El presidente de Sociedad Civil Catalana, Fernando Sánchez Costa, ha dado con la clave para salir del atolladero en Cataluña. “Las personas”, ha declarado, “somos seres de sentido y tú a dos millones de personas no les puedes decir: ‘No, lo que has hecho durante seis años no tiene ningún sentido; el procés, con todas sus movilizaciones, no ha valido para nada'”. Dicho en modo afirmativo: el intento de subvertir la legalidad para hacer de Cataluña un Estado independiente ha tenido sentido y tiene que valer para algo. Sánchez Costa cifra ese algo en un nuevo reparto del dinero y la gestión de los trenes de Cercanías, prebendas que encauzarían lo que él denomina “movimiento cívico”. Este hombre, repito, es presidente de SCC, aunque bien es cierto que SCC nunca ha dejado de ser una excrecencia del tercerismo.
Recelé de la constitución de dicha entidad en 2014. Entonces hacía años que Ciudadanos y UPyD venían plantando cara al nacionalismo en las instituciones, por lo que juzgué redundante y, sobre todo, adanista, esa ampulosa llamada (¡les habla la sociedad civil!) a salir del armario. Con un PP sumido en la atonía y el PSC respaldando en el Congreso el derecho a decidir, era Cs quien debía desempeñar el papel que se arrogó SCC. Sin embargo, e inexplicablemente, sus dirigentes se hicieron a un lado y consintieron que, en virtud de la confluencia de las tres formaciones en el seno de SCC, el PP y el PSC se presentaran ante lrea opinión pública en plano de igualdad con Cs, el único partido que, en puridad, había estado a la altura del desafío soberanista.
Que el Gobierno auspiciara la pervivencia de SCC, y Libres e Iguales, en sus actos prodonación, no obtuviera de las élites más que aplausos, resume a las claras todo el problema de España
Más insólito me pareció que SCC mantuviera una estructura estable, una agenda que excediera de su eventual protagonismo como plataforma convocante de manifestaciones; que en razón de la inercia y el dinero, en fin, se empotrara en el sistema institucional como un actor político más. Con una diferencia sustancial respecto a los movimientos sociales clásicos: en lugar de estimular la acción de los partidos, SCC la embridaba. Justo lo contrario de Libres e Iguales. Que el Gobierno auspiciara la pervivencia de la primera, y LEI, en sus actos prodonación, no obtuviera de las élites más que aplausos, resume a las claras todo el problema de España.