Quizá sea cierto que desde el desamor se tiene una mejor aproximación a la verdadera esencia de las cosas, pues no hay nada más clarificador que un golpe y el dolor posterior para espantar fantasías y tomar conciencia sobre la aspereza del entorno. Quizá lo que ocurre con España estos días no sea desamor, sino más bien desencanto, pues es obvio que el país se encuentra en un cruce de caminos y, se mire hacia donde se mire, asalta la sensación que describió Ortega cuando reflexionó sobre la etapa política con la que murió el atribulado XIX nacional.
Los paralelismos con la situación actual que se describen en este párrafo son tan evidentes que merece la pena plasmarlo: "La Restauración, señores, fue un panorama de fantasmas (...). 'Orden', 'orden público', 'paz'..., es la única voz que se escucha de un cabo a otro de la Restauración. Y para que no se altere el orden público se renuncia a atacar ninguno de los problemas vitales de España, porque, naturalmente, si se ataca un problema visceral, la raza, si no está muerta del todo, responde dando una embestida, levantando sus dos brazos, su derecha y su izquierda, en fuerte contienda saludable".
Los poderes de este país -incluido el mediático- celebraron durante décadas que el orden democrático surgido en 1978, mal que bien, funcionaba, pues no faltó el orden, ni la paz, ni ciertamente la prosperidad; y no cabe duda que las grandes variables macroeconómicas avalaban esa tesis. Pero llegó 2008 y una buena parte de los cimientos sobre los que se asentaba esa dicha se agrietaron. Doce años después, la pregunta es si este 2020 será otro '98' o si la situación puede haber sido magnificada como consecuencia de los castigos de la enfermedad, el aislamiento, la incompetencia gubernamental, el cainismo político y la sorprendente obediencia de los ciudadanos, preocupados por su futuro y su sustento; y humillados con noticiarios que hablan de sonrisas, arcoíris y multas y detenciones a 'insolidarios'. Sea como sea, qué duda cabe que España arrastrará traumas como consecuencia de esta crisis.
Un vicepresidente echado al monte
Podría debatirse si la situación de este país es propia de estar invertebrado o desvertebrado, pero quizá merezca más la pena ahondar en los hechos irrebatibles que permiten deducir que este estado de 'alarma' puede derivar en una catástrofe para la democracia española. Un síntoma de esto se aprecia en la pregunta número 6 del 'barómetro sobre el coronavirus' que publicó el Centro de Investigaciones Sociológicas el pasado miércoles. En concreto, se preguntó a los ciudadanos sobre la posibilidad de limitar la libertad de prensa en momentos de catarsis como el actual. Todo, en detrimento de la información emanada de las fuentes oficiales, que supuestamente no incluye bulos. Es decir, el nuevo objeto de lucha del Gobierno y compinches mediáticos.
Le preguntaron a Iglesias el pasado jueves por la patética pregunta planteada por el CIS de Tezanos y eludió pronunciarse. Ahora bien, aprovechó para afirmar: "Hay que actuar para que la ultraderecha mediática y política no forme parte de nuestra sociedad". Es decir, ¿para que todo aquel que Iglesias considere que forma parte del cada vez más amplio abanico del 'fascismo' no tenga la posibilidad de expresarse? ¿Y qué es fascismo? ¿Y tú me lo preguntas? Pues fascismo eres tú.
El totalitarismo de cualquier tipo siempre ha medrado gracias a la actitud silente y cobarde de quienes han infravalorado su poder de expansión o quienes han actuado con mansedumbre de borrico viejo.
El totalitarismo de cualquier tipo siempre ha medrado gracias a la actitud silente y cobarde de quienes han infravalorado su poder de expansión o quienes han actuado con mansedumbre de borrico viejo. Es evidente que el deje que el impresentable vicepresidente del Gobierno exhibió en esa frase es antidemocrático, pero recibió el silencio por respuesta por parte de los medios afines a Unidas Podemos, más pendientes estos días -aunque alguna directora lo oculte- de llevarse una buena tajada del próximo Plan de Publicidad Institucional 2020 que de mantener el nivel de crítica. La Federación de Asociaciones de Periodistas (FAPE), que saltó como un resorte en defensa de Ana Pastor y Newtral unas horas antes, calló ante este asunto.
La cuestión número 6 del barómetro era capciosa, pero no era tan inconcreta como algunos expertos demoscópicos han manifestado durante los últimos días, pues estaba claro que preguntaba por la posibilidad de limitar la libertad de prensa durante los momentos de crisis. Y el 66,7% de los ciudadanos se pronunció a favor.
Aterra que en un momento en el que se ha arrebatado temporalmente a los ciudadanos algunos de sus derechos fundamentales, en pos del 'combate' contra una pandemia, la sociedad civil pueda llegar a ser tan complaciente con quienes aspiren a tachar o modular alguna parte de los artículos 15 al 29 de la Constitución española. Porque de las declaraciones de Iglesias se intuye cierta voluntad por cruzar el Nevá e iniciar el ataque hacia determinadas libertades de los españoles. Como es la de prensa.
Convendría recordar a Iglesias y a ese 66,7% de los ciudadanos, inconscientes o desencantados, que supuestamente se manifestaron en favor de censurar información en la encuesta del CIS, que cualquiera que considere lesionados sus derechos por una información tiene la opción de acudir a los tribunales. El propio PSOE puso en manos de la Fiscalía el pasado jueves documentación que presuntamente acredita la campaña de difamación que ha emprendido Vox contra los socialistas durante el estado de alarma. La máxima responsable del ministerio público es Dolores Delgado, por cierto, antigua responsable de la cartera de Justicia y bien relacionada con Baltasar Garzón, quien ordenó en 1998 el cierre cautelar del diario Egin, de ideología abertzale. Es decir, también contrario a las tesis oficialistas. Es de suponer, pues, que Pablo Iglesias hubiera sido favorable a esa medida, al considerar a este periódico como otro elemento desestabilizador.
Poca duda hay de que, detrás de la campaña contra los bulos que ha emprendido el Gobierno -y que ha citado Pedro Sánchez en varios de sus más recientes discursos- hay una clara intención de minar las fuerzas y la credibilidad de los críticos. Y, en último término, según se deduce de la pregunta número 6 del barómetro del CIS y de las declaraciones de Iglesias, de acallar determinados mensajes que, acertados o desacertados, Moncloa considera tóxicos o propios de las cloacas. ¿Y qué hay de los suyos? ¿Y de sus cloacas?
Si el Ejecutivo quiere acotar los bulos que ejercen de 'asusta-viejas' en WhatsApp, que realice campañas institucionales para enseñar a los ciudadanos a distinguir entre las noticias y las paparruchas. Pero cualquier acción que implique un recorte de derechos o un desprestigio de la prensa crítica supondrá una auténtica cacicada autoritaria. A tenor de lo ocurrido en los últimos días, conviene no bajar la guardia, pues parece que en Moncloa hay algún tipo especialmente peligroso.