Desde que hace cuatro años una malhadada y falsaria moción de censura derribó el Gobierno encabezado por Mariano Rajoy, España ha seguido un camino descendente hacia el fracaso que nada ni nadie ha podido parar. Hoy los españoles asistimos entre el temor, la indignación y la impotencia, a la demolición de la obra de la Transición por un conjunto de partidos ensimismados en su miope interés parcial, unos medios en su abrumadora mayoría sumisos al poder político, unos sindicatos de clase domesticados por las subvenciones, unas organizaciones empresariales también succionadoras de la ubre del erario, unas fuerzas separatistas obsesionadas con la liquidación de la Nación común y amplios sectores de la intelectualidad prisioneros de esquemas conceptuales disolventes, aberrantes y obsoletos.
Por supuesto, no toda la culpa de nuestros males presentes se puede atribuir al actual inquilino de La Moncloa y sus secuaces. Este rumbo manifiestamente equivocado que nuestro país recorre hacia el desastre total arranca muy atrás en el tiempo y se ha ido trazando a partir de los errores iniciales en el diseño del sistema de 1978 que los años transcurridos no sólo no han rectificado, sino que los han agravado y reiterado. Ahora, un cúmulo de acontecimientos aciagos, la crisis financiera de 2008, la pandemia y como remate la invasión de Ucrania por Rusia, nos ha colocado en una situación de emergencia nacional que se refleja en estos días en las protestas multitudinarias de ganaderos, agricultores y pescadores que, unidas a las huelgas de transportistas, nos abocan al desabastecimiento, la penuria de muchas familias, el colapso de las cuentas públicas y el caos generalizado.
La falta de consistencia interna de un Ejecutivo sostenido por una caterva de grupos parlamentarios de venenosa radicalidad y presidido por un ególatra compulsivamente mentiroso y gélidamente amoral
Se ha dicho y repetido con razón que esta sucesión de desgracias nos ha atrapado con el peor Gobierno posible, un agregado informe y disfuncional de ministerios multiplicados y absurdos a cargo de incapaces notorios o de personas en principio competentes, pero condenadas a la inoperancia por la falta de consistencia interna de un Ejecutivo sostenido por una caterva de grupos parlamentarios de venenosa radicalidad y presidido por un ególatra compulsivamente mentiroso y gélidamente amoral.
La naturaleza teratológica del ente que rige nuestros destinos desde La Moncloa le impide, como sucede para su suerte en otros países europeos, tomar las medidas adecuadas a tiempo y aplicarlas con decisión y acierto. Así, el deterioro ya intolerable de las condiciones de trabajo de la gente del campo se ha ido gestando gradualmente sin que los diversos ministros concernidos hayan sabido articular una acción coordinada y eficaz. En cuanto a los transportistas, es evidente que no pueden operar con pérdidas y que su labor es indispensable para que nuestra sociedad pueda subsistir. Por consiguiente, encarar sus legítimas demandas con descalificaciones groseras y estúpidas y negarse a recibirles hasta que la presión de la calle ha obligado a ello, demuestra una inmadurez y una carencia de reflejos que invalidan a la titular de la cartera del ramo para desempeñar con un mínimo de solvencia su cometido.
El Gobierno conservador polaco hace dos meses eliminó el IVA del gas, los fertilizantes y los alimentos y redujo el de los combustibles y el de la electricidad del 23% al 5%. Se trata de disposiciones temporales, pero su carácter de choque es acorde al incremento de los precios que pone contra las cuerdas a consumidores, autónomos y empresas. Actuaciones similares han llevado a cabo los Gobiernos de Francia, Alemania, Italia y Portugal mientras nuestros gobernantes se han negado a seguir el camino que señala la lógica y la racionalidad ¿Por qué Morawiecki, Macron, Draghi, Scholz y Costa han podido asir sin vacilaciones la palanca fiscal y en nuestros lares no ha sido factible una reacción tan necesaria como urgente? La respuesta es sencilla si se compara nuestro endeudamiento y nuestro déficit con el de estos Estados-Miembros de la Unión Europea. El margen de maniobra para reducir, aunque sea durante un período limitado, los ingresos del Estado es casi inexistente en España debido al gasto desaforado durante la etapa de recuperación en maniobras electoralistas y desatinadas como la creación de un número desbordado de empleos públicos, la indexación de las pensiones con la inflación, la proliferación de programas “sociales” sin utilidad alguna salvo la caza de votos y el riego con montañas de dinero a una retahíla de organizaciones y entidades clientelares promotoras de las causas más extravagantes e ideológicamente sesgadas.
El chusco incidente en Roma en el que Mario Draghi equivocó el nombre de nuestro pseudo-doctor pone de manifiesto la consideración que merecemos a nuestros socios comunitarios que nos contemplan, en las escasas ocasiones en las que entramos en su campo de visión, con la misma mirada con la que Rick, el protagonista de la película Casablanca, humillaba al quídam que le preguntaba: “¿Rick, tú me desprecias?” a lo que un insuperable Humphrey Bogart respondía: “Si alguna vez pensara en ti, te despreciaría”. Los españoles que, para nuestro infortunio, sí estamos obligados a soportar diariamente a Sánchez en sus televisiones vasallas, a la vista del erial en el que está convirtiendo a nuestra venerable y atormentada Nación, podemos reemplazar el descuidado “Grazie, Antonio” de Draghi por un amargo “Gracias, Pedro” que envuelva la inmensidad de nuestra decepción.