Los primeros días de octubre, tras nueve meses de caídas bursátiles, subida de rentabilidad de la deuda y desplome de las criptomonedas, aparecían noticias de la posible quiebra de Credit Suisse. Mucho insistieron los medios y me recordó cuando se decía que Deutsche Bank caería. Es muy complicado que países tan solventes dejen caer a entidades financieras sistémicas, tras el ejemplo Lehman Brothers no ha vuelto a pasar. Esos días se llegó al colmo del pesimismo en los mercados, alentados además por los avisos de un invierno durísimo con cortes de energía ante unos precios desorbitantes del gas y del crudo. Pero desde entonces las bolsas han subido un 20% (el Ibex más) y por supuesto, Credit Suisse no ha quebrado.
Los que llevamos décadas en los mercados financieros hemos visto ya casi todo (lo más extraño, y mira que he vivido sucesos raros, para mí ha sido lo de las emisiones de deuda a tipos de interés negativos, miles de millones de ahorros pagando para adquirir bonos y letras durante años, algo que además se incorporó a la normalidad diaria hasta no hace tanto) pero hay una dinámica que se repite siempre: los extremos de pesimismo son buenos para invertir y los de optimismo son buenos para desinvertir. Por supuesto es complicado detectar cuándo se ha llegado al cénit de cada sentimiento. Yo mismo, por ejemplo, pensé que la burbuja inmobiliaria española estallaría años antes de cuando lo hizo -me pasé de pesimista- o no creí que la bolsa española cayera tanto en 2020 -pequé de optimismo- pero es evidente que cuando el sentimiento mayoritario, amplificado por los medios, es tan extremo, es una señal de advertencia.
Resulta curioso comprobar cómo esa mayoría de analistas y opinadores que en octubre eran pesimistas, ahora han trocado el discurso, yendo detrás del precio. Y del mismo modo, los medios económicos han pasado a hacer interpretaciones positivas de los datos, incluso cuando son malos, copiando incluso los discursos políticos que, por ejemplo, hablan de IPC intermensual en España (medida de la que nunca se ha hablado) para rebajar el mal dato interanual. Llama la atención que en los mercados los hechos negativos se estén teniendo tan poco en cuenta por el simple motivo de que se esperaban peores. La realidad del corto plazo (a largo, todos calvos como dice el acervo popular) en el mundo es clara. La geopolítica va mal (la guerra en Ucrania no tiene visos de acabarse, la tensión entre China y los Estados Unidos sigue alta y subiendo), la economía crece muy poco, la productividad sigue siendo muy baja, la inflación sigue alta, los tipos de interés siguen subiendo (el proceso de subida es uno de los más rápidos de la historia) y esto es especialmente grave porque los estados están más endeudados que nunca, y sin ningún ánimo de reducir esa deuda (la llegada este verano del techo de deuda en los Estados Unidos ejemplifica muy bien esto).
Fiamos a un aumento del turismo el que pueda aumentar el consumo, si bien hay que tener en cuenta que nuestros mayores visitantes son británicos, alemanes y franceses, tres economías que no están precisamente en su mejor momento
En cuanto a España. la política interna no va bien (aumento de las confrontaciones por las elecciones de este año, incluso dentro de los socios del gobierno), la gestión de los fondos europeos (que según Banco de España pueden suponer prácticamente todo lo que suba el PIB este año) sigue sin ser fluida, la creación de empleo se ha frenado (y si no cae es por el aumento de empleados públicos lo que, a su vez, supone un mayor coste para el erario) y, según reconoce BBVA Research, el ahorro y la riqueza financiera de los hogares españoles disminuyen. Es decir, fiamos a un aumento del turismo el que pueda aumentar el consumo, si bien hay que tener en cuenta que nuestros mayores visitantes son británicos, alemanes y franceses, tres economías que no están precisamente en su mejor momento por lo que no está tan claro que estén dispuestos a gastar aquí en la medida que se está pronosticando. Se está instalando la idea de que tras un buen tercer trimestre -gracias al turismo- España podría por fin recuperar el nivel de PIB prepandemia sin esperar a 2024 pero como -posible- logro económico se me antoja un poco escaso cuando el resto de países europeos ya lo ha conseguido hace tiempo y si se consigue no será por un deseable mayor consumo interno fruto de una mejor situación económica de nuestras familias.
Por supuesto la bolsa española puede seguir subiendo ya que apenas ha superado, en términos reales (incluyendo dividendos abonados), los niveles prepandemia cuando el resto de bolsas europeas están más de un 15% por encima, pero resulta curioso que el grueso de la subida del Ibex se debe a la espectacular reacción alcista de los bancos cotizados y, en menor medida, de los valores relacionados con el turismo. Es decir, no es una supuesta mejora de la economía española su mayor impulso, sino el aumento de márgenes de las entidades financieras por la subida de tipos y la esperanza en que los extranjeros vengan a consumir aquí. No parece que tampoco estemos en un extremo de optimismo precisamente, no es como cuando el bitcoin marcó máximos históricos con la débil excusa de que un pequeño país iba a imponer dicho activo como moneda legal, en realidad no hay nada irracional en las cotizaciones actuales bursátiles según criterios históricos de valoración. Pero, aunque no hay un mercado desorbitado como en otras ocasiones, resulta muy llamativo un rebote tan fuerte como el vivido desde los mínimos de octubre, y especialmente en lo que llevamos de año, sin apenas correcciones, en medio de una situación tan objetivamente mala y con tan pocos visos de mejorar. Los dos extremos, el ver sólo lo negativo y el ver sólo lo positivo, son malos, y pasar tan rápido de uno a otro no parece prudente.