A muchos les fascina la cuadratura del círculo presuntamente lograda por los países nórdicos, donde un Estado benefactor ha podido conjugarse con éxito con una economía de libre mercado. Mientras ese Estado potente vela por la igualdad y la independencia material de los individuos, éstos pueden dedicarse a generar riqueza en un entorno de libertad económica. Así, una economía dinámica y abierta sirve para proporcionar los cuantiosos recursos que se necesitan para desarrollar políticas sociales. Sin embargo, por más que admiremos a los nórdicos, mejor copiar de ellos sólo lo bueno, porque no es oro todo lo que reluce.
Lo bueno…
Un ejemplo de reforma importante llevada acabo por un país nórdico, y que en España sí deberíamos emular, es la reforma de las pensiones sueca. Podemos pensar equivocadamente que allí, en Suecia, la política es mucho más racional, y que las diferencias ideológicas no alcanzan el sectarismo español. Sin embargo, no es exactamente así. De hecho, el largo y difícil camino para reformar las pensiones en Suecia se remonta a 1984. Y a decir verdad arrancó sin mucho éxito.
Podemos pensar equivocadamente que allí, en Suecia, la política es mucho más racional, y que las diferencias ideológicas no alcanzan el sectarismo español. Sin embargo, no es exactamente así
Hubo que esperar a 1991 para que la reforma tomara impulso de la mano de un gobierno de centro-derecha, que esta vez optó por realizar un estudio técnico riguroso para definir las bases de la reforma antes de sentarse a negociar con los agentes sociales. El proceso empezó a dar frutos en el verano de 1992, que es cuando vio la luz el primer borrador; es decir, siete años después de iniciado el proceso. Aún entonces el consenso no fue total, ni mucho menos. Pero al final la alianza entre conservadores, liberales, democristianos y socialdemócratas proporcionó una mayoría más que suficiente para llevar adelante la reforma.
Desde 1991 hasta hoy ha transcurrido más de un cuarto de siglo, y la reforma sueca todavía no ha concluido. Pero cambió el paradigma y mostró el camino para aquellos países que, inmersos en una curva demográfica negativa, necesitan reformar urgentemente sus sistemas.
… Y lo pésimo
Pero este post no trata de la reforma de las pensiones. Por más que pueda ser oportuno, habida cuenta de la critica situación del sistema español, este texto pretende mostrar la otra cara, menos amable, de esos países nórdicos que tanto admiramos por estas latitudes.
En efecto, detrás de la aparente cuadratura del círculo lograda por el social liberalismo de los países nórdicos, se oculta un auténtico drama. En lo económico, sus reformas se han demostrado eficaces, pero la apertura a los mercados no ha evitado que la corrección política haya progresado a un ritmo pavoroso, generando efectos muy adversos.
Uno de cada cuatro suecos muere en la absoluta soledad, de tal suerte que muchos cadáveres no son reclamados por nadie y han de pasar semanas, incluso meses, hasta que son identificados.
Lo cierto es que hoy en Suecia dos de cada cuatro suecos vive solo. Y lo que es peor, el 40% declara “sentirse solo”. Porque, aunque vivir solo y tener una vida social satisfactoria no es incompatible, en Suecia vivir solo es literalmente “estar solo”. Es más, uno de cada cuatro suecos muere en la absoluta soledad, de tal suerte que muchos cadáveres no son reclamados por nadie y han de pasar semanas, incluso meses, hasta que son identificados.
La familia tal y como todavía la entendemos en España, poco tiene que ver con el modelo de familia emergente en Suecia, aunque vayamos camino de emularles. Allí, la configuración monoparental lleva décadas ganando terreno. De hecho, es sabido que las mujeres suecas son las mejores clientas de los bancos de esperma. Y para fundar una familia, hace tiempo que no necesitan relacionarse con otra persona.
Hacia la independencia personal… y el desastre
Se pensaba, y todavía se piensa, que para que las relaciones personales sean plenamente igualitarias era necesario eliminar de la ecuación cualquier dependencia o compromiso. Y el Estado sueco se encargó de que así fuera. Ya en 1981, la independencia de la mujer sueca estaba muy avanzada
"Algunas, por ejemplo, tienen una buena relación intelectual con su compañero, pero sexualmente funcionan mejor con otro. Casi un 90% acepta gustosamente relaciones al margen de su compañero estable -marido o amante-, y en muchos casos el asunto es comunicado a éste y aceptado."
Sin embargo, esta independencia, promovida y elevada a derecho fundamental, más que proporcionar una mayor libertad, lo que hizo fue minar las relaciones espontáneas y voluntarias entre individuos.
La dependencia es un concepto complejo y profundo, no sólo material sino también, y muy especialmente, emocional
Constituir una familia es básicamente un acuerdo voluntario y espontáneo. Y más allá de la procreación, es un proyecto común, donde los costes e ingresos, las obligaciones y el trabajo, los planes futuros y las ilusiones son compartidas. La dependencia es, por tanto, un concepto complejo y profundo, no sólo material sino también, y muy especialmente, emocional, donde el compromiso y la lealtad son ingredientes importantes. Da igual si se trata de una familia constituida por personas de distinto sexo o del mismo, las reglas no varían.
