Resulta que hubo encuentro “secreto” entre Mariano y Carles, entre Rajoy y Puigdemont, entre el presidente del Gobierno y el de la Comunidad Autónoma de Cataluña, un almuerzo en día laborable y en Moncloa, dos circunstancias que invitan a imaginar como misión imposible la pretensión de mantenerlo en secreto, lo obstante lo cual ha tardado mes y pico en hacerse público, y tan harto debía estar Mariano de que el asunto no hubiera explotado que no le quedó más remedio que dar una pista, idear la treta del fiel Enric Millo diciendo aquello de que “hay contactos a todos los niveles” para que el gentío, empezando por la roma clase periodística, se pusiera sobre la pista. Porque a Picodemonte no le venía nada bien, no le ha venido bien, la publicidad de su peregrinación a Moncloa para entrevistarse con Rajoy a petición de Rajoy. Demos por bueno que del ágape informó puntualmente a Oriol Junqueras, su jefe in pectore, pero, ¿qué pasa con la CUP? ¿Qué sabía la CUP? ¿Nada? Horror. Tempestad en el avispero independentista.
De hecho Puigdemont había negado con vehemencia y exceso gestual cualquier encuentro con el presidente del Gobierno, incluso en la televisión catalana, ante, se supone, un montón de esos catalanes a quienes dice querer conducir a la Arcadia feliz de la independencia. De modo que ayer mismo se vio en la tesitura de dar explicaciones en el Parlament a su socio de Gobierno, ERC, y sobre todo a esa CUP que debe votarle los presupuestos de la Comunidad, asunto del que depende su continuidad al frente de ese negocio del separatismo que pagamos todos los españoles. Sin la habilidad para el gallegueo que caracteriza a Rajoy, verdadero maestro en el arte del sí pero no, don Carles vino a reconocer el encuentro para refugiarse de inmediato en el burladero de la ausencia de unas negociaciones que “ni se han producido ni se están produciendo”, porque en el Gobierno central “no existe voluntad ni de negociar ni de dialogar, así que votar, votaremos”, advirtió campanudo.
A Mariano sí le interesaba la publicidad del ágape. Porque de eso va, no de otra cosa, toda esa parafernalia montada en torno a la virreina Soraya Sáenz de Santamaría y su condición de embajadora plenipotenciaria en Cataluña con credenciales para negociar un arreglo del lío. Convencidos, por fin (o eso parece), en Moncloa y en Génova de que por la vía de una nueva cesión de competencias (cesión de soberanía, en definitiva) será imposible hacer regresar al Movimiento independentista al redil de la cordura y el cumplimiento de la ley, el Partido Popular parece haber comprendido, más allá de Mariano y su circunstancia, que la única operación posible e inteligente en este particular momento de un “conflicto” llamado a romper aguas, si los separatistas mantienen su apuesta, a la altura de septiembre de este año, consiste en tratar de invertir la carga de la prueba y hacer ver a los millones de catalanes no alienados por el discurso de los predicadores de la ruptura que quienes realmente no quieren negociar son ellos, empeñados como están en la aventura independentista.
El Gobierno de la nación siempre ha estado dispuesto a negociar. Quien no quiere hacerlo es el nacionalismo excluyente y xenófobo. Lo cual implica la vuelta del Estado a Cataluña para escuchar, alentar, apoyar, cabría decir incluso confortar, a esos millones de catalanes que se han sentido abandonados por partida doble, por los unos y por los otros, por ese nacionalismo enragé que les considera poco o nada “patriotas”, catalanes de segunda fila, y por ese Estado que decidió desaparecer literalmente de Cataluña dejando a su suerte a quienes no comulgaban con el independentismo. ¿Qué busca la nueva estrategia? Nada de cesiones. Se trata de construir el relato coherente de un Estado comprometido con el bienestar de los catalanes a partir de un discurso inclusivo que busca la paz y prosperidad para todos y rechaza el aventurerismo de unos cuantos. Con un triple objetivo: restar apoyo social a los radicales; no aparecer como el culpable del “choque de trenes” por haber negado esa “salida negociada al conflicto”, y, finalmente, estar plenamente legitimado para usar el peso de la ley cuando llegue el momento de la verdad, cuando sea ya inevitable la intervención de la Comunidad Autónoma de Cataluña en aplicación del artículo 155 de la Constitución.
Estrategia de contención superada
Porque, salvo sorpresa mayúscula, ese momento va a llegar, y va a llegar muy pronto, tanto como este mismo año. A juzgar por las manifestaciones diarias de los jefes de las distintas partidas que conforman el ejército del Pancho Villa separatista, la decisión de llegar hasta el final con su desafío es firme, con la idea puesta en provocar la respuesta definitiva de ese Gobierno central que parece ignorarlos, cuando no ningunearlos, y con ello causar un escándalo internacional de tal dimensión que Madrid se vea obligado a dar marcha atrás y reconocer sus aspiraciones. La estrategia de contención ha quedado superada. Ante la actitud pasiva y legalista del Ejecutivo, a los mentores del prusés no les queda más salida que aumentar la apuesta. Así ha sido desde septiembre de 2012. Aumentar progresivamente la apuesta. A estas alturas, el separatismo ha desbordado ya los diques de contención de la judicatura, de modo que el paso siguiente bien podría consistir en negarse a atender las citaciones judiciales declarándose en rebeldía. Existe una alternativa, claro está: la del sentido común y el coraje de alguien dispuesto a poner a la CUP en su sitio y proclamar que esta locura no puede durar un minuto más.
Pero ese héroe no existe, porque a ver quién carga con ese mochuelo, a ver quién es el guapo que a estas alturas, tras tantos años de tergiversación de la realidad y la historia, se atreve a decir que hay que apearse del burro independentista en un sistema social, político y autonómico convertido hoy en un auténtico solar. Mientras ese momento llega, al Gobierno sólo le cabe cargarse de razón ante los catalanes sensatos, que siguen siendo mayoría, y esperar que las mesnadas del bloque separatista acaben por acuchillarse en el callejón del gato valleinclanesco, el callejón sin salida de una situación tan abracadabrante como alucinada. Este es el contexto del almuerzo en Moncloa del miércoles 11 de enero, o a mí me lo parece. Un gol por toda la escuadra de ese Mariano estatua de sal. Un almuerzo que ha puesto de nuevo en evidencia a García Albiol, presidente del PPC, quien, con su negativa radical a los “contactos”, ha vuelto a demostrar que no está en la “pomada” (pierde terreno Albiol –Cospedal- y lo gana Millo –Soraya-) de lo que se cuece en Cataluña, y otro tanto cabe decir también de la señora Neus Munté, portavoz del Govern, igualmente empeñada en negar la mayor. Simples víctimas colaterales.