No, hoy no voy a hablarles de la célebre obra de Eduardo Marquina. El asunto a tratar es el ocaso que vive el separatismo en Europa. Una Europa con la que antes se llenaba la boca, pero que ahora denosta porque empieza a darle la espalda.
Dos zascas en poco tiempo
Uno se pregunta para qué les han servido a los separatistas los millones – nuestros - que se gastaron en embajadas, propaganda, organismos fantasmales y demás fruslerías con el único fin de que “Europa nos apoyara”. Igual lo sabe el ex conseller de exteriores, Raül Romeva. Lo cierto es que, a la hora de la verdad, ningún estado miembro de la UE se tomó en serio aquella fugaz república cual espasmo orgásmico de primerizo atolondrado. Tampoco puede decirse que en la Unión exista un clima de comprensión y cariño hacia los separatistas. En primer lugar, porque muchos de los estados que la integran podrían tener problemas similares en su casa si ese tipo de iniciativas prosperasen, léanse los ejemplos de Francia o Alemania, verbigracia. En segundo, porque, peor o mejor, Europa tiene un paradigma: la ley y su respeto.
¿Y Bélgica, eh, que me dice usted de Bélgica? preguntarán los inquisidores de turno. Lo de Bélgica se explica, y es menester hacerlo, por ser un país de plástico, inventado, sin la menor relevancia en el contexto político europeo. Es un país lleno de arlinquins, como se dice en argot francés. Dividido en dos, valones y flamencos, con un índice notable de políticos y partidos de extrema derecha – es el país, no lo olviden, del Rex de León Degrelle y Leopoldo III, llamado por sus propios compatriotas el rey traidor, pues se plegó ante Hitler –, Bélgica solo tiene en su haber el terrible genocidio del Congo, Tintín, los mejillones con patatas, pasar más tiempo sin gobierno que con uno y ser santuario de yihadistas, terroristas, fugados y esperpentos de diversas y variopintas categorías.
Así las cosas y hecho el introito, en esa Europa por la que pulula Carles Puigdemont las cosas empiezan a ponérsele difíciles. Esos que, según sus palabras “Siguen mis aventuras por televisión”, como si fuese una moderna encarnación de Rocambole, se habrán visto sorprendidos por el zasca brutal que un periodista le pegó en un plató de televisión de la misma Bélgica en la que se esconde el fugado. Situémonos. Canal VRT NU. Puigdemont acude dispuesto a largar su rollo sin temor de que nadie pueda llevarle la contraria. Al fin y al cabo, el muchacho está acostumbrado a los masajes con final feliz que hacen a los separatistas en TV3. Pero, ah, pérfido destino, se topa con un periodista que le espeta “Si quiere ganar en dignidad, no sé qué hace usted aquí en un estudio de televisión y no con sus amigos en Cataluña”. Directo al hígado. Puigdemont se tambalea, pero replica “Si estuviera en la cárcel no podría estar en este estudio. Yo no creo en los mártires”, a lo que el periodista, implacable, lo remata con un contundente “Si no quería ser un mártir, no haber organizado un referéndum ilegal”. KO total, porque, aunque el fugado balbucease que sí era legal, el match estaba sentenciado.
No lo entrevistaba un malvado plumilla español, ni era un medio de la caverna, era, repetimos, una televisión belga
Y no lo entrevistaba un malvado plumilla español, ni era un medio de la caverna, era, repetimos, una televisión belga. Perdón, deberíamos decir flamenca, porque lo es, y como prueba reproducimos su ideario, que ya nos gustaría que tuviese TV3. Se declara un canal “Independiente, fiable y con los más altos estándares de imparcialidad, ética profesional e integridad”, añadiendo que, y ahí está lo importante, “Se esfuerza por ser un servicio público excelente y de alta calidad, dirigido a todos, difundiendo la identidad flamenca en su diversidad, manteniendo un compromiso de televisión abierta, transparente y constructiva”. Autonomistas flamencos que respetan a todos. Casi nada. Un buen zasca en toda la boca al cesado, efectivamente, y, de paso, a los medios catalanes serviles hasta la abyección. Pero, todo y con ser un disgustazo, no es el único contratiempo que los chicos de amarillo han tenido estos días.
Europa es un jefe que no se pone nunca al teléfono
Eso decía el gran José Luis Sampedro, y tenía buena parte de razón, pero hay que reconocer que, cuando lo hace, te puede caer la mundial. Tanto decir que el mundo los miraba para que, cuando lo hace, comprueben como abominan del separatismo catalán. Es lo que ha hecho la ejecutiva de ALDE, Alianza de Partidos Liberales y Demócratas Europeos, que ha decidido por unanimidad expulsar al PDECAT de la organización. Y no lo ha hecho por ser una correa de transmisión del españolismo, del juez Llarena, del CNI o del espíritu de Franco. Qué va, los echan con una europea y soberana patada en su trasero supremacista por “pérdida de confianza” con la dirección de la neoconvergencia. No les han convencido ni las explicaciones de los herederos de Pujol acerca del tres por ciento, la corrupción, vamos, ni les ha gustado la deriva separatista que mantienen. Textualmente, el comunicado emitido por ALDE dice “El PDECAT ha incurrido en comportamientos contrarios a los intereses y valores de esta asociación”. Efectivamente, Europa los ha mirado, y no le ha gustado un pelo lo que ha visto.
Igual que Puigdemont, que ya tiene casi montado su nuevo invento, la Crida – por siglas que no quede -, los neoconvers se han encontrado en la lona de repente. Han balbuceado que, total, ya tenían pensado irse del ALDE para ingresar en el Partido Demócrata Europeo, lo del PNV y la democracia cristiana. Con un cabreo del quince, incluso han dicho que estudiarán el caso, “sin precedentes”, decían congestionados, y que, si llega el caso, emprenderán las medidas legales oportunas. Estos son los mismos que, mediante el eurodiputado neoconver Ramón Tremosa - ¡cuánto daño ha hecho este hombre! - decían que impedirían a Ciudadanos entrar en el ALDE y, ya ven, sic transit, han sido ellos los que han acabado de patitas en la calle.
Europa los ha mirado, y no le ha gustado un pelo lo que ha visto
Y es que, se dirá lo que se quiera, pero en Europa estas cosas del separatismo no gustan y sí, además, les añades un sistema de corrupción institucionalizada, menos aún. Así que ahí tienen al separatismo, refugiándose en las señores de barrios altos que vienen a la plaza de Sant Jaume a hacer ganchillo mientras gritan a Torra y al conseller Buch que dimitan, intentando sabotear toda manifestación que se muestre contraria al dogma separata y tragándose el sapo de ver a Torra abucheado a su llegada al instituto donde se vejó a alumnos por ser hijos de guardias civiles.
Son capaces de cambiar en el municipio de El Vendrell la calle dedicada al general Prim por el patético nombre de “Calle del uno de octubre” o de reconvertir por miedo al batacazo la anunciada “Huelga general de país” que convocaba la ANC de cara al próximo 1-O por un modestísimo “El que quiera, que salga delante de su centro de trabajo en protesta por la represión y blablablá”.
En Flandes se ha puesto el sol, efectivamente, y en Cataluña la noche más oscura y terrible parece cuartearse algo. Algo, tampoco se hagan demasiadas ilusiones porque, como tengo dicho, a la que puedan, volverán a las andadas con más contundencia que nunca. El sabio bien puede cambiar de opinión, el necio nunca, como dejó claro Kant.