló a tantos hace cinco o seis años. La izquierda, especialmente la situada en el extremo, es muy dada a las divisiones, subdivisiones y, en general, al purismo ideológico. Hoy ya ni siquiera tienen el aglutinante de luchar contra el PP. En Madrid lo que hay es una coalición de izquierda que se enfrenta a un futuro un tanto incierto. El PSOE no se ha sabido beneficiar del desastre podemita porque nada puede ofrecer al votante nacionalista, pero tampoco al constitucionalista. El resultado es que es la tercera fuerza política, tanto en Galicia como en el País Vasco. Un partido medianejo y sin aspiraciones, algo ciertamente impropio de una formación que ocupa la Moncloa.
En tiempos de Zapatero, el PSOE se hizo con ambos Gobiernos autonómicos. Con el de Galicia en 2005 y con el del País Vasco en 2009. Cierto que mediante pactos, pero hoy ni Idoia Mendía ni Gonzalo Caballero pueden soñar con la presidencia de sus comunidades autónomas, cosa que no sucedió ni a Patxi López ni a Emilio Pérez Touriño que supieron convertir el poder nacional en poder regional. Esto también es un aviso. Gobernar en Madrid empieza a ser irrelevante para el votante de izquierdas vasco o gallego. En cierto modo el PSOE ha hecho todo lo posible para que así sea. Pero por ahora puede respirar tranquilo, el PP no está mucho mejor. En Galicia la victoria fue más del candidato que del partido y en el País Vasco amenaza derrumbe inminente. Sánchez y Casado harían bien en tomar buena nota de todo esto. Esta lección les ha salido gratis.