Anda Carme Forcadell lamentándose porque a ella no se le avisó de lo que podía pasar. Hay que ser mala gente para no decirle que se jugaba diecisiete años de cárcel.
A la ex presidenta del parlamento catalán le debe parecer que han pasado miles de años desde los días en que gritaba como líder de la ANC cosas como que los del PP o C’s no eran catalanes. Eso le valió el cargo. La recordamos con el aplomo que da la ignorancia, sentada en su silla, autorizando lo inautorizable y sonriendo con cara de decir “¿Veis? Ya se la hemos colado a España”.
Sin embargo, ahora cree que la engañaron, que Junqueras no le advirtió del riesgo que suponía jugar con la Constitución, la ley y el sentido común, que viene a ser lo mismo. Según El Mundo, sabemos que Carme está hundida. Se limita a decir que cumplía con sus obligaciones, similar al terrible “Lo hice porque me lo ordenaron y era mi deber”, frase escuchada mil y una veces en labios de personas responsables de tremendos desastres humanos.
Creemos en la veracidad de Forcadell cuando afirma que jamás pensó que le iba a pasar todo lo que le pasa y que, de haberlo sabido, nunca hubiese actuado como actuó. El separatismo ful que ha protagonizado estos años de pérdida de tiempo, puesta a salvo de capitales en oscuras islas y maleteros cobardes, es así. Ninguna responsabilidad, ningún precio, ningún riesgo. Pujol no los preparó para entender la vida real, porque les creó un marco mental imaginario en el que el final la victoria era siempre de los supremacistas. Un marco en el que España era cutre, de ínfima ralea, con taras en el ADN, y los españoles poco menos que unos vagos que se pasan el día en el bar, solo aptos para algo útil cuando vienen a Cataluña y los amos catalanes pulen su bestialidad obligándoles a que hablen catalán, se hagan del Barça y consuman TV3.
No fue Junqueras o Puigdemont quienes te dieron gato por liebre, fuiste tú misma, al carecer del suficiente intelecto como para analizar aquello
Armados del supremacismo más violento – esa es la auténtica violencia del proceso, estigmatizar a la mayoría de catalanes relegándoles a una condición de sub especie -, todos salieron en tromba a defender… ¿el qué? Nada, a defender su status quo, su sueldo, sus privilegios, sus gabelas, que jamás hubieran podido ni soñar en una sociedad meritocrática. Forcadell denomina ahora al proceso “esta tontería” al asegurar que ella no se habría jugado el no ver a su familia y a su nieto por eso. Tontería. Todo lo que adornó con su inflamada retórica – recuerden aquel “¡President, ponga las urnas!” casi homérico – se reduce a tontería. Claro que lo era Carme, pero, por el camino, los que mantuvisteis la tontería os habéis cargado Cataluña. Que te sientas engañada por Junqueras, por Puigdemont, al que calificas de “cabrón”, que hayas partido peras con tu compañera de cárcel Carme Bassa por ser una radicalinski, es superfluo. Incluso lo es que sientas arrepentimiento o que entiendas lo monstruoso de aquella operación suicida. Cuando el plato se ha roto, las lamentaciones no lo devuelven a su estado original. Y vosotros rompisteis no el plato, sino toda la vajilla. Lo hicisteis, además, alegremente, confiados en que todo serían tortas y pan pintado. Os apoyaba una masa de seguidores a los que décadas de pujolismo habían convencido de la superioridad del nacional separatismo que hacía poco menos que imposible el fracaso ¿Recuerdas los mantras de aquellos días? Europa está ansiosa de reconocernos, sin Cataluña España se arruinará en dos días, las empresas van a darse de bofetadas por venir a instalarse aquí, el independentismo cuenta con el apoyo mayoritario de todo el pueblo catalán…
Ahí fue donde te engañaron, donde te engañaste, donde os engañasteis los unos a los otros, Carme. No fue Junqueras o Puigdemont quienes te dieron gato por liebre, fuiste tú misma, al carecer del suficiente intelecto como para analizar aquello y ver que era una solemne majadería, que no había por donde cogerlo, que los dogmas de fe que gritaban los voceros del régimen no eran más que tópicos apoyados en falsedades que se escudaban, a su vez, en mentiras.
No se trata de que nadie no te dijera nada, Carme, se trata de que tú y los tuyos os creísteis vuestras propias falacias, haciendo de la política un embuste diario. Cosa que, por cierto, a día de hoy continúa siendo una realidad palpable en mi tierra, no hay más que echar una ojeada a los medios catalanes para comprobar como la distancia que los separa de la realidad es abismal, insalvable. Quizá algún día veremos al Conde de Godó o a algún director confesar que nadie les dijo nada y que, de haber sabido la verdad, no habrían publicado ciertas editoriales o permitido ciertas actitudes. Es lo de siempre. Yo, señoría, me limitaba a cumplir con mi obligación. Es el más horrendo epitafio para cualquier sociedad.