La tragedia del “Estado terapéutico”
Sin embargo, el factor emocional lejos de desanimar a los Estados de los países desarrollados, estimuló a los expertos y políticos para dar una nueva vuelta de tuerca y expandir sus atribuciones. Y el bienestar personal se transformó en objetivo de la salud pública, en consonancia con la redefinición de 1946 de la Organización Mundial de la Salud, que define “salud” como “un estado de completo bienestar físico, mental y social y no simplemente la ausencia de enfermedad”.
El Estado social moderno, más allá de promover políticas redistributivas y de igualdad, adquirió una nueva dimensión: la terapéutica
El Estado social moderno, más allá de promover políticas redistributivas y de igualdad, adquirió una nueva dimensión: la terapéutica. Hoy, sentirse bien es considerado como un estado de virtud, y los estilos de vida que distraen al individuo de atender las necesidades del Yo son frecuentemente denostados. En consecuencia, virtudes como el sacrificio, el altruismo y, sobre todo, el compromiso, son vistas como un obstáculo para la felicidad… o mejor dicho, como un impedimento para alcanzar el ansiado objetivo de “sentirse bien”.
Paradójicamente, a la vez que se exalta el Yo emocional, muchas emociones se presentan como negativas porque distraen al individuo de su auto-realización. En palabras del Dr. Thomas Yarnell, psicólogo clínico, "cuando amas a alguien, estás atado a ese alguien”. Y "estar atado a alguien te impide crecer emocionalmente ".
La cultura contemporánea no sólo aplaude las emociones, sino que también exige que los sentimientos “fuertes” sean controlados. Así, el Delito de odio, en realidad es una penalización del sentimiento con carácter terapéutico y moralizante, porque para las acciones punibles ya existe legislación suficiente. Podríamos decir que se ha trascendido la visión de George Orwell: no hay una policía del pensamiento sino una policía de los sentimientos.
Podríamos afirmar que se ha trascendido la visión de Geoge Orwell: no hay una policía del pensamiento sino una policía de los sentimientos
Con todo, la característica más alarmante de la cultura terapéutica que progresa en los países desarrollados es la convicción de que el estado emocional de un individuo no es un asunto de carácter privado sino público, de ahí que prolifere el victimismo. Esta visión se basa en la creencia de que el estado emocional del individuo determina lo que sucede en la sociedad. Es lo que se ha dado en llamar “determinismo emocional”, que ha alterado drásticamente la manera en que los expertos y políticos abordan los problemas sociales.
Es difícil conciliar un bienestar emocional dependiente del apoyo institucional con la visión democrática del ciudadano libre que toma sus propias decisiones. De hecho, la transformación del ciudadano en paciente altera la relación entre las personas y las instituciones públicas. Así, en opinión de Vanessa Pupavac, el "rediseño de la relación ciudadana y estatal ha erosionado el contrato social del ciudadano como sujeto racional autónomo".
Pese a todo, los “activistas terapéuticos” siguen ganando terreno y promoviendo la reorientación del Estado hacia la gestión de la psicología individual, mientras que las personas preocupadas por el sesgo autoritario de este Estado terapeuta son tachadas de ingenuas o paranoicas.
La Gran Depresión
Lamentablemente, a través de la ‘patologización’ de las respuestas emocionales, se alienta a la gente a sentirse traumatizada y deprimida por situaciones que antes eran rutinarias. Esta tendencia tiene, además, carácter transnacional y no sólo pone el foco en los adultos, sino muy especialmente en los más jóvenes. Así, se promueve integrar en la enseñanza el "trabajo de salud mental" para ayudar a los niños a sobrellevar las exigencias de la educación secundaria y cualquier otro conflicto. Y si los críos de tan sólo 4 años son considerados objetivos legítimos de los terapeutas y expertos, no puede sorprendernos que se abogue por un servicio de salud mental para bebés que prevenga el daño psicológico temprano, servicio que ya existe en diferentes países.
Se fomenta un clima donde la gente realmente se siente enferma, insegura y amenazada emocionalmente
A través de la normalización de un individuo preventivamente enfermo, la cultura terapéutica promueve la dependencia de la persona de la autoridad profesional, desincentivando las relaciones íntimas e informales porque suponen un riesgo para la auto-realización. Peor aún, se fomenta un clima donde la gente realmente se siente enferma, insegura y amenazada emocionalmente. Así, el papel experimentador y transformador del individuo queda prácticamente extinguido: la cultura terapéutica y su “aceptación del Yo” liquida la autosuperación y cualquier intento de la persona de trascender a sus propias limitaciones.
Quizá sea por la acción del Estado terapeuta, y no por los ciclos económicos, que cada vez resulte más difícil encontrarle sentido a la vida o que la sociedad se vea imposibilitada para proporcionar una red con un significado común. Sea como fuere, parece evidente que la angustia que emerge de las condiciones sociales es experimentada como un problema del Yo. Y que cada vez más tendemos a pensar en los problemas sociales como problemas emocionales. No es de extrañar, por tanto, que Occidente esté cada vez más deprimido.
Mejor sería que copiáramos de los suecos sus sistema de pensiones y nos olvidáramos de la corrección política de los países avanzados o, mejor dicho, de su corrección emocional. Sin embargo, hasta ahora hemos hecho justo lo contrario: hemos copiado la corrección política, sea nórdica o norteamericana, añadiéndole un toque aún más casposo.
(*) Gráfico, gentileza de Sebastián Puig @Lentejitas