Felipe VI es más Grecia que Borbón, según el sentir popular. Distante, hierático, severo, formal, sonríe con prudencia y gesticula con austeridad. Se sitúa en las antípodas de lo que ahora se conoce como 'empatía', horrísona palabra que desembarcó por aquí en la valija de algún sicoanalisto porteño.
Los socialistas de la II República, con 'don Inda' a la cabeza (Indalecio Prieto), bautizaron a don Juan como 'el títere fantoche de don Paquito' (Franco). No le dispensaban demasiado aprecio al hijo de Alfonso XIII, aquel 'Rey de un sólo partido', como dijeron. De don Juan Carlos, ahora retirado de toda actividad pública, subrayaban en la Transición su tendencia a 'borbonear', es decir, a inmiscuirse con discreción en los asuntos políticos, más allá de los asuntos de Estado. Era una forma elíptica de hacer política, sin duda imprescindible en aquellos arduos años en los que casi todo estaba por construir.
De Felipe VI se comenta y elogia su preparación, rectitud (nada que ver con los excesos paternos) y, desde luego, su histórica intervención del 3 de octubre contra los golpistas. Es reservado y sagaz, escucha más que habla y se desenvuelve entre la ponderación y la cautela. Por eso, cuando rompe la norma, cuando se salta lo establecido, provoca cierta estupefacción.
Palabras en lontananza
Sus palabras de este domingo en Marivent, en un acto estival y familiar, con la Reina, la Princesa de Asturias y la infanta, en el se reúne con los periodistas para conversar sobre excursiones, barcos, regatas y otros asuntos triviales, han armado revuelo y despertado sorpresa. Tan improvisadas parecieron que ni siquiera estuvo pronto el sonido de las teles. Se le escuchó en lontananza, cual si tan sólo se trata de un saludo jovial y marinero. Pero se le entendió todo, que es de lo que se trataba. Nada nuevo había en el fondo de su mensaje. Nada que un comunicado de la Zarzuela no hubiera expresado hace dos veranos, cuando el otro atasco institucional. Sólo que esta vez, fue el propio Jefe del Estado quien se encargó de difundir la advertencia en persona y en un momento quizás inadecuado.
El Rey, en respuesta a ese mandato constitucional, se ha visto impelido a recordar a los políticos (a unos más que a otros) cuál es su obligación. La primera, salir del bloqueo institucional
"Encontrar una solución de Gobierno antes de las elecciones", señaló. Más que un comentario de verano, eso sonaba a una orden expresa, a una imperativa invitación. Las funciones de la Corona son las de arbitraje y moderación de la instituciones. El Rey, en respuesta a ese mandato constitucional, se ha visto impelido a recordar a los políticos (a unos más que a otros) cuál es su obligación. La primera, salir del bloqueo institucional. La segunda, hacerlo cuanto antes. Antes de que no haya alternativa a nuevas elecciones. "Esperemos que haya margen para que los partidos que tienen la confianza de los ciudadanos después de las últimas elecciones, puedan encontrar una solución de Gobierno".
O sea, que ya están tardando. Y añade: "Si no la encuentran (los muy torpes, parece entenderse) también hay una solución dentro de las previsiones constitucionales". O sea, a las urnas. Opción que no se desea en Zarzuela. Aunque quizás sí en Moncloa. De ahí la advertencia Real, en vísperas de la audiencia seguida de almuerzo que el Monarca celebra este miércoles con el presidente del Gobierno en funciones.
La letanía 'calvina'
Fue a Sánchez a quien se le encargó buscar la fórmula para la investidura. Al cabo, como repite fatigosamente Carmen Calvo, sólo él reúne las condiciones para ser investido. De momento, ni rastro de solución en el horizonte. "En cualquier momento puede haber noticias", dijo Felipe VI, apostando abiertamente por el optimismo. O para meterle presión a Sánchez, según la jerga deportiva.
De acuerdo con los sondeos, la mayoría de los votantes socialistas no quiere repetición de elecciones, no sea que les vaya peor. La mayoría de los votantes de centroderecha quieren urnas antes que un gobierno Frankenstein, con Junqueras y Otegi en el mascarón de proa.
Este Rey no 'borbonea'. Es decir, no maneja bajo cuerda los hilos de la función. Le recuerda a cada cual sus responsabilidades y sus funciones. Y el domingo, aparentemente relajado y afable, ocultaba un trasfondo de cabreo. "Ya tenemos experiencia en otras vacaciones alteradas por motivos similares", recordó en broma y en serio. Su padre promovió diez rondas de investidura en 40 años. Don Felipe ya lleva siete en cinco. Desgracias institucionales del fin del bipartidismo. Todo en aquellos años era distinto. Las investiduras y el sabor de los sueños, como recitaría esa poetisa siempre de guardia en Marivent.