Opinión

Francina Armengol, esa folclórica desgarrada

Si Sánchez fuera primer ministro japonés, estaría ya en la isla de O

  • Francina Armengol, tras declarar en el Congreso de los Diputados ante medios de comunicación sobre el presunto caso Koldo -

Si Sánchez fuera primer ministro japonés, estaría ya en la isla de Okinawa dedicado al cultivo del arroz. Si fuera italiano, habría huido a Túnez para pasar allí el resto de sus días. Si fuera francés, estaría procesado y pendiente de sus visitas periódicas a los tribunales. Si fuera británico, se habría refugiado en la India disfrazado de Peter Sellers. Si fuera estadounidense, habría engrosado la lista de los personajes más detestados, como Nixon o Bush junior. Dado que es español y que, sin lugar a dudas, su vida política terminará muy mal, de momento sólo tiene que temer a Yolanda Díaz, que impulsa una iniciativa para abolir los indultos referidos a los casos de corrupción. Se desconoce si su vicepresidenta cuqui pensaba en él al plantear esta medida o, sencillamente, pretendía, como en ella es habitual, hacerse un hueco en el espeso fárrago de los titulares de donde fue desterrada tras el tortazo gallego.

Como en él es costumbre, Pedro Sánchez ha huido de España en momento tan delicado como el presente. Ha cruzado el Atlántico para fotografiarse con Lula y Boric, sendos amigos de Zapatero y miembros del grupo de Puebla, y no regresará hasta el fin de semana. Aquí ha dejado a su Gobierno sometido a las tremendas convulsiones del caso Ábalos, que crece y crece como las mentiras encadenadas del Mr. Ripley de Highsmith.

La fiscalía europea ha abierto una investigación y Armengol sigue en peligro. Saltará cuando el calentón resulte insoportable. Quizás no llegue a las europeas

Francina Armengol, en su asumido papel de fusible del estropicio, ha intentado este martes despejar algunas dudas que acribillan su polémica gestión en Baleares, donde el tráfico de las mascarillas truchas se ha convertido en nudo gordiano de este descomunal escándalo. Lejos de despejar incertidumbres, la titular del Congreso inflamó las sospechas, en una ceremonia que tuvo todos los efectos de una confesión. "Nadie es nadie", fue su principal argumento, tan ininteligible como los diálogos del cine español. En una intervención de un nerviosismo hipertrofiado, con frases inacabadas, aseveraciones inauditas, muletillas de mercadillo, metáforas de todo a cien, se empeñó en acorazarse bajo la imagen de que el Congreso es el templo de la soberanía 'popular', dice ella, y 'la cuna de la democracia', lo que, de acuerdo con su argumento, lo exime de responsabilidad alguna frente al Código Penal y demás castigos por casos de latrocinio.

En su enrevesada comparecencia, no aclaró ni por qué se atendieron las instrucciones de Fomento para elegir proveedor, ni quién fue su interlocutor de la trama Koldo, ni por qué se ignoró el informe de su propio Instituto de Salud que advertía, en letras mayúsculas, que las mascarillas eran fake, o por qué se intentó que las pagara la UE como si el material fueran buenos. La fiscalía europea ha abierto una investigación sobre tan fétido asunto y Armengol sigue en peligro. Saltará cuando el calentón resulte insoportable. Quizás no llegue a las europeas. "Yo no soy de esas", clamaba con voz algo temblorosa y deshilachada, a lo Jeanette, testimonio quizás de una mala noche y, posiblemente, de un peor mañana. "Esa soy yo", "así soy yo", "que no mancillen mi nombre"... salmodiaba en su defensa, con algo de folclórica desgarrada, con tan escasa firmeza que, a buen seguro, apenas alguien podría resultar convencido de su presunta inocencia. En su desesperado corolario exculpatorio, buscó refugio en la institución mediante el recurso a un rosario de muletillas solemnes, del estilo de "soy la encargada de mantener el equilibrio de esta casa", que fue recibido con espanto por razones obvias. Si difícilmente logra mantener su propio equilibrio, qué no ocurrirá con este pilar del Estado de derecho. Bastaba recordar su sectario discurso cuando la jura de la Constitución de la princesa Leonor.

Tan desesperado es el panorama para la familia del progreso que Félix Bolaños pretende ahora disimular la peste de Ábalos con el orinal maloliente de la amnistía

La jaculatoria de Armengol y la espantada de Sánchez coinciden con el cierre del acuerdo sobre la amnistía con el partido golpista del procés. Waterloo ha dado el visto bueno a un enjuague que salta por encima de la ley y se carcajea de cuanto se aprobó en este país hace cuarenta años en aras de nuestra convivencia. Tan desesperado es el panorama para la familia del progreso que Félix Bolaños pretende ahora disimular la peste de Ábalos con el orinal maloliente de la amnistía. Cuando las cosas iban medianamente bien para La Moncloa, se tapaba un desastre con el siguiente, en la convicción de que la memoria de la opinión pública es tan frágil como el fundamente ético de Begoña. La polémica por el indulto se eclipsaba con la sedición, luego con la malversación, después el 'sí es sí' ... Este recurso, ideado por el sobrevalorado Iván Redondo, no es aplicable al actual embrollo. La amnistía y el koldazo son dos variantes de la corrupción sanchista y, por ende, intragables e inlidiables. El Gobierno se encuentra en manos de las decisiones de un juez y, por tanto, sin capacidad alguna de iniciativa, va a rebufo de los acontecimientos, con el ánimo encogido ante el temor de nuevos sobresaltos, episodios sobrevenidos o inesperados culpables que aguardan su aparición en escena.

Nada ha dicho el presidente del Gobierno desde su desabrida rueda de prensa en Rabat, hace ya quince días, en la que olvidó su recomendada 'templanza', al responder a un periodista que le inquirió sobre si conocía las andanzas de Ábalos cuando lo cesó como ministro. "Si yo sabía, o dejaba de saber, no dejan de ser maledicencias por parte de la oposición. Si quieren que lo diga de manera mucho más rotunda, por supuesto que no". Y hasta ahora. "Ese silencio, como un teatro en llamas visto en cine mudo", diría Landero.

Hablan del hermano de Ayuso, de Pablo Casado, de Miguel Tellado con tal impotencia que terminarán afirmando que Ábalos era un infiltrado del PP

Ni siquiera acertó a desmentir a Feijóo cuando, en una de las intervenciones más rotundas del gallego, afirmó en el Congreso que "usted lo sabía, y lo tapó". Mutismo absoluto del gran narciso, ahora desportillado. Ha encomendado su defensa, tan desprolija como imposible, a estruendosos voceros como Emejota Montero, Pilar Alegría, la propia Armengol y algún otro valiente, incapaces de hilvanar un argumento razonable para espantar el alud de sospechas. Hablan del hermano de Ayuso, de Pablo Casado, de Miguel Tellado con tal impotencia que terminarán afirmando que Ábalos era un infiltrado del PP.

Sánchez se evapora aunque de momento no se ha refugiado en una isla de Japón a cultivar arroz. Su partido sufre un ataque de ansiedad; el secretario de Organización, Santos Cerdán, se camufla bajo el manto de la amnistía con el forajido catalán y en el Gobierno se diluyen las voces que puedan transmitir un punto de credibilidad en este maremágnum. Todos pendientes del próximo capítulo del interminable sumario, o del próximo paso de Ismael Moreno, un juez metódico y responsable, muy ajeno a las bambalinas y sensatamente alejado de los medios. Francina, sin duda, seguirá dando el cante.

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