A principios de esta semana, la Secretaria General de Economía de la Junta de Andalucía nos invitó a todos los organismos que realizamos previsiones de crecimiento de la economía andaluza a una jornada de encuentro en Antequera. El objetivo de esta reunión era doble. En primer lugar, constituir un foro de análisis de coyuntura de la economía regional, con el objeto de sumar sinergias. En segundo lugar, tomar el pulso a la economía andaluza y española exponiendo nuestros pareceres sobre cómo prevemos los próximos meses y trimestres. Así, representantes del BBVA Research, CEPREDE, Hispalink, Analistas Económicos de Andalucía, Universidad Loyola de Sevilla o del Observatorio Económico de Andalucía, expusieron en sendas exposiciones tanto lo que los modelos econométricos prevén para ambas economías como lo que el raciocinio de los expertos y sus años de experiencia les dictaba.
En el mismo día, el Ministerio de Economía, Industria y Competitividad de España redujo la previsión del crecimiento económico español para el año 2018 en tres décimas, del 2,6 al 2,3%. Aunque este ajuste no parezca elevado, sí representa un cambio de tendencia claro sobre lo que venía siendo habitual en los últimos años, ya que estas revisiones acostumbraban a ser al alza. Por supuesto, la razón argumentada por el Ministerio fue la situación de incertidumbre generada a raíz de la crisis catalana.
Sin embargo, el debate existente el pasado lunes sobre las previsiones para el año 2018 reflejaban un escenario mucho más complejo que explicaría en parte un menor crecimiento económico para dicho año. La cuestión catalana era solo, eso decíamos, una variable más en la ecuación de los modelos de predicción, pero no la única e incluso, argumentábamos, ni siquiera la más importante, de momento.
Así, en estos últimos meses las predicciones para 2018 ya adelantaban cifras claramente inferiores a las de 2017. En este año corriente, previsiblemente, España acabará con un crecimiento del PIB a precios constantes que se moverá en una horquilla del 3-3,3%, bastante más que lo esperado a principios de año, pero que se corresponde al de una tendencia iniciada hace ya más de dos años y cuyo potencial parecía aun no menguar. Sin embargo, como decía, el año 2018 ya mostraba perfiles más pesimistas que 2017, aunque eso sí, sin que en ningún caso se vislumbren riesgos destacados de crisis o recesión.
Es evidente que ciertas políticas o shocks que tuvieron su repercusión en tiempos pasados pueden extender su influencia económica por varios trimestres. Sin embargo, estos pasan y el efecto de dichos vientos de cola, al no renovarse, se van debilitando
Entre los lugares comunes que se visitan por estos organismos para dibujar un cuadro macroeconómico para 2018 pueden destacarse los siguientes. En primer lugar, los famosos vientos de cola parecen agotar sus efectos. Es evidente que ciertas políticas o shocks que tuvieron su repercusión en tiempos pasados pueden extender su influencia económica por varios trimestres. Sin embargo, estos pasan y el efecto de dichos vientos de cola, al no renovarse, se van debilitando. Es el ejemplo de la caída del precio del crudo, muy importante en 2015 y 2016 pero que ya para este año podemos dar por amortizado. Su estabilidad, o incluso su ligera subida por momentos, no aportan variaciones en el crecimiento económico, lo que no es óbice para decir que los bajos precios siempre serán interesantes. Pero lo que cuenta es el cambio, y este, desde hace un tiempo, no existe o se mueve en niveles estables.
En segundo lugar, una política monetaria que cambiara de rumbo tan abruptamente en 2015 parece haber escrito ya sus capítulos más memorables. No cabe duda que los bajos tipos de interés animan ciertos componentes de la demanda, como el consumo de bienes duraderos o la inversión. Pero la perspectiva es que este efecto debe moderarse necesariamente al tener los tipos de interés recorridos esperados solamente al alza.
En tercer lugar, estos vientos de cola son comunes a todo el orbe europeo e incluso para las grandes potencias no europeas como son los Estados Unidos y Japón. Esto implica que el comercio internacional puede dejar de ser un factor de crecimiento para España en los niveles de años pasados. La consecuencia prevista es que afecte al ritmo de crecimiento de nuestras exportaciones, nada preocupante de momento, pero sí marcando por ello un crecimiento menor. Igual consecuencia se espera para un turismo que, aunque batiendo récords mes tras mes, tiene ya escaso margen de subida.
La brecha positiva que existía en el crecimiento de las exportaciones e importaciones españolas puede comenzar a cerrarse, reduciendo por ello la aportación del sector exterior al crecimiento económico de España
Por el otro lado, el crecimiento económico de España junto con la estabilidad de los precios energéticos, o incluso una ligera subida, afectará muy probablemente a las importaciones. De este modo, y como ya se empieza a observar en los últimos trimestres, la brecha positiva que existía en el crecimiento de las exportaciones e importaciones españolas puede comenzar a cerrarse, reduciendo por ello la aportación del sector exterior al crecimiento económico de España.
Por último, la política fiscal que fuera negativa durante el segundo envite de la Gran Recesión, y que terminó por neutralizarse entre 2014 y 2016, puede seguir jugando un papel muy moderado en los próximos trimestres. Por este motivo no esperamos empujes importantes provenientes del gasto público.
Todos estos factores llevan meses descontados por lo que, en mayor o menor medida, gran parte de los centros de análisis de previsión otorgaban a 2018 un menor crecimiento económico que 2017. Sin embargo, el factor catalán podrá sumarse a los anteriores reduciendo aún más, como así lo esperamos, el crecimiento del conjunto de España.
La suma de tantos factores, casi todos en el mismo sentido, hará difícilmente cuantificable el efecto de la crisis catalana en el menor crecimiento. Será complicado evaluar qué parte del menor aumento del PIB vendrá motivado o explicado por las anteriores circunstancias o por un factor tan exógeno como el proceso y la incertidumbre creada. Lo que no cabe duda es que este efecto no sólo es de esperar sino que ya se está produciendo. Ahora, de momento, nos queda desear que el impasse generado por el conflicto dure el menor tiempo posible para que podamos asumir el menor coste esperado.