Suele decirse que estamos ante la generación más preparada de la Historia. Sin duda es en la que más dinero nos gastamos para su educación (obligatoria hasta los 16 años), pero realmente ¿saben leer y escribir mejor que hace cuarenta años? Según Francesc de Carreras ('Tres problemas de la Universidad'): "Los estudiantes reciben en la enseñanza primaria y secundaria una formación sumamente deficitaria (…) ni adquieren suficientes conocimientos generales ni tampoco el hábito de estudiar (…) se ha dado prioridad a preservar una supuesta felicidad idílica del niño y del adolescente, evitarle imaginarios traumas psicológicos, subestimando así la adquisición de conocimientos básicos; y, sobre todo, no enseñándole que, en la vida, todo aprendizaje exige esfuerzo (…) este modelo pedagógico se está trasladando a la Universidad".
Se dice que es una generación innovadora y tecnológica (nativos digitales), pero a veces solo ves personas ocultas tras una pantalla, aturdidos y confundidos bajo estímulos contradictorios: estudia, pero no demasiado porque no te lo vamos a valorar; esfuérzate al máximo, pero solo en el deporte; trata a tus padres y maestros como colegas, pero no les pierdas el respeto; estudia, pero el éxito no tiene nada que ver con las notas; las matemáticas son importantes, que ya te las quitaré en el bachillerato; disfruta de la vida y despreocúpate, pero quiero que triunfes; los exámenes son una antigualla, pero prepárate para superar los obstáculos que presenta la vida… ¿Es casualidad que con estos mensajes jóvenes y niños visiten al psicólogo cada vez a edades más tempranas?
Se les engaña cuando se equipara diversión con decibelios, botellón y embriaguez: en 2015 más de 5.000 menores fueron atendidos en urgencias por los efectos del alcohol
Se les engaña cuando se les dice que solo merece trabajar si encuentran la vocación de sus vidas cuando sabemos que eso solo lo consigue un 15-20 %. En realidad, lograr una 'ocupación razonablemente significativa' supone un objetivo más realista que generaría menos frustración (cfr. A. Margalit) mientras podrán dedicarse a su hobby en el tiempo libre. Se les engaña cuando se equipara diversión con decibelios, botellón y embriaguez: en 2015 más de 5.000 menores fueron atendidos en urgencias por los efectos del alcohol, la edad media de inicio en el alcohol ha bajado (13,9 años) y el número de borracheras entre menores aumenta si lo comparamos con cifras de hace 20 años.
Cultivar la resistencia
Se les engaña cuando se les dice que siempre habrá alguien que les resuelva sus problemas o provea sus necesidades y caprichos, sin que estos tengan que hacer nada: cuando no estén los padres complacientes será el Estado protector. En realidad, aunque se crean genios y superdotados, no tendrán éxito sin cultivar su capacidad de esfuerzo y trabajo, y su perseverancia ante las dificultades. Tomemos un grupo de 100 niños: a 50 les decimos que la vida es maravillosa y les dejamos libres para que desarrollen 'espontáneamente' sus cualidades 'innatas', mientras al resto les enseñamos a cultivar la resistencia, el trabajo, la constancia, la estrategia para conseguir fines e incluso el orden y la disciplina, ¿qué grupo tendrá más éxito, menos frustraciones y será por lo tanto más feliz además de mejores ciudadanos?
Se les engaña, y nos engañamos, si creen que la adicción a una o varias pantallas es inocente: niños y niñas de 12 y 13 años (incluso más jóvenes) con móviles de última generación, con acceso casi ilimitado a Internet y sin ningún control de sus padres; más de tres millones de niños menores de 14 años juegan habitualmente a videojuegos, mientras el 80% de los juegos más populares entre los menores españoles tienen contenido violento. ¿Es irrelevante?
Se les engaña cuando se les dice que deben tomar como referentes a youtubers, influencers, gamers y famosillos de tres al cuarto, en lugar de a personajes ilustres que hayan demostrado con sus obras y sus hechos su valía en la Historia. Se les engaña cuando se les dice que agujerearse el cuerpo colgándose anillos o tatuarlo sufriendo la tortura voluntaria de una aguja que perfora o inyecta tinta, les libera, les hace más rebeldes o más auténticos. Hasta las niñas menores de 18 años pasan por la clínica de cirugía estética, con el consentimiento y financiación de sus padres y madres. En realidad, difícilmente podrá liberarse quien maltrata su cuerpo como algunas tribus primitivas africanas o se marcan con tatuajes como se hace con las reses para señalar que son propiedad de su dueño.
En los años sesenta los jóvenes lo tenían mucho más difícil y se iban a compartir piso o vivir con pocos medios con tal de vivir independientes
Se les engaña si escuela y padres les ocultan que en la realidad existen cárceles o el despido disciplinario, y una ley orgánica del menor que castiga sus conductas inapropiadas. Se les engaña si les consideramos muy independientes pero no se van de casa de sus padres ni a tiros. En realidad, en los años sesenta los jóvenes lo tenían mucho más difícil y se iban a compartir piso o vivir con pocos medios con tal de vivir independientes. ¿Qué ha cambiado? Pues tal vez que los jóvenes no sienten necesidad de liberarse de padres complacientes que satisfacen todos sus deseos y no ponen cortapisas ni horarios a su capacidad de divertirse, sino que se la financia incluso poniendo a su disposición la casa para fiestas.
Se les engaña cuando les convencen de que la libertad es hacer lo que les plazca y no lo que les conviene a ellos y a los que les rodean. Si está bien hacer sólo lo que les apetece, muchos niños no tomarán verduras, fruta o legumbres, ni se limpiarán los dientes tres veces al día, ni estudiarán… Nadie les ha explicado que no existe libertad sin responsabilidad ni sin autoridad. Como recuerda Savater: «La tiranía quiere que seamos eternamente niños. La autoridad ofrece resistencia pero hace crecer. Si no has tenido resistencia no creces recto, sino reptando».
Acoso en la escuela
Se les engaña cuando se les alaga por ser más solidarios que sus mayores. En realidad, no se entiende por qué dejan los parques llenos de basura cuando acaban el botellón (falta de solidaridad con los barrenderos y otros usuarios), por qué organizan fiestas con la música a toda pastilla hasta altas horas de la madrugada en sus casas familiares (falta de solidaridad con los vecinos), por qué apenas colaboran en las tareas del hogar (machismo y falta de solidaridad con sus padres y madres) o por qué permanecen impasibles ante un caso de acoso a otro alumno o a sus maestros.
Los padres siempre han querido que sus hijos tuvieran una vida más fácil que la suya, pero hoy de lo que se trata es de prepararles para poder enfrentarse a una vida tal vez más difícil que la nuestra
Los padres siempre han querido que sus hijos tuvieran una vida más fácil que la suya, pero hoy de lo que se trata es de prepararles para poder enfrentarse a una vida tal vez más difícil que la nuestra, o al menos enseñarles a valorar lo que (todavía) tienen, lo que mucho que ha costado a sus padres y abuelos conseguirlo, y lo fácil que puede irse todo por el desagüe. Como decía Albert Camus en 1957 “Cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga”. La revolución pendiente de nuestros jóvenes es despertar del sueño acomodaticio en el que los hemos instalado entre todos. No vaya a ser que acaben diciendo como Rudyard Kipling: “Si alguien pregunta por qué hemos muerto jóvenes decidle que nuestros padres nos mintieron”.