Opinión

Hay gente 'pa tó'

En 1924 una expedición británica –compuesta por George Mallory y Andrew Irvine- se propuso coronar el Everest por vez primera. Los medios de los que disponían eran en extremo precarios,

  • Simone Biles en una de las competiciones de los Juegos Olímpicos. -

En 1924 una expedición británica –compuesta por George Mallory y Andrew Irvine- se propuso coronar el Everest por vez primera. Los medios de los que disponían eran en extremo precarios, especialmente si los comparamos con los actuales. No existía un conocimiento previo de cual sería la ruta y el momento del verano más adecuados para abordar la aventura con éxito. Hay motivos para pensar que habrían llegado a la cima. Lo complicado en estas lides es volver con vida, algo que no lograron y desde entonces ahí reposan.

El Everest es ahora algo parecido a El Corte Inglés en rebajas. El equipo de montaña es cada vez más sofisticado, y la ruta está perfectamente delimitada, sólo hay que colocarse el último de la extensa fila de personas que han invertido grandes sumas de dinero para colgarse una medalla vital, presumir de ser de los que sacan mucho jugo a nuestra breve estancia en este mundo.

A pesar de todas estas facilidades sigue muriendo gente allí arriba. Seguramente gracias a ellas, pues todo esto no es ya más que una frivolidad y un gran negocio. La pregunta es la siguiente, ¿tienen el mismo simbolismo estas muertes de ahora que las de Irvine y Mallory? A la mayoría le parecerá que son todas igual de absurdas, arguyendo que no lleva a ninguna parte poner en peligro la vida por algo tan fútil como coronar una montaña. Ahora bien, es justo ese impulso aventurero el que ha lanzado a la humanidad a emprender grandes gestas que configuraron el mundo tal y como lo conocemos: el Imperio romano, la hazaña de Hernán cortés, la primera expedición a la luna, o la muerte de Madame Curie.

Masculinidades tóxicas

El deporte suele ser una manifestación inconsciente de este impulso. Hay quien mantiene la teoría de que los protagonistas y espectadores de una competición encauzan a través de ella el ímpetu innato que nos empuja a defendernos, a perfeccionar nuestra violencia connatural para obtener de ella el mejor rendimiento, a localizar al rival aunque sólo sea como una forma de defensa preventiva. Masculinidades tóxicas, dirían algunos, hasta que necesiten un bombero que les rescate de una riada.

Las dicotomías ofrecen, además, el atractivo de propiciarte un enemigo que se posiciona en frente y al que podemos tildar de tonto y malvado

Se habla sobre Simone Biles en términos de blancos o negros. O los jóvenes de hoy día son unos débiles, o el deporte olímpico es una fábrica de estrellas fugaces y juguetes rotos. Hablan, opinan, escriben como si fueran los primeros en reflexionar sobre el ser humano. O las personas siempre son mejores en el pasado, más fuertes, más dignas de admiración, o bien la corrupción y los intereses ilegítimos son una novedad secular .

Gracias, no gracias

Las dicotomías son placenteras. No nos invitan a desconfiar de nosotros mismos y nuestros criterios. Ofrecen, además, el atractivo de darte un enemigo, aquel que se posiciona en frente y al que podemos tildar de tonto y malvado, con la conclusión lógica de que nosotros somos inteligentes y bondadosos. Sería un engorro tener que leer un poco de historia –no hablemos ya de psicología, sociología o antropología- y darnos cuenta de que no hay nada nuevo bajo el sol. Que siempre ha existido quien considera noble y honroso dedicar su vida a algo que otro considera absurdo y siempre ha habido otros que, pudiendo hacerlo, han pensado que preferían dedicarse a otros quehaceres. Muchos se arrepentirán más tarde, otros no. La mayoría alternarán un sentimiento con otro. Algo por lo que transita todo ser humano a través de las decisiones que va tomando a lo largo de la vida.

En una fiesta de postín celebrada en Madrid presentaron a Ortega y Gasset al torero Rafael el Gallo. Le explicaron al matador en qué consistía eso de hacer filosofía, algo que lo dejó meditando unos instantes, para después comentar “Hay gente pa’ tó.” O, como diría Unamuno, cada uno es cada uno, con sus cadaunadas.

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